—Nada más no te desmandes en los cuartitos a donde mis hijos pueden entrar, ni yo.

Reímos juntas, como niñas juguetonas.

—Ya te extrañaba, prima. Traes un brillo en la mirada, luego me cuentas quién es el culpable.

¡Qué vergüenza sentí al saberme tan transparente ante los demás! Sí, sí que estaba relajada, a pesar de los ajetreos. El nombre del culpable me lo reservaría por un rato más, al menos hasta que la relación estuviera estable, y también porque mantenerlo en secreto era... estimulante.

Celina salió por fin unos diez minutos después de las cinco. A su lado derecho iba mi hija envuelta en un bonito vestido de tirantes que tenía bordados en la caída de la falda y las mangas cortas. A mi gusto un diseño demasiado descubierto de la parte superior, pero Coni tenía pechos pequeños, a diferencia de los míos, y eso le ayudaba a que se viera sobria. Del lado izquierdo de Celina iba una muchacha que llamó mi atención. Creo que en todo lo que llevaba de vida solo unas dos o tres veces había conocido a una mujer que fuera tan sobresaliente, no solo por su belleza, sino por poseer ese "no sé qué" que provocaba que las miradas fueran directo a ella.

Las tres cargaban anchas canastas cubiertas con una tela blanca.

—¿Listas? —dijo Celina—. Es hora de irnos.

Éramos más o menos veintidós mujeres.

—¿Iremos caminando? —le preguntó su suegra, a quien no noté hasta que habló.

—Sí. —Apenas dio un paso hacia adelante, cuando se quedó pensativa—. Amalia, olvidé las botellas de mezcal, ¿podrías ir a traerlas? —Despacio levantó su canasta a la altura de los hombros—. Iría yo, pero...

En primer lugar, ella no tendría que cargar, así que ir por las bebidas era justo.

—Voy, sin problema —me apresuré a decirle—. ¿Dónde están?

—En la cocina.

Fui a paso acelerado hacia allá. Conocía el interior porque en la pedida entré dos veces al baño. Dentro ya estaban más muebles y cosas que, era obvio, eran de ellos. Su mudanza progresó bastante veloz.

La cocina se ubicaba al final y era realmente grande, tan solo el tamaño era mayor al de mi sala. La entrada tenía un arco y a un lado el espacio sin puerta. Me metí y con la vista empecé a buscar las botellas. Supuse que las encontraría a la vista, pero no fue así. Debatí entre regresar para pedir más referencias o atreverme a rebuscar en las puertas de la amplia alacena. Al final decidí abrirla porque la pereza de devolverme fue mayor que la vergüenza.

Primera puertita y ¡nada! Segunda y ¡tampoco!

—¿Dónde estarán las pinches botellas? —me quejé al mismo tiempo que cerraba la tercera puertita.

Quizá fue porque estaba concentrada en la búsqueda que no noté que alguien entró a la cocina. Por poco y me caigo del susto cuando percibí la presencia detrás.

Me encontraba en cuclillas, el zapato me traicionó y me desplacé hacia un lado. Por más que traté, no logré impedir que mi espalda fuera a dar a la madera.

¡Entonces lo vi!

Supuse que la casa se encontraría sola, ¡pero no fue así!

Esteban Quiroga estaba frente a mí, con su camisa sudada y los guantes de jardinería llenos de tierra.

—Perdón. —Cuidadosa de que el vestido no se abriera de más, me levanté, apoyada en el mueble—. Vine a buscar las botellas.

—¿Qué botellas? —preguntó inexpresivo.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें