take me

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La muchacha de cabellos azules suspiró cortamente, con la vista extendida hacia el alto de aquella particular estructura de grandes columnas y campanas prominentes. Un deje de esperanza hizo chispa en las orbes de la mujer al momento de cruzar aquel umbral de gran tamaño.

"Cuando te sientas perdida y no sepas con quién hablar, pídele a Dios que te guíe".

Yoohyeon nunca fue demasiado religiosa, lo más católico que pudo hacer en su vida fue estudiar en un colegio de monjas por mera decisión de sus padres, usar faldas más abajo de la rodilla, cabello castaño hasta graduarse y asistir a misa para realizar la primera comunión sin saber qué hacía exactamente; cosa que nunca le molestó, tampoco. Su familia no profesaba su fé de la manera más constante, sin embargo, siempre hubo aquella conexión ante la necesidad de creer en algo; su madre iba a la iglesia cuando se sentía atormentada y su papá creía fielmente en lo que estaba bien o mal según la palabra del señor.

No fue un problema para la fémina hasta que la adolescencia le jugó de la manera más atroz que pudo. Y se vio perdida en la triste necesidad de ocultar lo que creía o quería para evitar perder el amor de sus allegados.

Amor que, de todas formas, nunca tuvo en su totalidad.

Una niña que prefería jugar con palos afilados y golpearse con sus primos no era exactamente el deseo primordial de un matrimonio primerizo que se supone, tuvo una niña.

Pero, ¿Qué más daba? Años más tarde, Yoohyeon era una lesbiana de 25 años fuera de la casa de sus padres, y una mujer perdida a los ojos de aquellos ancianos estoicos ante la progresividad de la sociedad. No era el fin del mundo, no era primogénita de una pareja ortodoxa que daban su cuello por su pureza, pero tampoco era la más deseada durante las cenas navideñas.

Ser la exiliada de la familia cada vez se hacía un problema más grande; que sus primas más jóvenes nunca hayan escuchado su nombre, a veces resultaba más doloroso de lo que debía; ella misma tampoco era la más cercana a sus parientes.

Pero dolía. Siempre dolió.

Los juicios entre dientes y las miradas decepcionadas; el falso apoyo, o incluso la lástima que la rodeaba día a día.

Supuso que alguna parte de su vivir pasado se vio impregnado en lo más profundo de su ser. En la manera que vestía, lo suficientemente femenina para no escuchar en su cabeza la desaprobación de su madre, o en la manera en que se maquillaba, para imaginar de una u otra forma cómo habría sonreído su padre.

Lo básico de todo rechazado, siempre buscó congeniar.

Hasta que no pudo más.

Yoohyeon era una mujer de 25 años, lesbiana, fuera de su casa, no deseada y poco amada. Su soltería a veces se le reía en la cara, alegando su inutilidad; a veces creía no servir para hacer lo único que debería en su solitaria y "abominable" vida.

"Dios siempre es la respuesta".

Sin más que hacer, o sin saber dónde buscar, decidió entonces hacer las paces con su pasado.

Siempre lo supo, de maneras relativas. Nunca adquirió un odio creciente por la religión, aunque quizás lo religiosos eran otro cuento. La peliazul creció hablando a baja voz con un tal Dios que no sabía si le estaba escuchando, pero lograba tranquilizarla, al fin y al cabo.

Jamás le dudó.

Claro que una parte de la sociedad la veía como un esbirro del demonio o algo parecido. Ella misma bromeaba al respecto, decía no necesitar acudir a un lugar para profesar una fé que podía cultivar en su casa.

Pero ahí estaba. Sentada en una de las butacas solitarias mientras la misa empezaba.

Podía sentir las miradas a su alrededor, supuso que ser la única con un color de cabello tan llamativo era la respuesta, y que en alguna parte de la biblia decía que quién alterara de una u otra forma su cuerpo, tenía el infierno asegurado.

No lo pensó mucho, aún así. Escuchó la palabra, musitó las oraciones y guardó el silencio necesario. Cuando no dió limosna, la mujer de cabellos blancos a su lado masculló alguna crítica, pero Yoohyeon realmente no prestó atención.

Cuando la ceremonia acabó, permaneció sentada en su butaca hasta que el lugar se vió sumido en un silencio tan sepulcral cómo acogedor. Fue entonces cuendo evocó un suspiro y mantuvo la vista sobre aquel altar. Por primera vez, no se preguntó si realmente estaba hecho de oro, sino que, desde el fondo de su corazón, pidió ayuda con una mirada angustiada y casi sin esperanzas.

Cerró los ojos, esperando algún tipo de calma a su mar alterado de emociones dispersas. Pero la tranquilidad no llegó, y al contrario, la sensación arrasadora de torpeza la hizo quebrarse, envolviéndose en una sensación inexplicable de fé esfumada.

Cayó al piso miserable, y el llanto era lo único que se escuchaba en aquel lugar divino. Bajito, lastimero.

-¿Por qué lloras? -Tan pronto como Yoohyeon escuchó la pregunta su cuerpo pareció petrificarse, pero la sensación de peligro yacía ausente de su pecho.

God is a woman; JiyooWhere stories live. Discover now