CΛPÍTULO 2

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Antia la condujo cruzando varias estancias vacías hasta un patio bañado por el sol que se extendía como un mar de piedra

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Antia la condujo cruzando varias estancias vacías hasta un patio bañado por el sol que se extendía como un mar de piedra. Lo cercaba una columnata cubierta de enredaderas que trepaban las superficies de mármol como serpientes verdes. Tras ellas, unos muros altos custodiaban siete puertas bloqueadas.

Con rapidez, ambas mujeres se dirigieron hasta el juego de hojas más ornamentado y resguardado de todos. Una vez frente a ellas, Antia, tras tomarse unos instantes para acomodar su ropa y la de la chica, levantó la mano y llamó.

—Adelante —dijo alguien desde el interior.

—Mirada baja y actitud servicial —le recordó la mujer antes de entrar.

Un aroma a menta y tomillo inundaba la habitación amplia. Las paredes, de un blanco inmaculado, estaban decoradas con tapices coloridos que narraban escenas mitológicas. El suelo de losas oscuras apenas era visible a causa de los diversos klismós[1] y divanes mullidos que lo cubrían.

La joven sabía que sus ojos nunca habían visto muebles tan extraños y majestuosos como aquellos. No obstante, lejos de sentirse atraída hacia ellos su atención, por extraño que pareciese, se encontraba enteramente volcada en el que sin duda debía ser objeto menos ostentoso de todos los que allí había: el telar, enorme y robusto, se alzaba contra la pared del fondo, justo al lado de una puerta muy similar a las que había visto en las caballerizas. Y allí, sentada frente a él, una mujer enfundada en ropajes rosados tejía dándoles la espalda. El sonido del telar era hipnótico, como una canción antigua.

—Antia… —saludó sin mirarlas.

—Mi señora Xanthippe.

—Has regresado antes de lo esperado —comentó con desgana la Señora—. Dime, ¿es eso indicativo de que las cosas han ido bien o debo preocuparme?

—Sabe que siempre me esfuerzo en realizar mis tareas con la máxima diligencia posible —dijo la sirvienta—. Y le aseguro que esta ocasión no ha sido diferente.

Xanthippe soltó las urdimbres y se giró hacia ellas. Su rostro era severo y orgulloso, con unos ojos verdes que parecían penetrar en el alma.

—Soy yo quien debe juzgar eso, Antia, no tú —le reprochó.

—Mis disculpas.

—Bien… —Xanthippe desvió su mirada hacia la joven y preguntó—: ¿cuánto has gastado por ella?

—Menos de la mitad.

La Señora levantó sus cejas, sorprendida.

—¿Tan poco?

LA FORMA DEL VIENTO {En proceso}Where stories live. Discover now