"Cuando el pasado y el presente chocan en Hogwarts, los fantasmas de las bromas antiguas cobran vida, ¡y hasta los retratos no pueden contener sus risas!"
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Hogwarts, 2 de septiembre de 1975
En el Gran Comedor, James, Remus, Peter y yo nos revolcábamos de risa, como si nuestras bromas fueran hechizos que no podían fallar. Yo, el maestro de la fuga, contaba mi última escapada con el dramatismo de un narrador de cuentos. De repente, cuatro chicos irrumpieron en la sala, luciendo como si hubieran sido el blanco de una broma de Peeves. El Slytherin, con su uniforme salpicado de lo que parecía ser el resultado de una pelea con un caldero de pociones, no tardó en lanzar su reprimenda:
—¡Cerebros de troll! —rugió con la indignación de un profesor frente a una travesura—. ¡Charlus Potter, ¿chicle? ¡Orion Black, ¿agua?! ¡Por el amor de Merlín, usen sus cabezas!
James y yo nos quedamos con la boca abierta, como si nos hubieran hechizado con un Confundus de nivel experto.
—Al menos estamos todos enteros —intentó sonreír Orión, aunque parecía que había mordido una raíz amarga—. Claro, si ignoramos que Minerva nos miró como si fuéramos ingredientes para una poción de castigo eterno.
—Estos chicos llegaron tarde a la distribución de cerebros —se mofó el Ravenclaw, con la gracia de un bufón de la corte—. O tal vez decidieron que no necesitaban uno, ¡qué valientes!—ese comentario saco varias risas.
—¡Basta ya! —intervino Dumbledore, con la autoridad de un director que ha visto demasiadas travesuras—. Creo que es hora de una charla en mi oficina.
—Dumby, corazón, ¿has probado esta crema rejuvenecedora? —Charlus le ofreció un frasco al director, con una sonrisa digna de un comerciante de Knockturn Alley.
El comedor se congeló. Dumbledore podía ser un viejo encantador, pero seguía siendo el director supremo de Hogwarts.
Los profesores observaban la escena con una mezcla de asombro, diversión y un evidente "no otra vez".
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—¿Son parientes tuyos? —inquirió Colagusano, con la curiosidad de un niño en una tienda de dulces.
—No.
—Pero llevan los nombres de tu padre y de mi tío—preguntó James.
—¿Del tío que se fue de gira con los mortífagos? El que terminó... ya sabes—hice un gesto de estar muerto.
—Sí, puede que sea una broma de mal gusto de las serpientes, por lo que les hicimos—deseaba creer eso, pero la foto de mi padre joven era una copia exacta.
El rumor de que eran viajeros del tiempo se extendió más rápido que un chisme del profeta.
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—Profesor... perdón... director, ¿nos está diciendo que esto es el futuro? —pregunté, incrédulo.
