—Ojalá algún día.

Max le pasó el cigarrillo a Sergio y continuó secando las copas, sintiendo miradas fijas en él, que no se atrevió a ver de quién provenían, porque podía asumirlo.

— ¡Oigan idiotas! ¿Cuántas veces debo decirles que no se puede fumar aquí? —la voz de Carlos se escuchó en un tono cercano y alto —. Es un mal hábito y es de mala educación hacerlo frente a los clientes.

—Ay, Carlos, cállate, es Lando —respondió Checo, riéndose.

El español estuvo lo suficientemente cerca de ambos en cuestión de segundos, le quitó el cigarrillo a Sergio y apagó la colilla metiéndola en una copa que estaba llena de agua en el lavabo.

Max terminó de secar las copas y se dispuso a ordenarlas dependiendo de su tamaño y forma, aún sintiéndose observado por alguien cercano. Sabía que Charles aún seguía por ahí, por eso no se atrevía a mirarlo.

—Sea quien sea igual no pueden fumar aquí, además a Lan no le gusta el olor a tabaco —nuevamente habló el de tez bronceada, mientras se arreglaba las mangas de su camisa negra y miraba al mencionado.

Sergio soltó una sonora carcajada, mientras negaba con lentitud.

— ¿Por qué siempre tratas de ser perfecto cuando Lando está cerca?

—No es eso, Sergio. Sabes que no puedes fumar aquí y aún así lo haces —respondió el español, mientras fruncía el ceño —. Y Max sabe que tiene prohibido fumar porque la última vez se hizo tan dependiente que...

—Cállense, por favor —intervino el rubio, señalando disimuladamente a los hombres que estaban cerca, quienes miraban con atención a los bartenders y al vocalista de la banda.

Era obvio que Charles y Pierre estaban escuchando atentos la conversación. Y Max no quería que el monegasco se enterara de su pequeño problema con el tabaco, si es que así se le puede decir.

Cada vez, la idea de desaparecer de la vida del monegasco después de entregarle el cuadro, tomaba más fuerza en la mente de Max, quien sabía que ya nada era como en el pasado y que a lo mejor nunca volverían a tener el mismo tipo de relación que antes, porque habían cambiado mucho, no obstante, no terminaba de comprender el motivo por el cual Charles llegó de la nada, otra vez a su vida. No era justo, porque durante los últimos años vivió aceptando que lo de ellos no fue más que un amor inmaduro y adolescente.

Quizás puede sonar como un obsesionado con la idea de desaparecer, pero no podía evitarlo. Charles llamaba muchísimo la atención y además, se había ido de su vida desde hace mucho, no había motivo por el cual pueda aceptarlo a esta de nuevo. A la vida que había construido sin su presencia.

Cuando terminó con las copas, el rubio se puso a organizar las botellas de licor, que estaban esparcidas por todo el mesón de la barra. Poniéndolas una a una en orden dependiendo el color de estas y la cantidad de líquido que aún tenían, detestaba ver las cosas desorganizadas e incluso sucias, por lo que, la mayor parte del tiempo, su trabajo consistía en ordenar absolutamente todo lo que lo rodeara. Carlos le había dicho que aquello era una compulsión, pero para Max era la cosa más normal del mundo.

Un llamado, lo sacó de sus pensamientos sobre el pasado y el orden, Max se acercó hacia donde se encontraban Charles y Pierre, mirando a ambos con atención, dispuesto a escuchar el nuevo pedido de ambos.

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