Bajo esa bóveda celeste

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Estar en una final te pone en la vidriera de muchas cosas.

La primera y principal, es la de futuros pases de clubes, así como también la cotización de los distintos directores técnicos para los múltiples lugares del globo. Ser campeón del mundo implica que lo que un día tiene un cierto valor en euros, al día siguiente se puede cuadruplicar o quintuplicar. Esas son las reglas del juego. Pero también hay otra vidriera a la cual todo el mundo le teme aún más: la de la exposición mediática.

Para alguien de perfil tan bajo como Pablo Aimar, esto se convierte en una pesadilla. Pero afortunadamente, el periodismo está enfocado en el rendimiento del seleccionado y el trabajo conjunto del equipo, más que en las individualidades. Es lo que junto a Lionel planearon y por lo que tanto trabajaron hasta el cansancio junto a Walter y al Ratón.

El festejo de la victoria contra Croacia se extendió hasta largas horas de la noche en las distintas habitaciones de los jugadores. Pablo recibe un mensaje en su celular y se detiene en un pasillo para responder un mensaje de sus hijos que le avisan que recién llegan al hotel. Aimar contesta con una sonrisa mientras tipea rápidamente.

"¡Eeeee que venga Mbappé que le vamos a romper el orto!"

Los gritos de Rodrigo De Paul con una botella de cerveza en mano se escuchan desde el fondo del pasillo y Pablo decide ignorarlo, ocupado en sus propios asuntos. Pero el centrocampista sigue avanzando, un poco tambaleándose y con la cara sumamente roja por el alcohol. "Eeeeee Pablitoooo," dice, arrastrando las palabras. "¿Qué hacemo' solito por acá?" pregunta, atrapando al entrenador entre sus brazos y la pared.

"Pará, boludo," responde Aimar, sin mover su vista del celular. Intenta seguir tipeando el mensaje, pero de De Paul se pone más pegote y se le arrima al oído, presionando el cuerpo de Pablo contra el suyo un poco más.

"Daaaale que estamos solos, dame un beso," murmura el más alto, mordisqueando la oreja del cordobés.

"Rodri, pará que estás en pedo." Pablo intenta empujarlo para sacárselo de encima, pero, un cuerpo más joven que el suyo y mucho más fuerte, puede dominarlo con bastante facilidad.

"Un poquito. Poquito, poquito, poquito," dice Rodrigo riendo. "Pero no, a ver, en serio... me re gustás Pablito. Dame un beso, dale," insiste, acercando su boca al cuello de Aimar.

"¡Cortala pelotudo!" Esta vez, el asistente de campo levanta la voz y lo empuja, apenas moviéndolo unos centímetros lejos de su cuerpo, pero no se rinde. Forcejea para zafarse del agarre mortal del jugador una y otra vez. Esto es un papelón y ya no es divertido. Sobre todo cuando una pierna del otro hombre hace presión en la entrepierna de Pablo, apoyando al mismo tiempo su propia erección contra el muslo de Aimar. El mayor hace su mayor esfuerzo por sacárselo de encima, ahora sí, entrando casi en pánico. "¡Soltame la concha tuya!"

"¿Qué mierda está pasando acá?"

La voz de Lionel Scaloni retumba por todo el pasillo como un trueno en un descampado. A la mezcla de impotencia que Pablo tiene por la situación, ahora le agrega el condimento de su amigo enfurecido y siendo testigo de un hecho repugnante. De Paul inmediatamente afloja su agarre y gira para prestarle atención al director técnico aproximándose con la furia impregnada en su rostro. "Hola Lio..."

"¿Qué mierda le estás haciendo?" pregunta Scaloni con los puños cerrados a los costados.

Pablo inmediatamente se interpone entre los dos para frenar una posible tormenta. "Lio, Lio, pará. No pasó nada, pará."

"Liiiiio no pasa nada, hermaaaano," intenta componerla De Paul levantando una mano. "Estábamos acá con Pablito medio mimosos, no pasa nada."

"¿CÓMO?" grita Lionel, esta vez sin reparos. "Pablo ¿qué es esto?" pregunta, dirigiendo su atención al cordobés.

Aimar sacude la cabeza negando todo, sólo para que se termine el asunto, pero las cosas escalan a otro nivel que el entrenador no vio venir ni en un millón de años.

"Vos no tenés códigos, pendejo. A ver si te dejás de joder metiéndote con el macho ajeno, ¿eh? Andate a romperle las pelotas a la Tini esa y dejame a Pablo en paz" vocifera Scaloni, alzando su mentón de manera ofensiva y sacando pecho.

Los ojos de Pablo y Rodrigo se abren ambos como platos.

"Lo que escuchaste, pajero. Pablo está conmigo, así que rajá y no rompás más las pelotas que no te bajo todos los dientes porque todavía te queda un partido por jugar. Andá, ¡rajá!" ordena el pujatense apuntando con un dedo el lado contrario del pasillo.

De Paul, tambaleándose y confundido, accede a la petición y retrocede, sosteniéndose con una mano sobre la pared para no perder el equilibrio. Lentamente se aleja y Pablo vuelve su atención a Scaloni. "Lio... ¿qué dijiste? ¿Cómo...?"

"Perdoname, fue lo único que se me ocurrió para sacártelo de encima," argumenta el entrenador, hablando en voz baja y manteniendo su mirada de águila firme sobre el centrocampista mientras se aleja.

"Estos pelotudos que se chupan todo lo que encuentran y no saben ni donde están parados." El mayor deja de mirar a De Paul para tomar a Pablo por los hombros, examinándolo cuidadosamente. "¿Te hizo algo? ¿Estás bien?"

"Sí, sí, estoy bien." Aimar se suelta de las manos de Lionel sobre sus bíceps y mira al piso. "Ya está, ya pasó. Pero... ahora..."

Ambos quedan en medio de un incómodo silencio apenas interrumpido por algún que otro cántico del resto de los jugadores a lo lejos y la música a todo volumen. No hay un elefante. Ahora es una manada de tiranosaurios rex en el estrecho corredor y enfrentarlos es un reto para ambos hombres. Es Pablo quien rompe el hielo.

"Igual, no creo que diga nada... porque dudo que se acuerde de algo mañana." Aimar se pasa una mano sobre el cabello y mira a ambos lados del pasillo, confirmando que nadie los escucha. "Así que, finjamos que no pasó nada y punto."

"¿Y si habla? ¿Y si por despecho le dice algo al Papu?" pregunta Lionel, recordando el compañero de habitación de Rodrigo. "Tenemos que tener una historia armada. Algo para defendernos."

"¿Y qué sugerís?" pregunta Pablo, sabiendo perfectamente la respuesta, pero no atreviéndose a siquiera mencionarla.

"Finjamos que somos pareja, aunque sea hasta que termine el mundial, y después vemos. Los dos estamos divorciados, hace mucho nos conocemos, la historia cierra bien," comenta Scaloni con total seriedad.

Pablo evita encontrarse con la mirada inquisitiva de su compañero lo más que puede. Después de una situación de mierda, ahora se le suma una relación falsa. Y apenas un par de días antes de la final contra Francia. Si algo de presión le faltaba a su vida, cree que con esto es más que suficiente. "No... no da, Lio. Vos... no."

"¿Por qué no? Es hasta que el boludo este baje un cambio y te deje de joder."

Las palabras de Scaloni tienen lógica y suenan convincentes, pero toda la situación lo tira para atrás. No por vergüenza, porque está lejos de eso a esta altura de su vida. Salir del armario es lo último que le preocupa. Pero forzar a alguien que estima tanto a mentir descaradamente y exponerse de esta manera siendo plenamente heterosexual, es algo que no desea en lo más mínimo. "Está mal, Lio. Yo te lo recontra agradezco, pero... no es justo para vos."

