3. El trato

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Era domingo por la tarde. Habían pasado dos días desde que Delia despertó de su eterno sueño y la verdad es que lo único que deseaba era que volviese a la exposición de donde la habíamos encontrado. La palabra "harto" no hacía justicia ni de lejos a cómo que sentía en aquel preciso momento. La inquilina de los ojos azules tenía aires de Cleopatra, y eso que no lucía joyas ni tenía a su disposición un regimiento de esclavos. Tener que convivir con ella era un sufrimiento. Había perdido la cuenta del número de comidas que me había hecho tirar.

<<Si continúa así se va a quedar en los huesos>>, pensé. Aquella frase me pareció muy irónica. Y encima de tener que soportarla, tenía que soportarla solo. Eso es. Al parecer, Dani, mi compañero de piso y mejor amigo, tenía la suerte de desaparecer en el momento más oportuno. Pensaba que la bella durmiente iba a tardar más en despertar, así que ni se molestó en cambiar los planes que ya había hecho para el fin de semana. Supongo que no hace falta explicar qué tipo de planes eran...

Abrí la nevera y suspiré. Estaba llena de tuppers con las comidas que no había ni probado. Abrí uno de ellos, que contenía arroz tres delicias y pollo rebozado. El olor no era desagradable y el aspecto era bueno. Estaba claro que no era un chef de Estrella Michelin, pero mis comidas no tenían nada de mediocre. ¿Entonces, dónde estaba el problema? Por muy arrogante y antipática que llegara a ser la chica, me preocupaba tener que ir al hospital, donde seguramente le pedirían el carné de salud que no tenía. O algo peor, que se consumiera por falta de alimento. No podíamos permitirnos el hecho de tener un cadáver sin identificación y al que no podíamos enterrar dentro del piso. Esta vez decidí coger un bol con fruta variada: un plátano cortado a rodanchas, naranja cortada a trozos y frambuesas, todo ello con una cucharada de miel. Entendía que los gustos de cada uno fueran diferentes, tanto a lo que se refiere a los alimentos como a la manera de cocinarlos. ¿Pero quién se negaría a comer algo de fruta? Se podía considerar universal.

Me dirigí a la habitación y, después de pensarlo varias veces, me armé de valor y decidí entrar sin llamar la puerta. Delia estaba abriendo y cerrando unos de los cajones del escritorio de Dani, analizando el movimiento con cara de concentración.

–Supongo que de donde vienes no tenéis uno de estos.–Dije, para llamar su atención.

Delia dio un brinco y giró la cabeza hacia mí, sorprendida.

-¡Pero bueno! ¿Es que nadie te ha enseñado a llamar antes de entrar en la alcoba de una dama?- contestó, frunciendo las cejas.

–Te he traído fruta. Quizás te venga más de gusto y sea un alimento más familiar.– Intenté forzar una sonrisa con el intento de suavizar el ambiente tenso que se había creado desde nuestra última charla.

Dejé el bol encima de mi mesita de noche. Delia se aproximó manteniendo las distancias y examinó con cuidado su contenido.

–Ya puedes llevártelo. No lo quiero.– Dijo, moviendo la mano derecha de arriba a abajo.

Me estaba cansando de su actitud y mi paciencia estaba llegando a su límite. Di un golpe con la palma de mi mano en la mesita de noche, apoyándome en ella. El bol con fruta dio un pequeño brinco, debido al impacto, y volvió a su lugar con pequeños movimientos circulares.

–No. ¡Esta vez no! Al menos vas a probarla, porque me cuesta trabajo tener que cocinar para alguien tan pretencioso como tú.

Sabía que mis palabras no habían sido nada cuidadosas, pero aquella chica tenía el tipo de personalidad que más odiaba, Era egoísta, altiva, irrespetuosa y orgullosa. Tenía que entender que las normas que conocía no eran las mismas ahora. Delia me miró fijamente a los ojos. Era como si tuviera una estatua de hielo delante de mí.

Delia: Otro comienzoWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu