Capítulo 2

3 0 0
                                    

Victoria dejó la cartera sobre su escritorio como cada mañana y en lugar de correr a laoficina del gerente como solía hacer, cerró los ojos y aspiró aire, se pasó las manos por losmuslos y alzó el mentó. A Sofía fue a la única que le reveló la verdad el día anterior.

—Reúne a todos en el comedor. Les daré la noticia —dijo a Sofía.

—¿Dormiste? Estás muy ojerosa.

Alzó un hombro y desvió la mirada hacia el suelo.

—No, casi no —mintió. Tenía ojeras porque lloró toda la noche, todo el día desde que llegóa su casa y no pudo hablar con Fabián. No se atrevió a contarles lo sucedido a sus padres.

—Iré a reunirlos —dijo Sofía con tono apagado.

Rómulo Santamaría, treinta años, jefe de operaciones de Valle Verde, tenía muchos añostrabajando para la compañía, cinco más que ella, lo pensó mejor y era lógico que loconsideraran a él antes que a ella, nunca pensó que traerían a alguien de otra ciudad, pensóque se limitarían a buscar sustitutos cerca.

Lo vio par de veces, lo recordaba cómo alguien distante y callado que se creía mejor quelos demás, no se juntaba con nadie y no participaba de los chistes o grupos que se formabancuando se veían en cursos de formación.

«Ahora será mi jefe», pensó y se llevó una mano a la boca para ahogar un grito que quisosoltar.

Sonó su teléfono, era él: Rómulo. Pasó saliva y atendió.

—Buenos días, Victoria, te habla Rómulo Santamaría. Méndez me dio tu numero me dijoque tú me recibirías.

—Sí, buenos días, Rómulo, ahora mismo junté a la gente en el comedor, les diré de tullegada y te presentaré.

—Perfecto, dame unos minutos para que llegue. Estoy cruzando en el semáforo de laesquina, es que me ha tocado instalarme a la carrera en un hotel y...

—Te espero. —Colgó. Rodó los ojos y se llevó la yema de los dedos al entrecejo, contuvoel llanto que le quiso sobrevenir, aspiro aire y se exigió entereza.

«Ya, Victoria, lloras en la casa», pensó.

Camino sola de un lado al otro en la amplia oficina que compartía con Sofía y que estabadelante de la que ahora ocuparía Rómulo. Pensó en devolver la casa, buscar otro empleo,renunciar y largarse a su pequeño pueblo, pero pensó en su novio: Fabián; sonrió pensandolo mucho que lo quería y que su vida sin él sería muy aburrida. Debía resistir, de algúnmodo debía hacerlo.

—Ya están todos —dijo Sofía.

—El imbécil aún no llega —dijo Victoria sin girarse a verla.

Un hombre se aclaró la garganta y ella abrió muchos los ojos, trago grueso y se giróenseguida, allí estaba él de pie detrás de Sofía.

—Llegaron todos, todos —repitió Sofía con los ojos muy abiertos.

—Entiendo. Hola, Rómulo, bienvenido —dijo con su cara muy descarada, él sonrió demedio lado y afirmó.

—Gracias, Victoria, te recuerdo ahora.

—Solo ahora.

Ella lo recordaba: alto, moreno, de los que se ejercitan en el gimnasio, de cabellos lisosabundantes que el caen sobre el rostro y sus ojos amarillos hermosos decorados con cejasgruesas y peinadas por duendes y odioso, de los que no saludan y miran de arriba abajo, laprimera vez que lo vio le pareció un hombre bello después sintió repulsión por considerarlodemasiado pretencioso.

—Bueno, la gente sigue esperando —dijo Sofía nerviosa.

El hombre no dejaba de mirarla a los ojos y ella sintió escalofríos. Vestía una camisa blancamanga larga cerrada hasta arriba y pantalones de vestir de color gris, Victoria pensó que lequedaban muy bien, le lucían sus zapatos deportivos, pero ella no olvidaba que ese fue elhombre que le robó su puesto.

