Flor de Luna

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Harry suspiró y levantó la vista con los ojos entrecerrados. El sol estaba inclemente ese día, el cielo muy azul y las pocas blancas y esponjosas nubes no cubrían ni de cerca el radiante sol. Se ajustó su gorra de beisbol para que le cubriera mejor el rostro y se dirigió a recoger algunos papeles que eran movidos por el viento antes de que cayeran al mar.

Recoger basura en las playas era una de las actividades voluntarias que más le gustaban de su estadía en el Centro de Salud donde estaba.

Podía hacerlo solo o a veces en pareja, pero se sentía reconfortante hacer algo útil y desinteresado por el mundo; tal vez no era lo mismo que salvar el mundo mágico de uno de los locos más terroríficos de la historia del Reino Unido, pero te daba la sensación de estar haciendo algo bueno mientras te sanabas tú también por dentro con cada papel, pedazo de plástico o pieza de basura que recogías de la arena brillante.

Harry no la había tenido fácil desde que finalizó la guerra.

Los juicios lo dejaron estresado. Su presencia era requerida en todos lados: en los funerales, por el Ministerio, en los juicios, hasta que finalmente, un día Harry no pudo más.

Harry tuvo una crisis en público y tuvo que ser sacado por Ron y Hermione luego de un ataque de pánico que casi lo mata. Fue diagnosticado con estrés y trauma post guerra, pero honestamente, parecía que a nadie le importaba. Solo querían que estuviera allí en todos lados, consolando a otros, siendo la imagen del nuevo Ministerio, de la nueva sociedad mágica, mientras él se desmoronaba cada día un poco más por dentro. Pero llegó a un punto que supo que ya no podía dar más.

Afortunadamente, un Sanador de San Mungo muy amable lo apoyó. Harry sabía que Hermione se había decepcionado un poco de su fragilidad, que Ron no entendía que se tuviera que apartar de la sociedad mágica, que Ginny le miraba con ojos dolidos, que Molly no aceptaba que se fuera lejos, pero Harry tuvo que salvarse a sí mismo si es que esperaba que quedara algo que salvar de su ser, y finalmente, se fue a América para recuperarse como recomendó este Sanador.

Este por un tiempo le mantuvo aislado en San Mungo, le ayudó a investigar sobre un lugar a dónde ir, le indicó lo importante que era su propia recuperación, su salud física y mental y cuidó de que pudiera salir anónimamente para América, no le reveló a nadie, ni siquiera a sus amigos más cercanos, su paradero. Cumplió su compromiso de permanecer anónimo por el tiempo que hiciera falta.

Lamentablemente, Harry no podía confiar en nadie más porque nadie le entendía. Parece que ni Hermione entendía la magnitud de su malestar y su cansancio. De alguna manera, incluso ella parecía pensar que debía seguir esforzándose por el bien común, porque al parecer todos allí le necesitaban. Pero Harry era consciente de que ya había hecho mucho por el bien común. Dumbledore le pidió entregar su vida... y él lo hizo. Ahora que la tenía de vuelta, sentía que se merecía sanar y recomponerse, de descubrir quién era él sin el peso de ser el Salvador del Mundo Mágico y qué quería hacer con su vida.

En Estados Unidos, primero fue recibido en Costa del Mar, un lugar de descanso para problemas con adicciones, crisis nerviosas, estrés, depresión, entre otras palabras, gente rota como él.

Luego de un tiempo superando su incapacidad de actuar y relacionarse, Harry empezó a convivir más con el resto de la población de la institución, y ya habiendo pasado semanas, empezaba a sentirse mejor.

Afortunadamente, este lugar le permitía un anonimato. Harry sabía que ser Harry Evans no le iba a ocultar de alguien que conociera su historia, pero por un tiempo, no quería ser Harry Potter. Solo Harry. Y el apellido de su madre para Harry era sumamente apreciado. Esa mamá que murió por él, cuyo amor fue un escudo hasta cuando se entregó a la muerte voluntariamente y le permitió volver a la vida.

Flor de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora