Prologo: En la oscuridad

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Estamos en el cuadragésimo primer milenio.

El Emperador ha permanecido sentado e inmóvil en el Trono Dorado de Terra durante más de cien siglos. Es el señor de la humanidad y dueño de un millón de mundos por el poder de sus inagotables ejércitos. El es un cuerpo podrido, carcomido, que se estremece de un modo apenas perceptible por él poder de la Era Oscura de la Tecnología.

Es el Señor Carroñero del Imperio, por el que se sacrifican mil almas al día para que nunca acabe de morir realmente.

En su estado de muerte imperecedera, el Emperador continúa su vigilancia eterna. Sus poderosas flotas de combate cruzan el miasma infestado de demonios del espacio disforme, la única ruta entre las lejanas estrellas. Su camino está señalado por el Astronomicón, la manifestación psíquica de la voluntad del Emperador. Sus enormes ejércitos combaten en innumerables planetas por billones. A pesar de su ingente masa de combate, apenas son suficientes para repeler la continua amenaza de los alienígenas, los herejes, los mutantes… y enemigos aún peores.

Ser un hombre en una época semejante es ser simplemente uno más entre billones de personas. Es vivir en el régimen más cruel y sangriento imaginable.

Este es un relato de esos tiempos. Olvida el poder de la tecnología y de la ciencia, pues mucho conocimiento se ha perdido para no ser aprendido de nuevo.

Olvida las promesas de progreso y el entendimiento, ya que el despiadado futuro sólo existe la guerra. No hay paz entre las estrellas, tan sólo una eternidad de matanzas y carnicerías, y las carcajadas de los dioses sedientos de sangre.

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Decenas de naves de transporte escoltadas por pequeñas fragatas pesadamente armadas se desplazaban silenciosamente en la oscuridad del cosmos. Sus motores rugían en una brillante luz azul para desafiar al vacío inconmensurable.

La nave insignia de esta flota, la fragata imperial Clase tormenta de fuego persuadía desde el frente de la formación a cualquier pirata lo suficientemente loco para acercarse, mientras una docena de naves más pequeñas protegían la retaguardia y los lados buscando darle tiempo a la fragata para girar, dejando en el centro a las naves de transporte.

G

abriel Swan se recargo contra la barandilla del puente en una de las naves de transporte mientras sostenía una manzana congelada en la mano enguantada, veía a los miles de hombres, mujeres, niños y ancianos abarrotados en la zona de carga, algunos vestían telas sintéticas y otros simples harapos, aunque muchos se sentirían agobiados por tal aglomeración de personas, Gabriel los veía con un algo de empatía, eran valientes en busca de un mejor futuro al igual que él, le dio un mordisco a la manzana mientras ocultaba su mano izquierda en su vieja gabardina marrón para buscar su confiable pistola de plasma, se sentía observado desde hace un tiempo y los sonidos de pasos se acercaban peligrosamente.  

-Ja -Dijo una voz grave pero alegre tras de si- No recuerdo cuando fue la última vez que vi una manzana en buen estado, los privilegios de ser tú, supongo.

Una sonrisa se formó en su boca mientras giraba para hablar con su amigo, dejo la pistola en su cinturón y saco un pequeño cuchillo.

-Balam…

-El mismo que viste y calza- Dijo el hombre con una sonrisa de oreja a ojera, Balam era un hombre enorme, Gabriel se podría considerar alto para los estándares de su mundo pero Balam lo superaba en casi una cabeza y su musculatura le daba un aura intimidante sin importar lo que haga o diga.

-¿Cuánto ha pasado? ¿5 años? Quien diría que el emperador nos volvería a reunir tan lejos de nuestro hogar- Gabriel cortó en dos su manzana y se la ofreció a su antiguo subordinado.

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⏰ Última atualização: Mar 24, 2023 ⏰

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