"¿Y es justo que te tengas que fumar esta mierda vos solo? ¿Justo ahora? Dale, Pablo." Scaloni apoya una mano en la espalda de Aimar y lo guía lejos del lugar, caminando hasta sus habitaciones al otro lado del complejo. "Si preguntan... no sé, empezamos a salir hace dos semanas."

"¿Eh?" Aimar levanta una ceja. "¿Dos semanas?"

"Digamos que fueron los sentimientos que afloraron en el mundial, cosas que teníamos guardadas. Algo así."

Pablo siente como su interior se resquebraja pedazo a pedazo. La frialdad con la que su amigo planifica todo como si fuese una ocurrencia menor lo despedaza, pero no puede decirle absolutamente nada. Sabe que lo hace por salvarle la vida, por quitarle un peso más de todos los que acumula. No es éste el momento de confesarle que sí, efectivamente pasaron cosas dentro suyo en estos veintipico de años que se conocen y que jamás habló. Principalmente porque él se encargó de enterrar todo eso con sumo cuidado para que nada emerja en el día a día. De ser así, las jornadas laborales hubiesen sido imposibles de soportar. "Okay."

Una vez que llegan a la puerta de la habitación de Pablo, Scaloni se aproxima para abrazarlo brevemente, un simple gesto de compañerismo y de apoyo por la situación. "Andá, descansá bien. Mañana tenemos laburo temprano."

"Hasta mañana," responde Aimar, a media voz.

...

En el desayuno, algunas miradas tensas entre Rodrigo, Papu, Lautaro y el grupito alrededor se cruzan con la de Scaloni. Pablo, de espaldas a la mesa, ignora lo acontecido, pero el gesto adusto del director técnico le pinta la situación como si la estuviese viendo en primera fila. "Lio, pará un poquito por favor."

"Que no sé qué mierda le pasa a esos boludos." El santafesino se lleva su taza a la boca y toma un sorbo de su café con leche sin despegar sus ojos del resto.

"No les des pelota, la vas a cagar peor," insiste Pablo.

"¿Qué cosa va a cagar?" pregunta Roberto, tomando una medialuna de la bandeja.

"Nada."

"Que Pablo y yo estamos saliendo," responde Scaloni, tranquilamente. Walter se ahoga con su mate cocido y Pablo le palmea la espalda suavemente para ayudarlo a recomponerse.

"¿Lo qué?" dice Walter sin disimulo.

"¡Bajá la voz, Cabeza, que nos vas a cagar todo el plan!" Pablo susurra, y al unísono, las cabezas del Ratón y Samuel se aproximan mientras Aimar les comenta lo sucedido. Ayala gira sus ojos fastidiado y vuelve a su desayuno mientras Walter continua bombardeando al menor con preguntas.

El momento de la práctica llega y los jugadores empiezan a hacer pases entre ellos y los ejercicios que les van ordenando cada uno de los distintos entrenadores según el área. Rodrigo De Paul sigue observando obsesivamente la figura de Aimar, casi de manera absurda. Tal es así que Pablo en un momento se gira para quedar de espaldas al resto de los jugadores para evitarlo y enfrentar la puerta de ingreso a la cancha. Scaloni nota la incomodidad.

"Pablo."

"No pasa nada," murmura Aimar antes de que le haga una observación.

"El tipo está sospechando, es obvio," objeta Lionel, de brazos cruzados.

"¿Y qué querés que haga?" dice Pablo entre dientes, acercándose a su compañero con los ojos muy abiertos.

"Vos, nada."

Los dedos del más alto se elevan hasta posarse sobre la barbilla del cordobés. Pablo no responde, tan solo se deja llevar por las sensaciones que lo atacan de imprevisto en una jugada que realmente no vio venir. No puede moverse. O realmente, no quiere moverse. Tan solo permitir que las caricias de la cálida palma de Lionel recorran su mejilla al punto que sus ojos se comienzan a sentir pesados y se olvida de dónde está.

Sinceramente a esta altura poco le importa si los demás están mirando, si alguien está filmando o si esto puede generar más peleas entre Rodrigo y Lionel. Lo único que le importa en este momento es que está cumpliendo con un anhelo que ha mantenido oculto en su corazón desde 1997. Cuando los roces ya no son suficientes, Lionel se aproxima y lo envuelve en sus brazos enfrente de todo el plantel.

El grupo completo detiene la práctica.

Lánguidamente, los brazos de Pablo replican el accionar del mayor, fundiéndose en un cálido abrazo. El mundo alrededor puede explotar por lo mucho que le importa. En este momento, el único lugar que necesita es el pecho de Lionel para esconder su rostro y cerrar sus ojos, sentir el aroma de su cuerpo y su calor.

Alguien comienza a aplaudir.

Uno a uno, los veintiséis jugadores y el equipo técnico se van uniendo en un festejo, sumado a algunos chiflidos y arengas de buenos deseos para la pareja. A Pablo no le interesa que todo sea una vil farsa. Sólo quiere quedarse un rato más así, poniéndole un freno al mundo que sigue girando a su alrededor. Un minuto. Un segundo. Un instante.

Tras la práctica, De Paul ya no vuelve a estudiarlos intensamente. Desiste. La respuesta que buscaba, ya la encontró.

El partido contra Francia resulta en la tercera Copa del Mundo y una victoria que se sentía tan lejana que hasta dolía en las venas. Pero se logró. El júbilo es tal que las asperezas se evaporan, las sonrisas y los abrazos a todo el mundo se multiplican y las novias e hijos se acercan para besar la dorada, para cumplir el sueño de millones de argentinos.

Las cámaras registran el momento en el que Scaloni, luego de recomponerse de tanto llorar, se encuentra en el centro del campo de juego con Pablo y se funden en un profundo abrazo. La mano del cordobés sube y baja tiernamente sobre la amplia espalda de su amigo, se detiene en el nacimiento de su corto pelo y cierra los ojos, disfrutando por segunda y quizá, última vez, un nivel de intimidad que nunca pudieron tener antes. Lionel se acerca a su oído para susurrar algo que la cámara, de espaldas, no llega a captar.

"Puedo tenerlo todo, pero si no te tengo de verdad, no tengo nada, Pablo."

Los sonidos de la confesión golpean sus oídos y fuerzan al entrenador a mirarlo a los ojos para comprobar que efectivamente, está despierto y que esto no es un sueño. Lionel acaricia su rostro y se aleja para seguir saludando a los demás mientras Aimar, estupefacto, se queda de una pieza en el lugar en donde su compañero de equipo lo dejó. Pablo mira el verde pasto del Lusail. El sueño se terminó. A pesar de lo que Lionel pueda proyectar en una frase, todo se termina en esta copa. La culminación de un trabajo profundo de años y de compañerismo que los llevó a la gloria. Ensimismado en sus pensamientos, no llega a registrar el instante en el que su mano es tomada por la más grande de Scaloni y es arrastrado al podio donde Messi levantó la copa instantes atrás.

Allí, frente a miles de espectadores y cámaras de todo el mundo, en el país más homofóbico en el cual podrían haber hecho un mundial de fútbol, el gringo posa una mano sobre la nuca de Pablo y la otra en su cintura para unir sus bocas en un profundo beso. Aimar intenta zafarse pero Scaloni lo contiene, profundizando el acto más puro con el que se podría festejar un evento de estas características junto al ser amado.

Las pantallas del estadio se apagan por la obvia censura, que llega rápida pero inútil. Los miles de argentinos en la hinchada corean ambos apellidos alternadamente. Se fusionan en el aire, bailan y se pierden, elevándose hacia la noche estrellada de Qatar, y de allí, a la eternidad.

Bajo esa bóveda celesteWhere stories live. Discover now