Especial de San Valentín

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―¿Por qué no me pruebas?

Tomé sus palabras como un desafío y luego la tomé a ella. No me contuve. Ya no era capaz de hacerlo. Me rendí ante mis básicas y más primitivas necesidades. Por suerte, las suyas se parecían a las mías. Después de todo, éramos humanos y, sin importar las diferencias que podíamos llegar a tener, el deseo por lo prohibido, por hacer lo que decían que estaba mal, nos gobernaba cuando algo digno de pecar se nos presentaba y ella lo era.

A pesar de que dejé atrás la idea de ir despacio, no pareció molestarla, sino que me dio una mirada sensual y casi malvada que con la que me rogaba que la follara y que yo no sabía que era capaz de hacer luego de una charla que tocó temas serios en el bar. La besé. Ahí. Justo en el medio del pasillo. Con urgencia. Como si fuera mi único propósito en la vida.

No tardé más de dos segundos en empotrarla sin delicadeza contra la pared del hotel y arrojar por la borda cada pensamiento racional que tuve. No sabía de dónde venía aquella lujuria poderosa, solo que la fuente era la forma en la que ella se aferraba a mí, me besaba con un apetito voraz y su lengua, y me hablaba con sus caricias desesperadas y malditamente sabrosas.

Ignoré el hecho de que la puerta de mi habitación estaba junto a nosotros. Continué besándola y dejándome llevar por aquella corriente novedosa y letal.

Una tensión irresistible se había estado gestando entre nosotros y explotamos en ese momento.

Al principio, fuimos erráticos y divertidos y luego le agarramos el ritmo y la impudicia nos gobernó.

Me encantó tener su cuerpo contra el mío y a mi disposición. Adoré la sensación enérgica que vino con el choque. Dominé el beso, arrancándole suaves gemidos y la capacidad de respirar, y su cabeza se movió con mi mano sobre su garganta, profundizándolo hasta que solo quedó el sabor de su boca en mi lengua. Era deliciosa, hábil, y poderosa. No se quedó atrás. Me consumió como si fuera la primera vez y yo la devoré como si fuera la última.

Mi corazón latió como loco, pero toda mi sangre bajó hacia un sitio en específico. El control se había ido de viaje y una vorágine de sensaciones se hizo cargo.

En contraste, sus brazos delgados no se anclaron a una parte, sino que viajaron entre mi pecho, mis hombros, mi rostro, mi nuca, y mi pelo, pero se aseguraron de mantenerme cerca.

Yo tampoco me despegué de ella. La solté y mi mano se dio un tour por sus curvas divinas, trazando el vestido hasta el final para subirlo un poco y detallar la sedosidad de sus muslos gruesos antes de regresar y tocar todo lo que me permitió. Había algo en cómo nos ajustábamos el uno al otro que nos ayudaba a ir más allá, incluso cuando no debería ser posible.

Por más que los dos estábamos de pie, en el lío del impacto, me las arreglé para ubicarme entre sus piernas descubiertas y estuvimos condenados en el instante en el que colisionamos. La fricción que se causaba con cada movimiento era una delicia maligna.

Bajé el brazo con el que antes la había rodeado para trazar la cremallera de su vestido, acariciando su espalda arqueada en el proceso, y finalmente palmeé su culo a través de la tela, sintiendo sus nalgas firmes. Encajaban tan bien en mis manos que tuve que apretarlas. Qué manjar.

Los sonidos que emitió tampoco fueron inocentes. Se notaba que trataba de contenerlos y eso ocasionaba que fueran todavía más fuertes. Sus caderas se giraban contra mí, encontrando mi entrepierna a pesar de la diferencia de altura, y su pelvis se frotaba contra mí casi por accidente a medida que la empujaba. Mi erección era tan potente que ya casi resultaba dolorosa. No necesitaba una simple liberación, la necesitaba a ella.

Era hermosa, preciosa, más que todos los diamantes del mundo, con sus colores, su modo de hablar, y el brillo natural de sus ojos. Pero, por alguna razón, también tenía la habilidad de hacerme desearla como nunca.

VideturWhere stories live. Discover now