Capítulo 8.- Anhelos y Tormentos

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Cersei se ajustó el vestido de seda dorada, su mirada reflejando el brillo de la ira y la determinación. Mientras descendía por los pasillos iluminados por antorchas, una sensación de resentimiento ardía en su pecho.

El sonido de una conversación llenó el aire conforme Cersei se acercaba. Al entrar se dio cuenta que su padre cenaba con su tío Kevan.

Su padre, sentado en la cabecera de la mesa, la miró con sus ojos fríos y sin emociones. El silencio se hizo palpable mientras Cersei se acomodaba en su asiento. Frente a ella, había un pavo marinado en jalea de manzana, olía delicioso, pero su apetito se había desvanecido.

—Por la mañana regresará el príncipe Rhaegar, va a presentar a su primogénita ante el rey y la corte —su padre soltó la noticia sin preámbulos, su corazón se detuvo por un instante—. La princesa Elia no pudo acompañarlo debido a su delicado estado de salud tras el parto.

Una oleada de emociones recorrió a Cersei. La envidia, el resentimiento y el deseo chocaban en su interior. Sin embargo, una pizca de alivio se esparció en su pecho al escuchar que Elia había dado a luz a una niña.

"Por poco muere dando vida a una simple niña... no será capaz de soportar un segundo embarazo, y Rhaegar necesita un heredero..." reflexionó, y el anhelo renació en su interior.

Su padre continuó relatando los detalles de la llegada del príncipe, pero Cersei apenas y prestó atención. Su mente estaba ocupada con sus propios tormentos y anhelos.

"Morirá" se convenció.

Sus pensamientos fueron tan dulces que sonrió sin notarlo.

Elia dejaría de ser un estorbo en su camino, y su padre arreglaría todo para que Cersei tomé el lugar que le pertenecía desde un inicio. Ella se convertiría en la princesa de Rocadragón y le daría a Rhaegar un hijo varón, un verdadero heredero.

Pese a ello, aún sentía punzadas de ira al pensar en Lysa Tully. La odiaba con intensidad, y el solo pensar en ella, la hacía enfurecer. ¿Cómo se atrevía a tratar de alejar a Jaime de ella?

Celos. Lo que sentía eran celos, lo sabía, pero ¿cómo podía ella sentirse así por una mujer tan insignificante como Lysa Tully?

"Porque ella tendrá a Jaime" se recordó.

Pensó en deshacerse de ella, cualquiera de sus collares sería más que suficiente para pagar a alguien que se encargara de ella, pero no tardó en darse cuenta de que incluso si lo lograba, tarde o temprano otra doncella ocuparía su lugar.

Jaime es el heredero de la casa Lannister y como tal, necesitaba un heredero.

Pero Jaime era suyo, y no estaba dispuesta a compartirlo.

La noche llegó y se fue sin que Cersei pudiese conciliar el sueño.

Cuando la criada se presentó para vestirla, ella ya estaba sentada frente a su tocador cepillando su dorada cabellera.

Había optado por lucir un vestido de gamuza verde que hacía que sus ojos brillasen con luz propia. Sabía que era la mujer más bella en la sala del trono, y las miradas que los caballeros le dedicaban se lo confirmaban, entre los hombres que la observaban, estaban presentes un par de ojos liliáceos que evocaban a la antigua Valyria, aunque no eran los que a ella le hubiesen gustado.

Desde el día en que puso un pie en Desembarco del rey, el rey Aerys la miraba de reojo, pero solo en una ocasión habían cruzado palabras.

—Tienes los ojos de tu madre —le dijo intranquilo.

Cersei lo tomó como un cumplido y le agradeció, pero no tardó en darse cuenta de que no lo era.

A su lado la reina Rhaella, una mujer de mirada triste y cansada, protegía con desesperación a su hijo más joven, el príncipe Viserys, de tan solo cuatro años que se escondía tímidamente detrás de su madre.

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