CΛPÍTULO 17

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Ateneo de Alejandría siempre había sido conocido por su lucidez y saber incomparables, así como la gran fortuna que le permitía vivir a su libre albedrío en cualquier parte del mundo que se le antojara

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Ateneo de Alejandría siempre había sido conocido por su lucidez y saber incomparables, así como la gran fortuna que le permitía vivir a su libre albedrío en cualquier parte del mundo que se le antojara. Lo que muy pocos sabían era que su vida, ahora tranquila y dedicada a la contemplación, no siempre había sido fácil.

Nació hacía décadas en la espléndida ciudad de Alejandría como fruto de una relación apasionada entre un comerciante ateniense y una cortesana famosa, descendiente de una larga estirpe de heteras que, según se rumoreaba, habían conocido los secretos y las pasiones de muchos de los nobles y reyes helenos.


Su madre Korinna había sido en su juventud una mujer de belleza y cultura sobresalientes, que cautivaba las miradas y los elogios en los simposios a los que asistía. Poseía, como muchas de sus antecesoras, un gusto exquisito por los lujos y los placeres entregándose por completo a la vida disoluta sin pensar en el futuro y en que su encanto algún día se marchitaría. Algo que no tardaría demasiado en suceder pues cuando Corina llegó a los treinta años y su belleza comenzó a desvanecerse como una rosa marchita, los hombres que la adoraban y la agasajaban con presentes se volvieron cada vez más escasos, y con ello, sus ingresos menguaron, haciendo que su vida diera un vuelco colosal. Muchas mujeres como Corina se enfrentaban a un destino similar, pero el problema era que, a diferencia de ellas, Corina no había sido previsora ni prudente con su fortuna, malgastándola casi en su totalidad en lujos y extravagancias.

Pronto, los impuestos y gastos por mantener su vida fastuosa le resultaron imposibles de sufragar, forzándola a desprenderse primero de sus sirvientas y después de su magnífica mansión para instalarse en una casa mísera y destartalada. Para su dicha, justo cuando estaba a punto de malvender las últimas joyas que le quedaban por varios mendrugos de pan y un poco de queso, apareció en su vida aquel encantador y robusto comerciante extranjero que la salvó de la pobreza.

Se hacía llamar Filipo y era un rico mercader de Atenas que había llegado a Alejandría en busca de negocios y placeres. Se enamoró locamente de Korinna desde el primer instante en que la vio caminar por su lado, con su vestido blanco y su largo cabello rubio trenzado sobre su cabeza. Le ofreció una suma generosa por pasar una noche con él, y ella aceptó sin vacilar, pues necesitaba el dinero.

Filipo resultó ser un amante ardiente y cariñoso, que la hizo sentir cosas que nunca había sentido con ningún otro hombre. Le contó historias maravillosas de su vida como viajero por el mundo conocido, le mostró objetos exóticos y curiosos que había traído de sus expediciones comerciales, le regaló joyas y perfumes de Oriente y le compró una nueva mansión.

Korinna no podía creer la suerte que había tenido al encontrar a Filipo, que le ofrecía una nueva oportunidad de vivir una vida plena y feliz.

Durante los seis meses que Filipo permaneció en Alejandría, Korinna se enamoró perdidamente de él y soñó con una vida en común, en una casa hermosa y acogedora, rodeada de campos fértiles y una prole numerosa. Filipo la besaba y la abrazaba, pero siempre se mostraba esquivo y distante cuando ella le hablaba de sus planes de futuro, siendo esta una reacción que ella no supo interpretar hasta mucho después.

LA FORMA DEL VIENTO {En proceso}Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin