CΛPÍTULO 8

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Charmion era una mujer a la que los dioses parecían haberle sonreído, otorgándole una vida perfecta llena de comodidades y alejada de la maldad del mundo

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Charmion era una mujer a la que los dioses parecían haberle sonreído, otorgándole una vida perfecta llena de comodidades y alejada de la maldad del mundo. O, al menos, eso era lo que los habitantes de Hélade[1] creían al verla pasear por las calles con su vestido blanco, sus joyas de oro y su semblante radiante, ignorando que tras esa fachada se ocultaba una realidad muy distinta. No obstante, hubo un tiempo en que la joven también se dejó engañar por esa ilusión y pensó que poseía la gracia de los inmortales.

Nacida en el seno de una familia acomodada de Tebas[2], la muchacha de ojos melados y sonrisa dulce había sido educada desde temprana edad para convertirse en lo que se suponía que estaba destinada a ser: una criatura callada, recatada, amorosa y obediente.
Pese a las lecciones estrictas que se había visto obligada a soportar, Charmion creció envuelta en el cariño inconmensurable de sus padres Alexios y Kallistrate quienes, al ser ella su única descendiente, consentían sus caprichos tanto como les era posible: si deseaba comer dulces lo hacía hasta hartarse, si le apetecía tejer una manta con hilos púrpuras[3] removían cielo y tierra para dárselos y si se le antojaba viajar al reino de los sueños escuchando un relato de amor y batallas, usaban todo su ingenio para crear una leyenda tan sublime y cautivadora que podría rivalizar sin problemas con la bella y trágica historia de Helena y Paris[4]. Y no era de extrañar que la joven, tras recibir estas atenciones durante más de dieciséis años, terminara forjando una personalidad un tanto infantil y soñadora que la impulsaba a dejarse llevar con facilidad por sus impulsos y los que las personas a su alrededor le originaban.

Muchos tildaban esta actitud de extravagante e incorrecta, pero aquellos que conocían a la pequeña familia sabían de sobra que el motivo que se escondía tras tales acciones no era otro que el temor a que la joven dama pereciera antes que sus progenitores.

Lo cierto era que Charmion había nacido sin apenas un hálito de vida y las primeras semanas después de su llegada fueron un tormento a causa de las fiebres que la asaltaron nada más romper en llanto por primera vez. Padre y madre estuvieron con el corazón encogido día y noche, siendo incapaces de comer o conciliar el sueño. Para alivio y suerte de ambos, tras casi un mes de constantes súplicas y sacrificios en honor de Asclepio[5], este finalmente les brindó su ayuda y sanó la enfermedad. No obstante, y pese a la cura divina, la salud de Charmion quedó resentida de por vida, reflejándose su perpetuo estado de fragilidad en episodios espontáneos de fatigas y mareos. Cuando estos aparecían, el matrimonio se asustaba y agitaba y ella, sintiéndose atormentada por algo que escapaba a su voluntad, se propuso compensar su sufrimiento convirtiéndose en una hija ejemplar.
Por ello, cuando sus padres se sentaron junto a ella con el rostro serio varias tardes después de su decimoséptimo cumpleaños, la chica ya sabía cuál sería su respuesta fueran cuales fueran sus palabras:

Vas a casarte, Charmion —anunció su madre.

¿Casarme? —repitió ella con incredulidad.

LA FORMA DEL VIENTO {En proceso}Where stories live. Discover now