—No, no —se apresuró a responder—. Nos hospedamos en una posadita muy cómoda. Pasaremos la noche ahí. Temprano tenemos que ir a ver unas propiedades que están cerca de las grutas. Después nos iremos a la capital. Constanza puede irse con nosotros si le dan su permiso.

Me quedé un instante callada porque pensé que había entendido mal.

—¿Propiedades? ¿En este estado? —Apunté hacia el sueño. Las grutas se encontraban a solo cincuenta minutos de distancia en autobús.

—Sí —respondió y su mirada brilló de felicidad—. Mi hijo escogió como regalo una casita y dice que le gustaron estos . —Colocó su mano sobre el pecho—. Es de mí para él.

Sentí que mis pies fallaban. ¿Por qué Alfonso Quiroga querría vivir así de lejos de su familia?

—Me falta un año para terminar la carrera, más todo lo demás para poder ejercer, pero quiero arreglarla poco a poco con lo que mi papá me paga. Le ayudo a administrarle unas cuentas.

Fue inevitable que naciera la admiración. El muchacho se veía decidido en sus proyectos.

—Eres inteligente. Tus padres deben estar muy contentos —lo dije desde el fondo de mi corazón. Extendí el saludo hacia Celina—. De ser así, que les vaya bien.

Ella aceptó la despedida. La palma de su mano era suave, al contrario de la mía que perdió esa cualidad después de tanto cortar telas.

Respiré mejor al pensar que me acababa de salvar, pero Celina tuvo un momento de claridad y enseguida rebuscó en su bolso.

—Antes de irnos, quiero darte la invitación a la celebración de nuestro aniversario de bodas. —Extendió un sobre blanco—. Son las de cobre. —De manera inesperada, tocó mi codo—. ¿Cuento con tu presencia, la de tu esposo y la de tus hijos?

El orgullo me invadió porque Constanza se portó discreta en sus convivencias y omitió contarles ese detalle.

—Nicolás y yo ya no estamos juntos. —Tal vez debí sentir vergüenza al confesárselo, ¡pero no! La separación con Nicolás fue para mí una liberación que no tramé porque fue él quien la decidió casi tres años atrás—. No puedo responder por él, pero mis hijos y yo estaremos ahí.

Sonaba como una completa locura aceptar, pero mi madre siempre se aseguró de dejarme claro que las cortesías se regresaban. Que ella y su hijo asistieran a mi fiesta sorpresa era suficiente para debérselo.

La expresión serena de Celina cambió por un segundo por una de asombro.

—¡Oh! Perdona, no estaba enterada. —Me dio un ligero apretón en el codo—. ¡Pero qué alegría que vayan! Allá los esperamos. Gracias por invitarnos. Y de nuevo felicidades.

Asentí porque la conversación había terminado, ¡por fin!

—Señora. —Alfonso se despidió con una breve reverencia.

—Pasen —dije antes de que avanzaran con mi hija acompañándolos.

Cuando salieron del salón, abrí el sobre. ¡Sí!, estaban sus nombres escritos junto la fecha, la hora y la dirección. Qué irreal me parecía todo eso. Qué difícil de asimilar que iba a volver a ver a los Quiroga.

Charlar con Erlinda y Florencio se volvió una tarea... complicada. Solo podía pensar en ella aprisionándolo del cuello con sus piernas... ¡Ah! ¿Por qué tenía que ver eso?

Fuimos los últimos en retirarnos. De Nicolás no supimos ni a qué hora se fue.

Uriel montó al otro caballo porque su tío terminó mareado, no a un grado inconsciente, pero tampoco seguro para que cabalgara. En el taxi iría más seguro.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Where stories live. Discover now