No pudo dar otro paso, sino que cayó, y dio un grito de alarma, entonces se dio cuenta de que él la había estado conduciendo a la cama. Él no dijo nada, ni sonrió, ni se excusó, sólo se ubicó encima de ella, volvió a su boca y la besó otra vez.

-Abre tus labios -le pidió él-, por favor. Dame tu boca.

-Pero... yo...

-Por favor, Abby -él nunca había utilizado el diminutivo de su nombre, pero otra vez se quedó sin tiempo ni espacio para cavilar demasiado con respecto a eso. Ella le hizo caso y abrió sus labios y él se coló dentro. No sabía si esto era normal, o si era sano e higiénico, pero la posesividad de él la estaba marcando, como siempre. Elevó sus manos y las puso sobre su pecho; dentro de su boca, él la invitaba y la sonsacaba, hasta que comprendió qué era lo que quería y tímidamente lo tocó con su lengua. Él gimió al sentirla, y entonces empezó a moverse como una suave ondulación. Ambos tenían toda la ropa puesta, pero ella se sentía desnuda, con sólo un beso él estaba dejando sobre ella una marca de fuego.

Hacía tiempo que Maurice no besaba a ninguna mujer; había olvidado esta sensación de intimidad y confianza, había olvidado que un beso puede decir tantas cosas remplazando las palabras. Pero si su beso dijera algo con palabras, qué palabras serían?

Más allá del "qué bien sabes", "esto me gusta", "qué suave, qué cálida eres", su cuerpo estaba diciendo cosas que él no alcanzaba a descifrar, sólo comprendía que le estaba pidiendo más y más. Y él lo reclamó; se sentó en la cama entre sus piernas y la sentó a ella, la movió para quitarle el vestido, y sin notar la sorpresa o la confusión de ella, o tal vez notándola, pero no queriendo detenerse a dar explicaciones, la tuvo pronto en ropa interior en su cama.

Piel, piel, reclamaba su propia piel, así que empezó a luchar contra los botones de su camisa. Cuando sintió la mano pequeña de ella ayudarlo a quitarse la chaqueta que aún tenía puesta, se dedicó entonces a sacarse los zapatos, el pantalón, y pronto él también estuvo en ropa interior sobre ella. Sintió que ella quería preguntar algo, pero ahogó sus palabras en otro beso turbulento, asfixiante e interminable. El fondo de la boca de Abby era un oasis para un peregrino del desierto, y él se sumergió en él.

Maurice reclamó la boca de Abigail como propiedad y parte de su reino particular. Si hubiese podido, habría clavado allí su bandera y mandado a cercarla con minas y púas. Este era el beso más largo que jamás había dado, el más profundo, el más elocuente, porque también todo su cuerpo la estaba besando. Había sentido algo parecido una vez, hacía ya mucho tiempo, pero a comparación de lo que estaba sucediendo ahora, aquello había sido como la débil luz de una vela frente al astro rey. Abby había aprendido rápido, y eso lo enloquecía; empujaba con él, se enlazaba, se sobaba contra él. Qué manera de besar!

-Abby... -susurró él, y metió su mano bajo su espalda abriendo el broche de su sostén para dedicarse al fin al resto de ella. En cuanto le sacó la prenda, y sin pérdida de tiempo, él tomó sus pechos con sus manos y enterró la cara entre ellos. Abby volvió a gemir un poco sorprendida. La barba de él le hacía cosquillas, pero no unas cosquillas que la indujeran a reír. Cuando sintió la lengua de él rodearle uno de sus pezones lanzó un chillido de sorpresa. Esa lengua había estado en su boca, la conocía, y ahora estaba acá, y se sentía tan bien! Áspera, hábil, inquieta.

-Maurice -lo llamó ella poniendo su mano sobre sus cabellos, pero una vez allí las dejó quietas. Para qué alejarlo? Esto le gustaba. No sabía por qué él hacía todo esto, si tenía algún propósito especial. Tuvo que pensar que todo lo que había experimentado con él, al menos en cuanto a besos y toques se refería, nada tenía sentido, y nada parecía tener un propósito.

Él estaba besando su cuello, la línea de su mandíbula, a la vez que le sacaba las bragas y rodeaba con sus grandes manos su trasero. Tocar, tocar. Sólo eso ya estaba muy bien. Cerró sus ojos con fuerza y se dejó tocar, besar, lamer, chupar, y pronto se encontró a sí misma deseando más, más besos, más lametones, más duro y más fuerte.

Dulce Verdad (Saga Dulce No. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora