Prólogo

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Estaba muerta, no había otra explicación. Recordaba el temblor, correr por los pasillos hasta conseguir las escaleras de emergencias, tomada de la mano de su compañera de cuarto y luego... Nada. Realmente no recordaba nada más. Esperaba que Ximena —su compañera de cuarto por los últimos dos años— hubiese sobrevivido, después de todo ella fue quien la despertó cuando el temblor comenzó y que por su extremo cansancio no se dio cuenta.

            Contempló el gran estado que se extendía frente a ella a través del cristal de su ventana en el cuarto piso de la mansión. Las vistas eran agobiantes, con guardias patrullando los jardines bajo una concentración sobrehumana. Había pasado más de una semana desde que despertó en aquel mundo y seguía sin creer lo que tenía frente a ella.

No era una creyente del cielo o del infierno, pero este lugar excedía todas las descripciones que un día llegó a escuchar en su escuela.

            "No confíes en el príncipe Oswyn, la muerte vendrá con él."

            Recordaba la nota con una terrorífica precisión. Cuando finalmente decidía dormir, recuerdos de esta vida la aterrorizaban. Ella era la nieta de una de las peores brujas que existieron en el continente; una bruja que trajo miseria del mundo, comía niños, creó guerra entre los reinos y se bañaba en la sangre de vírgenes o, esa era la historia que vendía el reino de Eilivur a todos.

Los recuerdos de Kirsi —el nombre del cuerpo donde reencarnó— con su abuela Galia eran completamente diferentes a todas esas ridículas historias sobre la Gran Babaist. Incluso su padre le prohibió visitar a la mujer así su lavado del cerebro se mantenía intacto.

Catalina —el nombre de su antiguo cuerpo— no sabía que pensar. En la Tierra las brujas no eran reales, la magia no existía y, sobre todo, ella no era la hija de un duque comprometida con la mismísima persona que la iba a matar.

Dos toques en la puerta la alejaron de sus pensamientos, su corazón acelerándose, el libro en su regazo cerrándose. El diario de Kirsi. Alan, era el mayordomo de la casa Al'zamstar. Su cabello amarillo casi blanco estaba peinando hacia atrás como el de los guardias, con el traje sin ninguna imperfección incluso a aquellas altas horas de la noche. Ella se preguntaba cómo lo hacía cuando ella se la pasaba encerrada en su habitación en sus pijamas.

—Señorita Kirsi, ha llegado una carta de su alteza real el príncipe heredero.

Oswyn solo quiere usarte, nos repudia. Solo quiere el control del ejercito de nuestro padre.

Sus manos temblaron al tomar la carta de la bandeja de plata. Alan hizo una reverencia antes de salir de su habitación cerrando la puerta a su espalda detrás de él. El papel tenía un interesante patrón en el envoltorio, no podía determinar con precisión qué era el dibujo, pero la distrajo por minutos hasta que la cera roja con el cello de la familia real comenzó a llamarla.

"Mi adorada Kirsi, me informaron de tu accidente en las escaleras del otro día. El doctor nos explicó que no era nada para preocuparse más que unos cuantos raspones. Le agradezco a los dioses que nada terrible te ha pasado. Espero que puedas venir a visitarme al palacio de la reina en dos días como lo teníamos planeado."

Inola arrojó la carta al fuego de la chimenea a su lado. No tenía que ser un prodigio para leer los mensajes escondidos en la carta. Si realmente estaba tan preocupado por ella, el príncipe fácilmente pudo ir a visitarla; enviar medicinas de aquel gran laboratorio que tenían en la capital o enviarle unos miserables chocolates, como cualquier otro novio. No una tonta carta que mostraba su poco interés en ella.

Observó una ultima vez a través de la ventana, un guardia le devolvió la mirada antes de que cerrara la persiana. Estiró la falda de su vestido rojo antes de caminar a su armario. A diferencia de la pequeña caja de zapatos que llamaba su armario en el dormitorio de la universidad, este era tan gran como tres habitaciones en su edificio.

Estaba abarrotado con vestidos pasando por todas las tonalidades del arco iris, joyas con diamantes de todos los tamaños y zapatos que rozaban lo ridículo. En su vida pasada nunca estuvo ni cerca de los lujos que esta simple habitación tenía.

Apretando el diario a su pecho, corrió los vestidos de derecha a izquierda hasta crear un hueco que le permitía ver la pared al otro lado, el dibujo de un gato negro giñándole un ojo. era tan pequeño que cualquiera lo pasaría desapercibido.

Inola abrió el diario de nuevo, pasando las páginas desesperadas hasta conseguir la indicada.

Para hacer que el gato dance, al gran zorro deberé entrega mi corazón y sumirme dentro de sus fauces hasta que la oscuridad y yo seamos una.

Recitó pasando la punta de su dedo índice por la figura del gato. Las pequeñas grietas alrededor de la figura del gato iluminándose con una tenue verdosa hasta que escuchó la oca arrastrándose, polvo comenzando a volar por todo el closet haciéndola estornudar. Inola tomó la capa más oscura, sus mejores botas y un candelabro antes de adentrarse al túnel, su cuerpo sumergiéndose en la oscuridad.

El viento gélido de las montañas impactaba furioso sobre sus mejillas, sentía la piel estirada hasta que todas las pocas arrugas de su nuevo rostro desaparecían. No pensaba que el castillo estuviese tan alto, sus pobres pulmones no estaban acostumbrados a ello o, a las vistas de una muerte inminente desde el borde de la ventana. No tenía ni la menor idea si estaciones pasaban por aquel mundo, en su antigua cuidad solo tenían calor y lluvias, a veces, calor y más calor.

Ahí, aferrada por su preciosa vida a la piedra negra de la torre, había visto por primera vez la nieve en su vida.

Era una terrible idea, pero cuando estaba en el seguro suelo no lo había pensado dos veces. Cuando era pequeña se la pasó escalando árboles persiguiendo iguanas, no le veía la diferencia a un gran castillo sobre filosas montañas que daban directamente a un mar negro con rocas puntiagudas como pinchos para poner pollo en vara.

Tragó fuerte. Era una ilusión. Una simple ilusión.

Y si moría quizás regresaría al mundo real y finalmente despertaría de aquel sueño.

Con su espalda pegada a la roca y un mano aferrada a una columna, estiró su mano libre hasta la ventana a su izquierda, su mano entumecida por el frío trazó el marco de hierro, con un buen empujón a las pequeñas puertas estas cedieron dándole vía libre a la habitación.

Se arrastró como un gato hasta que el tacón de sus botas negras tacó el suelo, las baldosas de tablero de ajedrez firmes, su cuerpo temblando. La excitación del momento casi la hizo olvidarse de donde estaba, dando saltitos de emoción si no fuesen por las voces al otro lado de la puerta diagonal a ella.

La habitación era tan grande como la visualizó, era en total tres: el cuarto principal donde ella estaba con la cama, a la derecha el estudio y al otro lado la puerta, donde se recibían a las personas y tomaban el té. Su cuerpo alarmado corrió al estudio, inmenso, como todo el castillo. Sus pulmones se quedaron sin aire al apreciar los libros que forraban las paredes purpuras de comienzo a fin, un gran candelabro de araña negro cayendo sobe su cabeza. Ese sin duda la podría matar si se le caía encima.

Su cuerpo se convirtió en la sombra de un gato cuando la puerta finalmente cedió. Ahí estaba la figura a la que todos le temían, el Gran Rey Zorro. Un demonio. El último de su especie.

El Ascenso de la BrujaWhere stories live. Discover now