Abrí los ojos con pesadez y me levanté de la cama ante las quejas de una somnolienta Andrea. Bajé las escaleras despacio para no despertar a nadie y puse agua para hacerme un tecito.

— Por supuesto que ibas a estar tú despierta a esta hora.— Rodeé los ojos al sentir su presencia detrás mío, me callé, tenía todas las de perder cuando lo tenía tan cerca, siempre había conseguido hacerme sentir diminuta, no solo físicamente.— Que silencio, ¿Te comió la lengua el gato?—

— Los ratones.— Murmuré estirándome para agarrar una taza, agradecí ser alta, prefería pegarme un tiro antes de pedirle ayuda, puse un saquito de té y me llevé mi taza hasta el sillón.

— ¿Qué?—

— So.— Moví el saquito con la esperanza que se hiciera más rápido.— Se dice "te comieron la lengua los ratones"...—

Había hecho mal, sentada hecha una bolita en el sofá me hice chiquita en el lugar, dejándole espacio para que llene la habitación, para que me domine su actitud, no debería haberlo hecho.
Se me acercó de a poco, como si tanteara el terreno, como si tuviera miedo que lo mordiera, me llevé la taza a los labios y sorbí un poquito. Le dejé espacio para que se me acercara, bajé la guardia, me cansé de rechazarlo.

Se sentó frente a mi, obligándome a mirarlo, sus ojos azules me analizaban como si yo fuera una trampa, en parte sabía que él todavía seguía procesando que yo estaba allí, sentada frente a él, y lo sabía porque yo lo sentía igual.
Con toda la calma del mundo me volví a llevar la taza a los labios, tomé un poco de té amargo que me quemó la garganta. Sus manos viajaron a mi cara y me secó la boca con un dedo, aparté la cara recelosa.

— No te di permiso de tocarme.—

— Creí que nos teníamos confianza.— Su voz sonó dulce, quería hacerme creer que la que tenía el control era yo, me endulzaba el oído con lo que creía que yo quería oír.

— La confianza que te tenía desapareció sabés muy bien cuando.— No apartó la mano, al contrario, jugó con mis límites, me apartó un rizo rebelde de la cara y lo acarició como si yo pudiera sentirlo.

El silencio era ensordecedor entre los dos, el tenía miedo de hablar y yo no tenía nada para decirle, di un último trago a mi té con la esperanza de que lo caliente del brebaje me abriera aquél nudo que se hizo contra mi voluntad, él tomó la taza y la apartó a la mesita de café detrás de él.
Yo no quería pedírselo y su orgullo era demasiado grande como para hacerlo, nos miramos unos minutos como si pudiéramos leernos la mente pero ninguno de los dos se movió.

Sus dedos buscaron los míos y enganchó nuestros índices con los ojos tristes, pidiendo permiso, yo no me inmuté.
Pestañeé para él como si mi silencio fueran palabras, parecía entender todo lo que mi cuerpo tenía para decirle, destensó los hombros y con toda su grandeza se hizo pequeño ante mis ojos casi de manera literal.
Con una última mirada me suplicó otra vez antes de hacerse una bolita y recostar su cabeza en mi pecho, se llevó nuestros dedos a la boca en un beso tímido, íntimo.

Le rodeé la espalda con los brazos y enterré la nariz en su pelo sabiendo que no había nadie para juzgarme por mis acciones, nadie para decirme que me amara un poco más, nadie para gritarme más de lo que mi yo interna ya lo hacía.

¿Qué haces? ¿Por qué lo abrazas? Separáte, él nos hizo mal.

Mis propias palabras resonaban una tras otra vez en mi cabeza hasta que las apagué y cerré los ojos, me latía el corazón como loca y no pude evitar temblar, no sabía si de cólera conmigo misma o de miedo.

Llevaba en mi corazón mucho resentimiento por el maltrato, rabia, ira, no confiaba en mí, no me conocía, no sabía quién era yo, pero lo más terrible de todo era que tenía una fe demasiado tibia y una concepción distorsionada de la presencia de un poder superior en mi vida. Porque en él había encontrado un lugar seguro donde podía ser yo misma, expresar mis emociones y sentimientos como nunca antes lo había hecho y como nunca antes me lo había permitido.

Entonces como podía explicarme a mi misma que él no era una persona en la que podía confiar y como podía decirle a mi yo herida que quizá lo que necesitaba era perdonar.
No podía, no podía hablar con ninguna de las dos partes y aunque me doliera tampoco podía sanar ese dolor que me provocaba su presencia, jamás me lo había permitido en estos largos 10 años, había sellado la pared que me llevaba a sus recuerdos y no la había derrumbado hasta que lo ví frente a mi puerta y ese dolor y el sentimiento de traición volvió a hacerse presente.

Quería apartarlo de mi, golpearlo y llorar, pero cómo podía hacerlo cuando su toque era lo que había anhelado tanto tiempo y la razón por la que yo no podía mantener ninguna clase de relación sentimental.
Sus brazos me estrecharon aún más fuerte cuando volví a temblar sin yo poder controlarlo.

— Por qué...— Susurré en su pelo, recostando mi cabeza sobre este, el solo me hundió un poco bajo su cuerpo como si quisiera reconfortarme de formas que con palabras no podía.— Por qué de todas las personas me tuviste que hacer eso a mí.—









NOTA DE LA AUTORA:

Les volqué mi corazón en un capítulo, espero que lo disfruten porque lloré volviendo a recordar cómo se siente depender emocionalmente de alguien.

Update: Oficialmente estoy en mi primera semana de clases, no se bien como sentirme, solo sé que quiero comer sanguchitos de miga con una Pepsi de 3L con mi novio mirando un stream de nuestro titán.

REFLECTIONS | Misho AmoliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora