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Durante toda su vida, invariablemente, tuvo que pelear. No conocía otro camino, como un animal de pelea, adiestrado para atacar a quien se le pusiera por delante. Sin reglas, sin reconcomios ni espacio para las emociones. Su vida era una pelea, y él era un peleador.

Los golpes recibidos solamente lo hicieron más resistentes. Las murallas que le impedían avanzar, se convirtieron en sacos de boxeo que golpearon hasta destruirlas, fortaleciendo sus puños e ímpetu. Las personas a su alrededor solo servían como meras entretenciones pasajeras.

North Collan solamente fue la consumación de los sucesos de su vida. El lugar donde pudo soltar a la bestia interna que reprimió durante años en la milicia. Poco importó que fuese injusta su condena, que tuviese que cargar con la responsabilidad de los altos mandos cuando falló la misión en Guantánamo.

La prisión de los miserables, de los bastardos sin gloria. Lo había desterrado al único lugar donde podría retenerlo y darle un propósito. Cuando se desfiló por la pasarela, obteniendo burlas de los reos locatarios y promesas de muerte segura; Gemini supo que ese lugar se convertiría en su reino. Fue Nicholas, un mafioso amante de las peleas, quien lo descubrió. Tras su primera pelea en el Underground, se ofreció para ser sus mecenas y él, saboreando la calidez de la sangre ajena recorrer su cuerpo, participó.

Gemini Norawit era el emperador de aquel reino caído. Del lugar donde los demonios no se atrevían a entrar por miedo a ser devorados. Donde un hombre podría dar un ojo por obtener una pieza de pan. Los fuertes no abusaban de los débiles, los esclavizaban. Los menesterosos no sufrían necesidades, se ahogaban en ellas hasta que morían congelados en sus camas. Cosas tan simples como una barra de chocolate podían ser el trofeo de una pelea a muerte entre dos hombres.

Ese lugar no era un reformatorio, era al Hades de la desesperación. De los lamentos y desgracias. Volvía loco al más cuerdo y acababa con los sueños del más creyente. Gemini podía ver como el espíritu de los convictos caía a pedazos con cada día; olvidándose de su condición humana.

Los veían luchar en un intento por salvar sus vidas. Pelear contra sus demonios internos, pelear contra otros convictos, contra los guardias, contra la prisión. En algún punto, todos peleaban. Todos eran sus semejantes, sus desamparados súbditos.

Todos, menos el corderito que le fue designado.

El hombre de orbes añil y voz aguda. Con mejillas filosas y un pequeño cuerpo tibio que olía a sol y miel. El cordero manso de mirada melancólica e inocente. Fourth Nattawat, el médico de sonrisas coquetas y frondosas pestañas, que no peleaba. Sin importar cuanto Gemini lo intentara, cuanto lo orillara para hacerlo batallar, Fourth no luchaba. Se dejaba golpear, humillar y mancillar, pidiendo con un llanto lastimero y desgarrador, con ojos clamorosos a que se detuviera.

Eso lo abrumaba, lo descolocaba en tantas formas que no podía siquiera racionalizarlas. Fourth lo desafiaba con palabras y luego cedía, lo alejaba y luego buscaba acercarse. Se exponía a Gemini con el pecho abierto, con el corazón en mano y sin esperar nada a cambio.

Bordeaba la estupidez, con su idea de ayudar a los demás, sin comprender que en North Collan tu mejor amigo podría matarte por una cajetilla de cigarros; eso lo enfurecía.

El emperador se veía arrastrado por las acciones de su mascota. Ofuscado por sus movimientos, por el sacudir de sus pestañas y por la preocupación en sus palabras; como si estuviera con Gemini por voluntad propia. Como si no hubiera una cadena alrededor de sus pies, atándolo al mayor. Se aferraba a Gemini como ningún otro lo había hecho antes, con manos suaves y caricias cuidadosas, buscando no lastimar a su dueño.

Estaba llevando a Gemini por senderos desconocidos. Imponiendo sus sentimientos al hombre de sangre metálica, demostrando que no le importaba morir, no iba a pelear contra Gemini y por el contrario, iba a reclamarlo hasta el final como la vertiente de sus emociones infantiles.

"P" geminifourthWhere stories live. Discover now