Capítulo 1 El futuro comienza a escribirse

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Danielle miraba los colores de la aurora boreal. No era común que apareciera en esas fechas, pero allí estaba con su manto de diferentes tonalidades; parecía mágico, aunque sabía que no era así. Este era solo un evento de la naturaleza y nada tenía que ver con los hechiceros, ¿o sí?
Se acomodó en la ventana desde la que la veía y peinó su cabello rojo, mientras pensaba en lo que sentía en el aire, las sensaciones que le despertaban, los aromas que traía.
No escuchó a su hija, Maëlis, entrar de forma sigilosa, mientras se ubicaba detrás de ella, es más, ni siquiera sintió el aroma a jazmines que la caracterizaba.
—Madre, ¿no crees que la aurora boreal es un mal presagio? —preguntó mientras se ubicaba a su lado—. Las cosas últimamente no han estado bien. El viento está intranquilo, salvaje y no es por un efecto de la naturaleza.
—No, no lo es. Las cosas están cambiando. Las consecuencias de la piedra falsa de Maa’t están comenzando a ser visibles.
Maëlis bajó la mirada, aún se sentía culpable por ello y las marcas de sus muñecas denotaban cómo la había afectado.
—Madre, la…
Ambas miraron a la aurora boreal, la miraron sorprendidas sin siquiera poder articular algún sonido y sin moverse.
Danielle se incorporó al igual que su hija y ambas observaron las imágenes que aparecían en la aurora. «Una niña y un niño de ojos especiales. El tiempo desgarrándose. Los hilos de vida destruyéndose. Un sentimiento tan fuerte que no podía desaparecer aun siendo preso del dolor y las tempestades».
Entonces, la aurora desapareció dando lugar al amanecer.
—¡¿Madre, acaso eso es cierto?! —dijo Maëlis con terror en sus palabras.
Danielle la abrazó y luego la miró a los ojos con la misma expresión, pero sin ponerle palabras.
El viento se hizo denso, como el calor de verano, pero traía algo más. Un sabor amargo, un aroma agrio y ambas supieron que el tiempo comenzaría a rasgarse.
—Lo es, hija mía. Es el futuro y nada podemos hacer, más que esperar, que los niños que vimos sepan escoger el camino adecuado. —Tomó su rostro con ambas manos. —Hija mía, quizás el que esa piedra falsa estallara ya estaba escrito, así debía pasar, así que… —Tomó sus muñecas. —No vuelvas a hacerte daño, aunque lo hagas, el futuro seguirá su curso.


La Ciudad de Almas estaba decorada por el festival de Rosas Azules. Había puestos de compras de todo tipo de objetos. Era uno de los pocos festivales donde se podían mezclar miembros de las diferentes ciudades sin restricciones. Niños y adultos podían disfrutar del florecimiento de las rosas azules y, además, como se venía haciendo desde hacía nueve años, la celebración del día en que la piedra de Maa’t se reconstruyó.
Keira, de siete años, iba tomada de la mano de su padre Charles Frisher, tenía un vestido azul que contrastaba con sus ojos, el cabello rubio y ondulado y una energía gigante. Su padre tenía puesto un traje azul marino y miraba todo a su alrededor.
—¡Papi, mira los peluches! —dijo Keira señalando un puesto de los hechiceros.
—Ya tienes muchos, mi pequeña —dijo mientras la tomaba en brazos—. Tenemos que ir hasta el puesto principal de lords y ladies del tiempo, allí van a estar tu madre y hermanos.
—Papá, ¿por qué se festeja eso de la piedra del mal?
Pasó sus manos alrededor del cuello de su padre.
Frisher rio despacio.
—Piedra de Maa’t, Keira. Es una piedra que equilibra todo en este mundo y hace nueve años se reconstruyó y todo volvió a la normalidad, ni tú ni tus hermanos habían nacido aún.
—Creo que algo sé de ella, estoy estudiando en clases. ¡Mira, papá, es el puesto de alquimistas! ¿Puedo ir?
Lo miró con ternura.
—Está bien, ve, yo tengo que preguntar algo por unos puestos. Escúchame, nada de irse lejos.
—Está bien.

Un niño con un ojo azul y otro verde, vestido con el uniforme azul del orfanato para alquimistas híbridos y con guantes del mismo color, caminaba entre la multitud sosteniendo una bolsita de semillas. Tenía nueve años, pero era algo bajito para su edad. Se había distanciado de su grupo y trataba de esquivar las miradas de sus ojos. Así que los cerró y dio pasos a ciegas. Entonces, se dio contra alguien.
—¡Fíjate por dónde vas! —dijo la voz de una niña, mientras se levantaba y se sacudía el vestido.
—Perdona, cerré los ojos un instante —dijo el niño con tono tímido, mientras le extendía la mano—. Soy Steven.
—Yo soy Keira. —Tomó su mano. —¿Por qué ibas a cerrar los ojos al caminar? Eso es tonto.
—Es que… se me metió algo en los ojos —dijo de forma nerviosa.
Keira miró a sus ojos y le llamó la atención que fueran de diferente color, pero más lo hizo el verle usar los guantes.
—¿Te hace frío? Digo, por tus guantes.
—Un poco… yo… debería volver con mi grupo, deben estar buscándome.
—Espera, ¿no quieres venir conmigo al puesto de alquimistas? Seguro venden armas para niños, dicen que los alquimistas pequeños las hacen.
—No sé, yo soy un alquimista híbrido y a los alquimistas puros no les agrado.
—¿Por qué? Eres alquimista de todas formas.
—Creo que porque es malo. Eres la primera persona que me dice eso.
—Si quieres vamos a otro lugar, entonces.
—No, debo volver.
Le extendió la bolsa de semillas.
—¿Por qué me las das?
—Es como disculpa por hacerte caer, son semillas de flores nomeolvides.
Keira las tomó y le sonrió, mientras sintió por dentro que no iba a olvidar ese momento. Lo cual le pareció extraño, porque, aunque fuera un alquimista y nunca había tenido contacto con un niño así, no dejaba de ser uno más.
—Gracias.
Steven se sacó los guantes y tomó las manos de ella sonriendo, ni él sabía porque lo hacía, pero sentía que así debía ser. Entonces algunas imágenes que no comprendía aparecieron en su mente, pero no le importó.
Keira se estremeció, porque jamás había sentido como una electricidad al tomar sus manos y tampoco había visto imágenes difusas que aparecieron en su mente, pero lo disimuló y solo le devolvió la sonrisa.

—El viento trae la verdad, trae aires de un futuro que hoy comienza a escribirse —dijo Danielle a Mäelis, mientras miraba a lo lejos a los niños.
—Son ellos, los niños de la aurora boreal. ¿Verdad, madre?
—Sí, son ellos.

La llave del tiempoWhere stories live. Discover now