El diván

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El principe consorte se preparaba para pasar otra noche en vela.

Hacía menos de un año, un joven e inocente Aegon Targaryen se había casado con el actual Príncipe Heredero Jacaerys Velaryon en dos ceremonias, una bajo la Fe de los Siete y otra según las costumbres valyrias. Y si bien el rubio no había podido pasar mucho tiempo a solas con su prometido, estaba entusiasmado con su amado esposo y con la futura familia que formarían juntos.

Sin embargo, su felicidad resultó efímera, pues cuando llegó la hora en que ambos fueron conducidos a las que serían sus nuevas habitaciones, el príncipe esperó que los dejaran completamente solos para buscar rápidamente su ropa y sin siquiera voltear a mirar a Aegon, hacerle saber que su matrimonio sería solamente de nombre y que él amaba a otra y no tenía ningún interés en consumar su matrimonio con él, argumentando que así sería más fácil anularlo cuando subiera al trono y pudiera desposar a su omega elegida.

Esa declaración había sido devastadora y Aegon pasó el resto de la noche llorando con el corazón roto, hasta caer rendido por el cansancio. A la mañana siguiente, había limpiado su rostro lo mejor que pudo y ordenado a las sirvientas que le prepararan un baño caliente, haciendo grandes esfuerzos para no sonrojarse cuando se dio cuenta que sus miradas se dirigían a la gran cama, corroborando por su pulcro estado que su matrimonio no había sido consumado y que su esposo ni siquiera había pasado la noche con él.

Así pasaron sus primeras semanas de casado, con Aegon buscando constantemente pasar tiempo con su esposo y este rehuyéndole, excusándose con cuestiones de estado o entrenamientos. Entonces el rubio, temeroso de lo que pasara con él y de ser separado del alfa que a pesar de todo seguía dentro de su corazón, ideó un plan para aislar a Jacaerys y conversar con el.

El moreno, una vez más, habia intentado esquivarlo, pero el rubio, decidido, le confesó su deseo de que tuvieran un matrimonio real, pidiéndole una oportunidad para que formaran un verdadero matrimonio. Jacaerys se sintió conmovido por su súplica y por sus ojos inundados de lágrimas, pero se mantuvo en silencio, dándole de todas formas una respuesta a su esposo. A pesar de la clara negativa, Aegon le informó que como muestra de ese ferviente deseo, no volvería a dormir en la cama que se suponía sería de ambos hasta que Jacaerys decidiera por fin consumar su matrimonio. Dicho esto, el rubio dio media vuelta y salió de aquel saloncito, dejando a un moreno frunciendo el ceño en señal de culpa y frustración.

Con el paso de los meses, Aegon mantuvo su promesa, haciendo que los sirvientes trajeran un diván que había estado en sus habitaciones de soltero y qué era el lugar en donde ahora él reposaba todas las noches, cayendo dormido después de pasar horas llorando por el esposo que lo despreciaba y que prefería pasar sus día suspirando por otra.

Y para su mayor desgracia, sus noches se hicieron más difíciles cuando sus hermanos llegaron a la Fortaleza Roja con sus esposos e hijos y Aegon pudo comparar su triste matrimonio con los felices enlaces que Helaena, Aemond y Daeron habían formado con sus cónyuges. Aún así, el joven príncipe se mostraba siempre sonriente ante todos, enfocándose en sus proyectos de ayuda al pueblo y en estrechar lazos con los otros omegas de noble cuna, esperando incansablemente a que los dioses se apiadaran de él y cumplieran por fin su deseo más profundo, poder demostrarle a su esposo el profundo amor que tenía para darle y que su príncipe correspondiera por fin a ese sentimiento.

El divánWhere stories live. Discover now