EL PODER DE LA TENTACIÓN - 2

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Reyes enarcó una de sus cejas.

—¿Y por qué haría algo así? Dejé esa mierda y lo sabes.

—Solo es un combate. Uno —recalcó—. Se va a mover mucho dinero y estamos dispuestos a darte un buen pellizco. ¿Le dirás que no a eso? —Insistió él—. El gimnasio está increíble, pero dudo que te dé miles de dólares al mes.

Eso estaba claro. Reyes no trabajaba allí dentro con el fin de llenarse los bolsillos o subir los ceros de su cuenta corriente. El boxeo lo era todo, profesionalmente hablando. A pesar de no haber sido campeón profesional, tal y como soñaba de joven, al menos le había sacado rendimiento. No iba a ponerlo en riesgo por un combate ilegal donde algo saldría mal.

Porque siempre ocurría alguna desgracia.

Echó un vistazo a Mark y se cuestionó su amistad con él. En el pasado se habían apoyado mutuamente y compartieron incontables batallitas. Todas ellas prohibidas. Apuestas, partidas de póquer amañadas, combates clandestinos... En fin, cualquier trabajo que les permitiera vivir de forma holgada sin hacer mucho esfuerzo. Pero Reyes no pensaba volver a ese tipo de existencia.

—Lo siento, Mark. Tendréis que buscaros a otro.

Él no borró la sonrisa de su cara. Si acaso, la potenció.

—Danos la oportunidad. No es por ser pesado, Reyes, pero nosotros te ayudamos siempre y jamás te hemos exigido algo a cambio.

—Mira, si estás intentando chantajearme, te puedes ir por donde has venido —espetó Reyes, con las manos sobre las caderas. La paciencia con ese tipo de gente no era su punto fuerte—. En mi gimnasio no se van a volver a celebrar combates ilegales.

—Tu amigo Massimo nos dejó una deuda de cinco mil dólares que tú mismo asumiste.

—Sí, hace cuatro años. Ha llovido mucho desde entonces.

—Precisamente, Reyes. Jamás te he exigido el pago porque sé que eres buen tío y que sabrías devolver los favores. ¿Me he equivocado?

Un músculo palpitó en su mandíbula. Mark le clavaba sus ojos azules encima como dos dagas de hielo. ¿Qué le iba a decir? ¿Que se metiera las amenazas por el culo? Sí, sería lo suyo, pero no cambiaría nada. Ese tipo era experto en lograr lo que quería sin importar el precio a pagar.

Reyes decidió que lo mejor era aceptar, saldar su deuda y sacarlo de su vida a cajas destempladas. Desde que Massimo, su mejor amigo, abandonó ese estilo de vida, los problemas habían bajado exponencialmente. Pero estaba claro que el karma aún le pisaba los talones y le tocaba dar la cara.

«Que así sea», decidió, tragándose el enfado.

—Muy bien. Uno solo —recalcó— y se acabaron las gilipolleces. ¿Entendido?

Mark suavizó su expresión y le dio un golpecito en el hombro, como si fueran colegas cercanos en lugar de viejos socios que compartían un pasado oscuro.

—El combate se celebrará en tres semanas. Viernes noche, y con entrada cerrada. Tú ganarás tu parte, indiferente del resultado, y nosotros nos dedicaremos a lo de siempre —explicaba con cierta excitación en la voz.

Él asintió con la cabeza y Mark se despidió de él con un guiño.

Nada más quedarse a solas, Reyes sopesó sus opciones. Aunque le pagase los estúpidos cinco mil dólares o le contase el asunto a Massimo, no cambiaría nada. Los hombres como Mark siempre exigían los favores, de una u otra forma.

Solo esperaba que ese combate ilegal no fuese el punto de inflexión en su vida y los pillaran con las manos en la masa después de años esquivando la ley.

TRILOGÍA DE NUEVA YORK - Capítulos de pruebaWhere stories live. Discover now