𝟎𝟎𝟏. strangers

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Tan pronto como Ana percibió la ira que emanaba del agarre de su novio, sospechó que volver no sería una opción.

—Hugo, por favor... Vamos dentro.

Su tono era suave, templado. Un susurro casi imperceptible, pero también desesperado.

Detestaba las discusiones.

La calma siempre había sido su método favorito a la hora de lidiar con los problemas, apagar las llamas con agua en vez de contraatacar con más fuego. Funcionaba con Marcos, su hermano mayor, quien tenía más adrenalina en el cuerpo que cualquier niño de ocho años; funcionaba con sus padres, y también con su mejor amiga. Creía que aquella estrategia iba a servirle durante el resto de su vida—y creía también que con Hugo pasaría lo mismo, que su naturaleza tranquila siempre congeniaría con el temperamento explosivo de su pareja.

No obstante, tras los primeros meses de noviazgo, las cosas habían cambiado, y ella... ella no tardó en descubrir lo mucho que al pelinegro le gustaban las tormentas.

Llevaban casi un año de relación, y todavía no tenía ni la más mínima idea de cómo lidiar con las rabietas de Hugo. Tan solo había aprendido que la furia lo cegaba, que su orgullo jamás lo dejaba ver más allá de sus propios zapatos y que, a pesar de su elevado estatus dentro del mundillo de la fama, no le temía a la idea de armar un escándalo a mitad de la calle, donde cualquiera podría verlos.

En ocasiones, Ana sentía que se preocupaba más por la reputación de su novio que él mismo.

—¿Para qué? —espetó el chico entre dientes—. ¿Para que sigas ligando con mis compañeros de trabajo?

—Joder, que no estaba...

Se detuvo a sí misma, mordisqueando el interior de su mejilla. Justificarse no serviría de nada: ya lo había intentado en varias ocasiones desde que salieron del hotel, y sabía bien que, mientras Hugo se encontrara indispuesto a escucharla, volver a negarlo no tendría caso.

Suspiró con pesadez, optando por escanear rápidamente la zona en busca de posibles paparazzis. Para su buena suerte, parecía que no había ni un alma en las calles; sabía, sin embargo, que no podía fiarse de nada. Así pues, mientras el chico maldecía por lo bajo, Ana cogió el borde de una de sus mangas, tirando ligeramente de la tela para captar su atención.

—¿Acaso quieres que la prensa nos pille discutiendo? —susurró. El corazón le taladraba las costillas, ansioso y desconfiado, y no pudo luchar contra el impulso de echarle otro vistazo a sus alrededores antes de volver a centrarse en el muchacho—. Tú más que nadie deberías saber lo que va a pasar si nos...

—La prensa es lo último que me importa ahora mismo —la interrumpió con brusquedad. Dio un paso hacia adelante, como si quisiera parecer más alto, más intimidante, pero Ana apenas pudo inmutarse; tenía los pies demasiado cansados como para siquiera pensar en retroceder—. Te traje aquí porque eres mi novia. Se supone que debes acompañarme, estar a mi lado, pero parece que eso te da igual, ¿no? —Hugo soltó una carcajada seca, cargada de ironía—. ¿Qué pasa? ¿Quieres humillarme, que toda la puta sala piense que mi pareja va tonteando con el primer famosillo que le pasa por delante?

El impacto de cada palabra fue tan fuerte, tan abrumador, que le arrebató el aire de los pulmones.

De repente, el oxígeno se había convertido en veneno. Un cuchillo imaginario le revolvía las tripas, y tuvo que emplear todas sus fuerzas para evitar llevarse una mano al cuello, tratando de aliviar el nudo que le apretaba la garganta. Se preguntó entonces si las lágrimas que empezaban a acumularse en sus ojos—aquellas que no se atrevía a derramar—se verían reflejadas en los de Hugo; los iris de su novio, sin embargo, permanecían distantes, cubiertos por aquel oscuro velo de rabia que dilataba cruelmente sus pupilas.

𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐁𝐔𝐑𝐍,   pablo gaviWhere stories live. Discover now