1.Una Extraña Mujer

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— Estaré arriba por si necesitas algo, ¿De acuerdo? — Me avisó mamá, dando pequeñas palmadas en mi hombro.

— Está bien — Le sonreí ligeramente y mientras mi mamá subía las escaleras y me miraba continuamente, pude notar cosas muy hermosas de ella que siempre admiro.

Sus ojos, grandes y cafés, de color avellana. A un lado de su ojo izquierdo, se encuentra un lunar pequeño y perfectamente circular. Ella tiene las pestañas más largas y finas que he visto en toda mi vida. Sus mejillas... Son rosadas naturalmente, tan hermosas. Sus cejas no son gruesas, pero tampoco delgadas; son normales, largas y finas. Sus labios son grandes, carnosos y rojizos. Para finalizar, una sonrisa hermosa. Es la sonrisa más hermosa que he visto en toda mi vida, es simplemente perfecta, la dentadura tan blanca como la nieve que se encuentra fuera de nuestra casa.

Quisiera encontrar a una mujer como mi mamá, tan perfecta y hermosa. Alguien con quién compartir mis sueños, mis secretos, mis temores... Todo, quisiera una mujer perfecta. Mi madre es perfecta, y quisiera una chica así para mi.

Cerré mi libro y lo guardé en mi mochila junto con mi celular, que se encontraba a un lado mío. Me coloqué la mochila cruzándola desde mi hombro, hasta la parte baja de mi cintura. Me levanté del sofá y tomé las llaves de la casa. Necesitaba salir a tomar un poco de aire fresco, además, necesitaba conocer un poco más éste lugar que me es completamente desconocido.

— ¡En un rato regreso, mamá! — Avisé, mejor dicho, grité, a mamá.

— ¡De acuerdo, sólo ten cuidado! — Recibí de regreso su grito. Cerré la puerta detrás mío y comencé a caminar hacia ese lugar que me traía como loco, me intrigaba demasiado. Quería saber que se encontraba dentro de ese enorme lugar. Necesitaba saber que se encontraba dentro de ese enorme lugar... El bosque.

Me adentré a él, pero me fue imposible no tropezarme con rocas enormes, troncos cortados, árboles caídos y pequeñas ramas filosas. Un hermoso pero pequeño río se cruzó entre mi camino, llamando por completo mi atención.

Era largo, más sin embargo no era ancho. Con un salto puedes saltar hasta llegar al otro lado, o, simplemente, pasar por encima de las rocas que se encontraban atoradas en éste.

Habían grandes y pequeños peces coloridos nadando de aquí para allá, sin un rumbo fijo. Nadaban demasiado rápido, como si estuviesen apresurados por llegar a su destino, que me era completamente desconocido. Era incluso, más desconocido que éste lugar, que mi persona.

Me arrodillé en la orilla del río e inserté mi mano dentro de éste, permitiendo que el agua se deslizara suavemente desde mi muñeca hasta la punta de mis dedos. El agua estaba cálida, para nada fría. Algunos peces se acercaron a mi mano, y con tan sólo sentir sus diminutos labios y sus diminutas aletas, un escalofrío muy grande recorrió todo mi cuerpo, desde mi cabeza, hasta la punta de mis pies.

Me levanté y coloqué ambos pies sobre una roca que se encontraba en el centro del río. Después, coloqué mi pie derecho en la roca que seguía, luego la otra, la otra, la otra... Y así sucesivamente hasta llegar al otro lado del río, en donde unas hojas pintadas de color amarillo, rojo y naranja cayeron sobre mi. Miré hacia arriba y me di cuenta de la razón de la caída del montón de hojas sobre mi cabeza: Un mapache saltó sobre una rama débil, causando que el montón de hojas que se encontraban encima cayeran sobre mi. Además, la rama, al caer, sacudió el árbol, causando que más hojas cayeran sobre mi.

Me sacudí por completo hasta no dejar rastro de ni una sola hoja sobre mi cuerpo. Una vez seguro de que me encontraba limpio, caminé más adentro del bosque, hasta encontrarme con un lugar casi vacío.

Eran las vías de un tren. Estaban las vías del tren centradas en toda ésta área tan vacía que se encontraba frente a mi. Algunas bancas de madera, viejas, rotas e invadidas de telarañas se encontraban a unos metros de ambos lados de las vías.

Escuché un ruido detrás mío, como una rama rompiéndose. Me giré rápidamente para ver que había detrás mío, pero no había nada. Miré hacia delante otra vez, y me sorprendí al ver lo que mis ojos me mostraban: Una mujer.

Era una mujer como de mi edad, joven, muy joven. Estaba demasiado pálida, su cabello estaba largo, liso y negro. Sus ojos verdes me mostraban tristeza, frialdad, pena, lástima, enojo. Eran tantas cosas escondidas en esos ojos verdes como las hojas de un árbol grande y viejo. Una pequeña lágrima salió por uno de sus ojos. Tenía puesto un vestido, un vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas, y estaba descalza. Estaba sentada en las vías del tren, aún habiendo bancas. Quise acercarme a ella, pero tuve miedo. ¿Qué pensaría una joven de, tal vez, 17 o 18 años si un joven de su misma edad se le acercara? Tal vez pensaría que quiero ligar con ella, o que soy un asesino o algo por el estilo.

Me quedé quieto en mi lugar, observándola. Escuché de nuevo ese ruido de las ramas quebrándose. Miré hacia atrás, pero de nuevo, no había nada. Miré hacia delante, y casi muero al darme cuenta de que la joven... Ya no estaba.

Aquella mujer tan hermosa que hace tan sólo unos segundos se encontraba sentada en las vías del tren, no estaba. Se había ido.

Miré hacia atrás para comprobar si era ella la que estaba detrás mío, pero lamentablemente, no había nadie. Caminé lentamente hacia la banca que más cerca se encontraba a mi, con mi mano sacudí un poco el lugar y me senté. Me quedé observando a la nada, pensando.

¿Quién habrá sido esa mujer? ¿Por qué estaba sentada en las vías del tren, descalza? ¿Por qué estaba llorando? ¿Por qué se fue sin decir al menos una palabra?

Preguntas como éstas pasaron por mi cabeza repetidas veces, causando que más preguntas se formularan. Dejé mis pensamientos atrás y de mi mochila tomé mi libro, y comencé a leer la última hoja, en el párrafo que me había quedado. Éste era el final de la historia, y me daba tristeza saber que no habrá un segundo volumen, pues éste libro resume casi toda mi vida.

"Y a pesar de todos sus defectos, de todas las mentiras que me dijo, de todos los secretos que ha estado guardando todo éste tiempo... Yo la seguí amando. La amé como si no hubiese un mañana, la besé y la abracé como si no existieran otras cosas, otras personas. Acaricié su cabello cuidadosamente, como si de una piedra preciosa se tratara. Acaricié su suave y cálida mejilla, la cual en seguida se tornó más pálida, al igual que el resto de su cara y cuerpo. Se estaba desvaneciendo, era hora de irse. No puedo decir adiós, la lastimaría sentimentalmente. Me lastimaría a mi.

Cómo olvidar la primera vez que la vi, la primera vez que la abracé, que vi su sonrisa, sus pequeñas y finas lágrimas caer de sus ojos de dolor, de sufrimiento. Cómo olvidar la primera vez que la besé, la primera vez que me dijo "Te Amo", la primera vez que confesó su amor hacia mi. Fui un cobarde. Fui un cobarde por no poder decirle las cosas en la cara desde un principio. No la abracé cuando debía, no la besé cuando debía. No hice nada cuando debía. Quisiera desaparecer y desvanecerme en el aire, tal y como lo está haciendo ella en éste momento. Libertad, eso es lo que tiene ahora. ¿Por qué no puedo simplemente tocar por última vez sus pequeñas manos? ¿Por qué no puedo simplemente abrazarla y recargar mi cabeza en su cuello, tal y como la última vez que la besé? ¿Por qué no puedo simplemente besarle? Porque soy un cobarde. Un cobarde sin remedio. Tengo que dejarla ir, dejarla libre, dejarla volar junto con las hermosas aves blancas y negras que suelen volar por aquí en éstos tiempos. No la quiero, no la adoro. La amo, la admiro, es perfecta.

Yo a ella la amo".


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⏰ Última actualización: May 24, 2015 ⏰

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La Chica del CarrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora