Aprender A Querer (de nuevo)

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Era una noche fría de invierno cuando salí a la calle en su búsqueda. La chaqueta de nieve no bastaba para soportar el frío, por eso llevaba un gorro que me protegía las orejas. Con las manos en los bolsillos, caminé hasta el parque donde siempre la veía, pero nunca me acercaba a hablarle. Y allí, sentada en un banco, la encontré. No levantó la vista del móvil cuando me senté a su lado, pero sí que abrió la boca para soltar unas palabras que me hicieron sonreír.

–Llegas tarde.

–Necesitaba mi tiempo– me excusé.

Habían pasado meses desde la última vez que hablamos. Nos habíamos cruzado por la calle y habíamos compartido alguna que otra mirada, pero poco más.

–Había acabado por pensar que nunca ibas a volver– admitió con la voz triste.

–Y yo. Nunca hago caso al cerebro, siempre me guío más por el corazón. Pero esta vez no ha sido así. Pensando, me he dado cuenta de que el amor que siento por ti es más fuerte que la fractura que dejaste en él.

Levantó la cabeza y me miró. Vi el dolor en sus ojos por culpa de aquel comentario. A mí también me habían dolido mis propias palabras, pero como suelen decir: "la verdad, a veces, duele".

–Mi corazón sigue cambiándose cada día el vendaje de la herida. Está cicatrizando, pero el proceso es lento. Creo que es porque te echa de menos.

Su confesión me dejó sorprendida. A su vez, me dio valentía para contestarle.

–El mío a ti también.

Dejamos de esquivar miradas y nos penetramos hasta el alma. Ambas queríamos comprobar la verdad de la otra; confirmar que lo dicho era lo sentido por el corazón y no fruto de una venganza ideada por el cerebro.

Ni rastro de mentiras ni juegos. Todo era cierto. El amor había conseguido humillar a la razón.

–¿Qué te parece si volvemos a querernos?

–Nada volverá a ser igual. De los errores se aprende, pero tú nunca fuiste un error. Contigo fui yo, no quiero perderte– le hice saber. No quería que elaborara conclusiones erróneas.

–No busco lo de antes, te busco a ti en el presente– aclaró. Entonces supe que teníamos como meta el mismo punto.

–No volvamos, pero sí aprendamos a querernos. ¿Qué te parece?

–Me parece bien.

–¿Sólo bien?– pregunté con una sonrisilla.

–Frena el carro, que te estás acelerando– me siguió el juego. Misión cumplida.

–No, me estoy emocionando.

–Y yo, no te voy a mentir.

–Vaya dos patas para un banco.

Nuestras carcajadas resonaron por todo el parque. Algunos pájaros asustados se alzaron al vuelo. A lo lejos comenzaron a escucharse los avisos del guardia de seguridad advirtiendo que en breve cerraría sus puertas.

–Me alegra haber arreglado las cosas– admití.

–Por fin.

–He tardado mucho. Perdón por hacerte esperar.

–Ya estoy acostumbrada, siempre llegas tarde. A todas partes.

–A todas horas. Creo que es un defecto.

–Al contrario. Creo que te sucede porque no tienes miedo a la vida. Confías en ti.

–Puede ser– sonreí.

–Anda, tira– ella también sonreía –¿Nos vemos?

–Cuando quieras o lo necesites, siempre.

–Lo mismo digo.

–¿Aunque sea para verme solo cinco minutos?– pregunté.

–La cantidad de minutos es lo de menos, lo importante es la calidad del momento.

–Ten cuidado a la hora de plagiar frases de Mr. Wonderful– me burlé mientras me levantaba del banco.

–¡Adiós!– gritó sacándome el dedo.

–Adeu– le dije sonriente.

–Adeu.

Por primera vez en mucho tiempo, ambas dormimos sin tormentos en la cabeza. Ahora tocaba empezar de cero, rectificar las acciones y aprender a querer de nuevo.



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