—No tengo apuro, ¿tú, si? —La arruga en su frente se profundiza. Rasca su nuca.—Pero sé que es Navidad y que aceptaras entrenarme hoy fue muy generoso. Si tienes que irte antes está bien por mi.

—En absoluto, no tengo ningún otro compromiso. Y me agrada estar aquí.

Lo que sea con tal de no regresar al departamento.

—Oh. —Sus mejillas adoptan un color rojizo. Carraspea. —¿Podemos hacer unos minutos de boxeo?

—Al terminar con tú rutina, por supuesto. —arqueo una ceja, divertida. Si fuera por Bruno ni siquiera pisaría la sala de musculación, no porque le desagrade, sino porque el boxeo es para lo que el chico vive, y cuando tienes esa pasión, esa dedicación, es normal querer hacerlo todo el tiempo.

Suelta una risa grave, muy masculina.

—Por favor, Dalila, es Navidad. —Se adelanta un paso hacía mi, y el olor a sudor, mezclado con su perfume, golpea mi nariz. Niego. —¿Serás así de exigente incluso en Navidad?

—Lo siento, contrataste a una entrenadora muy firme.

Se inclina ligeramente, la burla bailando en sus iris.

—Sólo por hoy, te prometo que nadie se va a enterar de que rompiste las reglas. Mi boca estará sellada.

Lo pienso por un momento. Es verdad que me mantengo muy inflexible sobre todo aquello que tenga que ver con mi trabajo, pero sólo porque me costó llegar hasta aquí. No fue hasta que di con Sandra que por fin me dieron una oportunidad. Estaba recién graduada, y no tenía experiencia. Lo que es gracioso. Piden que seas joven, que estés fresco de ideas y lleno de energía. Pero a la misma vez, que tengas una carpeta repleta de logros que jamás podrías alcanzar siendo una persona normal de veintidós años.

Miro los grandes ventanales de vidrio. La nieve ha parado de caer, pero aún, con el manto blanco que
cubre los altos edificios, y la gente paseando muy alegre por la acera, comprendo que tiene razón. Estoy siendo un grinch.

¿Donde quedó la Dalila que se ponía calcetines ridículos y bebía de un enorme tazón chocolate caliente mientras miraba alguna película clásica navideña? si bien jamás fui una fanática loca por estas fechas, aprendí a disfrutarlo. Kat me había enseñado, con esos suéters que me regalaba en el que ponía algún estampado vergonzoso. O con su manía de poner villancicos durante todo el mes de diciembre. También están esas galletas de jengibre y miel. Los malvaviscos y el ritual de obligarnos a todos a abrir los regalos bajo el pequeño árbol que compró hace una eternidad atrás. Definitivamente Kat me mostró que la Navidad tiene su magia, y yo aquí estoy de amargada.

No me costaría nada ceder ante el espíritu alegre y jocoso. Podría ser más comprensiva y salir del esquema que he construido. Al menos por hoy. Sólo como una excepción.

—Bien, vamos hacía el saco más pesado.

Bruno abre la boca.

—¿Lo dices en serio? no creí que fuera a convencerte —Se apresura a dirigirse al área contraria del gimnasio, antes de que me arrepienta y lo vuelva a llevar a las máquinas.

Lo sigo con tranquilidad, observando como saca las vendas y los guantes de su bolso deportivo.

Suspiro.

—No soy tan mala.

Deja ir una risa corta.

—Oh, si, lo eres. Al menos entre estas paredes. —La sonrisa se le ensancha —Pero no me quejo tanto, me has sacado unos buenos músculos.

—Yo te entreno, el trabajo más importante lo haces tú en casa...

—Teniendo el descanso necesario, comiendo bien y bajando los niveles de estrés. —Me quedo en silencio.  Enarco una ceja —Me lo repites a menudo.

Esclava del PecadoHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin