— Estoy llamando para ver si podemos quedar esta noche. Sé que dijiste que estabas ocupado, pero...

— Yibo -Zhan dijo mi nombre como si fuera el broche final de un chiste-. Creí que no llamarías nunca.

Odiaba tener que tragarme mis palabras. Odiaba a Zhan por restregármelo por las narices. Odiaba al Entrenador y a sus trabajos demenciales. Abrí la boca, con la esperanza de decir algo atinado.

— Bueno. ¿Podemos vernos o no?

— Resulta que no puedo.

— ¿No puedes, o no quieres?

— Estoy en medio de una partida de billar -podía percibir la risa en su voz-. Una partida muy importante.

Por los ruidos de fondo que oía de su lado, deduje que decía la verdad sobre el partido de billar. El si era más importante que mi trabajo de clase, eso era discutible.

— ¿Dónde estás? -Pregunté.

— El Arcade de Bo. No es la clase de sitio que frecuentas.

— Entonces hagamos la entrevista por teléfono. Tengo una lista de preguntas justo... -Me colgó.

Me quedé mirando al teléfono con incredulidad, después arranqué de mi libreta una hoja de papel en blanco. En el primer renglón escribí: «Cretino». En la línea debajo de ésa añadí: «Fuma puros. Morirá de cáncer de pulmón. Ojalá que pronto. Excelente forma física». Inmediatamente taché ese último comentario hasta que fue ilegible.

El reloj del microondas marcaba las 9:05. Tal y como yo lo veía, tenía dos opciones. O bien inventaba mi entrevista con Zhan, o bien conducía hasta el Arcade de Bo. La primera opción habría sido muy tentadora, si tan solo pudiera bloquear la voz del Entrenador advirtiendo que revisaría todas las respuestas en busca de autenticidad. No sabía lo suficiente sobre Zhan como para inventarme toda una entrevista completa.

¿Y la segunda opción? Nada tentadora, ni en lo más mínimo.

Como me costaba tomar una decisión, opté por llamar a mi madre. Parte de nuestro acuerdo para que a ella le fuera posible viajar tanto era que yo me comportara responsablemente, no como el tipo de hijo que requiere supervisión constante. Me gustaba mi libertad, y no quería hacer nada para darle a mi madre una razón para aceptar una reducción de sueldo y tomar un trabajo local para mantenerme un ojo encima.

En el cuarto tono, su buzón de voz cogió la llamada.

— Soy yo -Dije-. Solo llamaba para ver cómo iba todo. Tengo unos deberes de Biología que terminar, y después me voy a la cama. Llámame mañana a la hora de la comida, si quieres. Te quiero.

Después de colgar, encontré una moneda de veinticinco centavos en el cajón de la cocina. Era mejor dejar las decisiones complicadas en manos del azar.

— Si es cara, voy. -Le dije al perfil de George Washington-. Si es cruz, me quedo.

Lancé la moneda al aire, lo atrapé contra el dorso de mi mano y me atreví echarle un vistazo. Mi corazón estrujó un latido extra, y me dije a mí mismo que no estaba seguro de lo que eso significaba.

— La suerte está echada -Dije.

Decidido a acabar con esto tan rápido como fuera posible, agarré un mapa de la nevera, cogí mis llaves, y eché atrás mi Fiat Spider por el camino que llevaba a la carretera. El coche probablemente había sido una monada allá en 1979, pero no me entusiasmaba demasiado la pintura marrón chocolate, el óxido extendiéndose sin control por el parachoques trasero, y los asientos rajados de cuero blanco.

El Arcade de Bo resultó estar más lejos de lo que pensaba, situado cerca de la costa, a treinta minutos en coche. Con el mapa estirado contra el volante, metí el Fiat Spider en el aparcamiento detrás de un edificio de bloques grises con una señal eléctrica centelleando: "El Arcade De Bo, Loco Paintball Negro Y La Sala De Billar De Ozz". Grafitis salpicaban las paredes, y había colillas por todo el suelo. Claramente el local de Bo no estaba lleno de futuros alumnos de las mejores universidades y ciudadanos modelo. Intenté mantener mis pensamientos altaneros y despreocupados, pero mi estómago se sentía un poco incómodo. Revisando por segunda vez que hubiera cerrado bien todas las puertas, me dirigí al local.

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