Yo soy tu esposo y él es tu jefe

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Mi esposa llegó al departamento con una expresión alegre en su rostro.

—Ya me estaba cansando de extrañarte —comienzo a decir, pero me interrumpen.

— ¡Cariño! Mi jefe me ascendió. —La felicito con un cálido abrazo y nos quedamos un momento juntos. —Sabes... tengo ganas de...

— ¿De qué? —pregunté y ella comienza a besarme muy apresurada. —, ¿dónde quedó el romanticismo? ¿Es que soy tu esclavo sexual o qué?

Dalila golpea mi hombro, fingiendo estar enojada, pero luego se ríe y se acerca a mis labios para acariciarlos. Ya estoy perdido en las curvas peligrosas de los suyos.

—Primero que todo, el romanticismo está sobrevalorado y... —vuelve a besarme. Cada vez que se aparta, me deja con ganas de más. —A quien voy a engañar sí que eres mi esclavo sexual, pero qué conste que tú también disfrutas de... mis órdenes, ¿a que sí?

Me encuentro con la cabeza apoyada en su cuello, desabrochando lentamente los botones de su camisa blanca, revelando su sostén negro, lo cual me resulta fascinante. Luego, Dalí coloca su brazo desnudo sobre mi pecho y siente los latidos de mi corazón. Estoy emocionado por tenerla a mi lado después de una semana ocupada en la que no pudimos encontrarnos debido a nuestras respectivas agendas. Cada vez que nos encontramos, recordamos por qué nos casamos, por qué decidimos vivir juntos y por qué, a pesar de lo difícil que puede ser, siempre buscamos momentos para estar juntos.

—Voy a tomar una ducha, Leo—, susurra Dalila mientras me besa el hombro. Se levanta de la cama. Aunque no he abierto los ojos, sé que está revisando su celular, es algo que suele hacer. —Ah, se me está agotando la batería... Cariño, ¿podrías ponerlo en tu enchufe? El tuyo carga más rápido.

— Mhmm... —murmuré en lugar de decir "sí".

— Gracias...

Oigo la puerta del baño cerrándose y minutos después, se escucha el chorro de agua caer. Ya sin su presencia calentándome, no tiene ningún sentido permanecer en la cama, además, dormí de diez. Me paso la mano por el cabello, despabilándome y de reojo, cuando de a poco voy abriendo los ojos, veo el celular de Dalila con una rayita roja en el símbolo de batería. Lo agarro y caigo en cuenta de que se olvidó de apagarlo. Ambos decidimos que cada quien, mientras haya confianza en esta relación, podemos mantener las cuentas de redes sociales privadas y tampoco es necesario saber la contraseña del móvil del otro. Ella no se sabe el patrón de mi celular y yo, tampoco el suyo.

Pero... algo, una fuente siniestra me incita a hacerlo, a revisar su celular, ya que cuando estoy por conectar con la ficha, le llega un mensaje, el cual tiene agendado como: "solo tú". ¿Por qué no aparece su nombre? Quizás sea obra de una de sus amigas. Y aunque quiera confiar y creer en esa posibilidad... Lo hago, voy a sus contactos y entro al chat. Y ahí, mí alrededor se oscurece y mi respiración se acelera. Mi esposa ha estado intercambiando mensajes con su jefe. El corazón que hace rato latía por su amor, ahora se aprieta y me tapo la boca para no gritar de enojo, de dolor y... sí, podría hacerlo, lo haría. Pero esa zorra no merece verme así de vulnerable. Dalila no merece nada, pues hace unas horas antes estaba dispuesto a dedicarle todos mis días y ahora solo quiero... esfumarme.

Dejo el celular a la izquierda y me tapo la cara, no voy a llorar, pero... necesito esconderme en mi mente, digerir esta noticia: mi mujer, la persona a la que amé por seis largos años, me ha sido infiel con el imbécil de su jefe. Pensarlo, con tanta claridad, me da... risa. Lo único que se oye en el cuarto en este instante, son mis carcajadas, tan fuertes que me duele la garganta a causa de ello.

— ¿Y tú de qué te ríes? —dice Dalila, mientras sale envuelta por una toalla. Cometo el error de verla a los ojos. Los cuales, al ver mi cara, pierden todo tipo de diversión y me observa frunciendo las cejas y luego ve el celular encendido sobre las sabanas. Un segundo es suficiente para entender qué sucede: — A-amor... e-este... yo...

Mil maneras de morir (DDT2)Where stories live. Discover now