—Sí, ya veo.—Comentó en voz baja.—Pero mi pregunta se refería a que libro estás leyendo.—Explicó.

—Oh, lo siento.—Me disculpo y doy vuelta mi libro para ver la tapa del mismo.—Se llama: que te importa ¿Lo conoces? —Una sonrisa sarcástica se forma en mi rostro. 

—Sí, lo he leído un par de veces.

—Entonces ya sabes de qué se trata.

Ya sé que estaba maltratarlo así. En fin el no tenía la culpa. Yo había sido la idiota que intentaba sacar ese estúpido beso de su mente. Y además yo lo había besado, sin ninguno previó aviso. Tal vez eso fue lo que le molesto o fue por qué lo hice mal ¿Beso mal? ¿Ese fue el problema? ¿Por qué me había evitado toda la semana? ¿Por qué me empezó a hablar ahora?

Preguntas estúpidas que no tendrán respuestas. Pero intentar no hacérmelas era imposible, siempre que estaba cerca de él mi cabeza salía con un millón de preguntas sin respuesta.

Me encontraba sentada con los pies arriba de una mesa y el libro frente  mi cara, pero en realidad no lo estaba leyendo. Mi mente estaba concentrada en otras cosas.

Fue como pude ver asomarse una figura adelanté mío que me arrebató el libro de las manos como si fuera suyo.

—¡Oye!

—¿Estás enojada conmigo?—Me pregunta, parándose en frente mío y mirándome fijamente a los ojos.

—¿Qué?

—Ya Oíste. Responde.

—Devuélveme mi libro.—Le ordeno, pero él no hace caso.

Me levanto de la silla enojada y trato de sacárselo de las manos tal como lo hizo él, pero no contaba con la diferencia de altura.
A lo que el alza el libro dejándolo completamente fuera de mi alcance.

—Responde.—Repite nuevamente.

—No.—Miento.

—Di la verdad.

—No estoy enojada contigo.—Vuelvo a mentir.

Porque la verdad era que sí lo estaba. Pero no quería admitirlo, no quería que pensara que me importara aunque lo hiciera. Y es por eso que estaba más enojada conmigo que con él. Me enojaba el simple hecho de me halla importado una estupidez tan grande como esa.

Sus ojos me hacen un escaneo completo de cuerpo, sin ningún tipo de vergüenza. Como si estuviera analizándome.

—Eres un desastre mintiendo.—Dice y tira el libro arriba de la mesa.

—Gracias por la observación.—Digo, y escucho como se abre la puerta del cuarto dando a entender que el castigo ya había terminado.

—Ya pueden irse.—Se escucha la gloriosa Voz, de la salida del infierno.

Le lanzó una última mirada a Mattheo  que ahora se encontraba apoyado encima de la mesa con ambas manos en los bordes de la misma. Me dirigí hacia la puerta, sin despedirme de él. La profesora McGonagall se encontraba en ella y amablemente me sonríe dándome mi varita para que pueda largarme de ahí. Le agradezco con una sonrisa al igual que ella, pero antes de irme me agarra del brazo.

CORAZONES MALDITOS|| Mattheo Riddle. Kde žijí příběhy. Začni objevovat