9:25 Capítulo 1

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Ese día mi barrio cambio para siempre.
Un 7 de enero de 1955, cuando la vida de cada uno de los habitantes de mi barrio volvía a la normalidad, luego de un diciembre y un fin de año tan típico y lleno de costumbres como esos que solo existen acá. En las más hermosas profundidades de una ciudad como Medellín, en un barrio como Alfonso López, nací yo.

A las 9:25 de la noche mi madre me contuvo a este mundo qué tiempo después me haría pedazos.

En estas señeras calles de los barrios, la lengua es incluso más rápida que el viento. Y como el mío no era la excepción, rápidamente algo se empezaba a decir: "Nació la hija de Nancy, esa pelada tiene 16 años, no va a ser nadie" mientras que otros respondían "Todo eso es culpa de Martha (mi abuela) por no frenarla desde chinga, eso siempre se supo, en la cara se le veía que era alborotaita'"

Lo curioso es que ese día, en las estrechas casas que existen acá, que parecen abrazarse cuando dormimos, todos soñaron lo mismo. Desde Mateo, quien ahora es mi mejor amigo y solo tenía 5 meses de nacido, hasta Estela, que tenía 98 años. Absolutamente todos soñaron exactamente lo mismo.
Un sueño que algunos disfrutaron, otros maldijeron y otros ignoraron. En el cual yo estaba mirando hacia el cielo, teniendo a mi abuela en los brazos, llena de sangre, con toda la inmensidad de dolor y sufrimiento marcada en mi cara y una multitud de gente mirando la escena, intactos y pasmados detrás de mí.
Sueño del cual se habló en el comedor a la hora del desayuno en las casas, solo entre familias, hasta las más disfuncionales lo hicieron. Pero como pocas veces, lo extraño es que no salió de las paredes de cada hogar, ninguna señora chismosa le contó a su vecina y fue algo que quedó en la mente de cada uno de ellos.

¿Por qué ese día cambio a mi barrio? Se estará preguntando usted, lector.
La respuesta es un poco compleja porque fue un cambio lento, flemático. Y solo se notaría hasta exactamente 12 años después.

Mi abuela se convirtió en mi pilar de vida, en mi madre, en mi padre, en mi abuelo, en mi hermana, en mi mejor amiga, en mi todo.
Mi mamá, Nancy. Me abandono cuando yo tenía solo 3 años y mi abuela, Martha quedo a cargo de mí.

El 7 de enero de 1967, cuando yo volvía a mi casa en una noche fría, con una gran lluvia que caía fuertemente en la calle, una calle sola donde únicamente deambulaban los cuerpos más deshabitados y yo con un extraño dolor en el pecho que me perturbaba cada vez más mientras me acercaba a mi destino, volviendo de la biblioteca, el día de mi cumpleaños.
De reojo miré el reloj que tenía puesto en mi muñeca izquierda, marcaba las 9:25

Vi al comienzo de mi cuadra gente, mucha gente mirando hacia mi casa, con policías y forenses vestidos con sus nostálgicos trajes blancos y en ese momento, mi corazón lo supo. Mi cuerpo corría hacia mi casa, pero mi mente divagaba en recuerdos con ella y no querían moverse de ese lugar nunca más.

Al llegar solo pude ver a mi abuela ahí tirada, llena de sangre y una maldita bala que atravesaba justo en la mitad de su frente, exactamente en el lugar donde tenía un lunar que me heredó y que tengo también yo, exactamente en ese mismo lugar.
Me agaché a su lado y lloré, luego la sostuve con mis brazos, miré al cielo y todo se veía borroso, escuchaba murmullos de la gente y la poca compasión de la mayoría de ellos.
Este instante es lo último que recuerdo de ese día, el peor de todo mi vida.

Yo, una niña de 12 años perdió a su abuela, quien era más que su abuela. Quedé sin un hogar, un amigo, un familiar, porque ella era lo único que existía en mi vida como algo más que una simple partícula importante o en la que estuviera interesada, aparte de los libros y de las hojas y lápices en las que hoy puedo plasmar esto.
Pero no solo la perdí a ella, también me perdí a mi, para el resto de mi eternidad.

Las horas de mi barrio Where stories live. Discover now