—Síganme —dijo tensa.

Camino fuera de la oficina, bajó las escaleras que daban a la sala de empaquetado, siguiófirme el camino que daba hacia el comedor sabiendo que Rómulo y Sofía la seguían, elcomedor era todo de cristal así que podía ver a los casi cincuenta empleados cuchicheando,y seguramente especulando sobre qué sería la reunión.

Abrió la puerta y todos se callaron, la saludaron con la cortesía y respeto al que estabaacostumbrada de parte de ellos. Se hizo a un lado para que pasaran Sofía y Rómulo, esteúltimo se quedó en una esquina cerca de la puerta. Victoria caminó hacia el centro delcomedor, tomó aire y miró a los ojos a los que estaban más cerca.

—Buenos días, gracias por venir, ya comenzarán su jornada como cada día. Hoy tengo unanuncio muy importante que hacer: tenemos gerente nuevo en esta sucursal, después deocho meses, por fin hoy desde el corporativo nos mandan a Rómulo Santamaría, venRómulo —dijo sin mover mucho las manos pues estas temblaban sin control.

Él hombre caminó seguro hacia ella y se sobó las manos, miró a la gente que lo miraba concuriosidad.

—Gracias, Victoria. Mi nombre es: Rómulo Santamaría y era el jefe de operaciones deValle Verde, espero poder reunirme con cada uno y dar soluciones juntos a los problemasque podamos tener.

—No tenemos ninguno, la señorita Victoria nos ha cuidado bien —dijo receloso el señorAntonio, Victoria sonrío conmovida, pero sintió también vergüenza, «Seguro pensaran:¿por qué no la ascendieron a ella?».

—Entiendo, y eso es bueno, seguiremos trabajando con Victoria para que todo sigafuncionando bien —replicó firme.

—Espero que nada cambie —gritó un hombretón —, no tenían que traer a alguien deafuera.

—Sí, ¿por qué no la señorita Victoria? —gritó otro y más trabajadores murmuraron yasintieron alterados.

—¡Basta! —gritó Victoria, sonrió y alzó las manos, aunque estas aún temblaban así comotodo su cuerpo —, Rómulo tiene mucha más experiencia que yo, ha estado por más tiempoen la compañía y sí hay un problema que viene ayudarnos a solucionar: la competencia,chicos, la competencia nos está aplastando.

—Ah bueno —dijo alguno.

—Pueden regresar a sus puestos ahora —dijo ella sonriéndoles para calmarlos.

Estaba segura de que su cara estaba roja, uno a uno fueron salieron los trabajadores, Sofíadesviaba a los que se quedaban atrás esperando hablar con Victoria, Rómulo y ella salieronpara regresar a la oficina.

—Te quieren mucho —dijo él observándola con detenimiento. Ella se encogió de hombrosy sonrió.

—Normal. Son buena gente, la mayoría mayores, les cuestan los cambios.

—Gracias por apoyarme allá abajo, es lo correcto. Hiciste lo correcto.

Ella lo miró a los ojos contrariada.

Él suspiro y sonrió de nuevo con los labios cerrados.

—Imagino que querías el puesto, estuviste al mando por ocho meses y sola, es normal quepensaras que el puesto sería para ti.

Su cara ardió más, prefirió quedarse callada.

—Méndez hasta lo consideró, pero también dijo que no estabas lista aún.

«¿Qué?».

—Y sabía que no te quejarías —dijo, entró a su oficina y sostuvo la puerta mientras lamiraba a los ojos —, que me traigan café negro sin azúcar.

Victoria se quedó estática frente a él deseando poder insultarlo y patearlo fuera de la queella esperaba fuera su oficina.

—Ya digo para que te suban una taza —dijo tensa.

—No, un termo completo. —Cerró la puerta en su cara con fuerza.

«Yo esto no voy a poder aguantarlo», pensó y se encerró en el baño a llorar.

Del Amor y Otros DilemasWhere stories live. Discover now