CΛPÍTULO 21

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Nikias avanzó resoplando con hastío y evitando mirar los edificios que aún permanecían abiertos a pesar de la hora

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Nikias avanzó resoplando con hastío y evitando mirar los edificios que aún permanecían abiertos a pesar de la hora. Las risas estridentes y fingidas de las hetairas le taladraban los oídos y las escenas obscenas que se sucedían sin recato alguno en los portales y las esquinas le repugnaban. Nunca le había agradado transitar por aquellos ambientes tan sórdidos. No es que aquel barrio fuera un lupanar en toda regla, pues era famoso por sus reputados talleres de alfarería y cerámica, donde se elaboraban las más bellas ánforas y vasijas que adornaban los templos y las casas de los más pudientes, pero cuando el sol se ocultaba y las sombras se adueñaban de sus edificios, aquellas angostas calles se transformaban en un mundo completamente distinto, donde los juegos sucios, el engaño y el placer carnal se imponían, abriendo un amplio mercado de la carne y el vicio que atraía a las masas en busca de experiencias rápidas y cargadas de emoción. Y es que el Cerámico era uno de los lugares donde más actividades inmorales podían practicarse de toda la polis —sin contar el puerto, por supuesto— y a él, ese ambiente oscuro siempre le había causado repulsión.


Quizá fuera por la educación que había recibido —que buscaba imitar los ideales y las virtudes de sus mayores—, o porque él, como persona, no toleraba aquellos ambientes. Jamás había recurrido a una mujer para satisfacer sus apetitos, arriesgado una suma indecorosa de dracmas con el fin de obtener un beneficio ilusorio que no le hacía falta o se había embriagado con extraños hasta perder el habla, el sentido y el honor.

Para él, esa clase de vicios a los que muchos hombres se entregaban desde temprana edad carecían de lógica y encanto e intentaba, siempre que le era posible, evitar los lugares donde se propagaban. Pero ahora que desempeñaba el cargo de astynomos, debía proteger la seguridad de todos los habitantes de su amada ciudad, incluso los que frecuentaban esas oscuras calles.

Pero le resultaba muy difícil hacerlo sin mostrar su disgusto.

De una de las podridas puertas de madera salió a trompicones un hombre ebrio y semidesnudo que, al tropezar con sus pies, terminó golpeando su hombro en el proceso, obligándolo a detenerse. El borracho solo atinó a balbucear una disculpa antes de agitar su mano a las tres mujeres que lo despedían desde la entrada con sonrisas engañosas y ojos ávidos de dinero, antes de avanzar con torpeza por la calle.

Una de las jóvenes —que no aparentaba tener más de quince años—, se apostó contra la fachada de adobe y, mientras acariciaba lascivamente sus tiernos pechos desnudos con una mano, con la otra abrió los pliegues de su túnica, mostrándole sin pudor su entrepierna rasurada en una clara invitación a la perdición. Sus ojos oscuros permanecieron en todo momento fijos en su rostro pétreo, en busca de algún atisbo de vacilación.

—Ven, hermoso —le dijo con voz melosa—. Déjame darte el placer que mereces. Por unas pocas monedas, te haré sentir como un dios.

El resto de sus compañeros, que habían estado conversando animadamente sobre trivialidades, enmudecieron de golpe al ver la escena que se les ofrecía quedando boquiabiertos ante los manjares que la muchacha exhibía. Pero Nikias, a diferencia de ellos cuyas entrañas comenzaban a arder con fuego del deseo, no se sintió atraído por aquella tentación en absoluto.

LA FORMA DEL VIENTO {En proceso}Kde žijí příběhy. Začni objevovat