EL PODER DE LA TENTACIÓN - 1

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—Pues es evidente que no han acertado —se quejó Amanda.

Nana le echó un vistazo rápido desde abajo. Aquella mujer agitaba la soberbia como una bandera en mitad del campo de batalla. Todos en Nueva York la conocía como el terror de los juzgados. Pero si le preguntaban a ella, la tomaba por lo que era: una niña rica y caprichosa que se crio en el Upper East Side y no soportaba que le ocurriesen cosas malas.

Lo único que la salvó en ese instante de una respuesta mordaz fue el hecho de que Marisa estaba delante y era su suegra. Pero ganas no le faltaron. Nana pensaba de verdad que la gente como Amanda se merecía bajar los pies al fango de vez en cuando y aprender algo de humildad.

—Tal vez la chica que te tomó las medidas se equivocase al apuntarlo —sugirió Nana con una sonrisa que pretendía aliviar el ambiente cargado a su alrededor—. A veces ocurre.

—Supongo que para eso están las cientos de pruebas previas al día de la boda, ¿no? —Exageró a propósito la futura novia—. Subsanar cualquier error y de paso frustrar aún más a los diseñadores.

«Querrás a decir a las costureras», pensó Nana, clavando uno de los alfileres en el delicado tejido color beis que se adhería a las caderas de esa mujer irritante. «Los diseñadores solo esbozan cuatro dibujos y luego se llevan el mérito».

Exhaló un profundo suspiro y siguió con su trabajo. Prefería no ir por ese camino o empezaría a replantearse su vida, tal y como Ginebra, su mujer amiga, hizo años atrás. Y no estaba entre sus planes tirar todo lo que había conseguido con el sudor de su frente por el retrete. Aún no había perdido la cabeza. Pero le faltaba poco.

—A lo mejor es culpa mía —dijo Amanda al cabo de unos segundos, sobresaltándolas—. He estado a dieta las últimas semanas, pero no pensé que hubiera surtido efecto.

«¿Y ahora lo dices? Maldita prepotente», pensó, apretando los labios con el único fin de controlar la burbujeante rabia que se acumulaba en su interior. Nana era de todo menos una histérica, y de normal poseía la paciencia de diez personas juntas. Pero la falta de cafeína, su coche estropeado y la última discusión con Jordan le habían dejado por los suelos, y no le apetecía lidiar con nada más. Se sentía al límite.

—¿Entonces qué hago? ¿Ajusto el corsé o lo dejamos así? —Preguntó con toda la dulzura de la que disponía.

Los grandes y expresivos ojos castaños de la fiscal más temida se posaron en ella, hizo un puchero y finalmente encogió los hombros.

—¿Qué harías tú?

«Decirle a papá que suelte el talonario, comprarme un vestido de Dior y ahorrarle un dolor de cabeza a las costureras», estuvo a punto de decir. Menos mal que el superpoder de leer la mente solo existía en las películas de ciencia ficción.

—No efectuaría ningún cambio y dejaría la dieta. Si la semana que viene sigue quedándote grande, entonces modificaremos el corsé, pero si no es el caso...

No pretendía ofenderla al insinuar que engordar era una posibilidad. Algunas mujeres como Amanda Fox se tomaban a la tremenda que opinasen de sus cuerpos. Y eso que ella era espectacular en todos los sentidos. El pelo perfecto, la piel sin un solo granito, el maquillaje impecable y unas curvas de infarto. ¿Para qué hacía dieta? Solo ella sabría. Tampoco la iba a juzgar por sus elecciones. Pero si hablar claro le ayudaba a que no marease la perdiz, entonces lo soltaría todo a borbotones.

—¿Tú qué opinas, Marisa? —Le preguntó la futura novia a su suegra.

—Nana es siempre muy objetiva y me fío de su criterio. Haremos otra prueba en unos días y ahí ya decidimos qué hacer.

TRILOGÍA DE NUEVA YORK - Capítulos de pruebaWhere stories live. Discover now