Las nuevas concubinas

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El reino del Sol, ubicado en un lugar bastante remoto e incluso inalcanzable para muchos. Flotando en una isla en un punto incierto del mar, rodeado de un anillo de fuego con volcanes y fuegos tan activos que quemarían incluso a cualquier ave que volase cerca.

 Flower Fruit Mountain era su locación y a decir verdad era todo un festín para los ojos. Con montañas altas que imponen su imagen como reyes sentados en sus tronos y tapizadas con hierva que da la impresión de ser una larga y suave alfombra verde. La flora y fauna llenaba cada rincón del lugar, como si fuera una utopía en medio de la jungla y quizá lo era puesto que en su mayoría el pueblo estaba conformado por demonios mono. 

Sus cielos azulados daban el clima perfecto toda la época del año, incluso en invierno, haciendo posible casi cualquier tipo de cosecha y permitiendo al sol brillar con absoluta libertad. Por las noches ese mismo cielo se plagaba con pequeños puntos blancos que asemejaban a diamantes en medio de la profundidad más oscura del océano.  

Estos bellos paisajes no pasaban desapercibidos por los viajeros que estaban de paso; los comerciantes no ignoraban la riqueza en frutos, telas, fragancias y joyas que poseía; las calles deslumbrantes con gente llena de vitalidad y fervor por vivir en tan preciado sueño y eso los volvía amables y benevolentes con cualquiera, eran como rayos del sol danzando alrededor de la bola ardiente.

Pero lo más extravagante no se hallaba entre las calles y la gente del lugar...

El palacio dorado en lo más alto de la montaña era la corona del reino.

Un extravagante castillo adornado con las más finas piedras y bañado en un ostentoso color dorado que al ser cubierto por los rayos del sol llevaba luz a cada rincón del reino, sin excepción alguna.

Muchas leyendas decían que, al llegar el medio día, ese momento donde el sol toca su punto más alto, podía verse al astro rey descender por todo el lugar y recorrer finamente las calles, comercios y hogares de todo habitante del reino, como si pasease admirando la belleza que este emitía.

Y allí, en aquel castillo tan virtuoso habitaba un rey, uno que era comparado con el mismo sol que se paseaba por las tardes. Toda esa riqueza pertenecía a un solo ser, uno justo, benevolente, resiliente, un ser que los mismos celestiales habrían apodado "sabio igual cielo". Sun Wukong, el emperador de oro, el poderoso rey dorado, el gran mono de piedra. 

Un mono de pelaje anaranjado y ojos dorados que asimilaban a dos piezas de oro brillante, el más brillante, con un poder increíble, cargando siempre con su bastón dorado por donde se le viese, retando incluso al mismísimo regente de los cielos, el emperador de jade.

Nadie se atrevía siquiera a verle a los ojos, ese mono había estado en incontables batallas y conquistas, era alguien muy respetado y adorado, no sólo por sus súbditos, también por las tropas de su nación y claro, por otros reinos aledaños, quienes no se atrevían ni un segundo en pensar si quiera en tomar alguna de las riquezas del mono de piedra, la simple idea los hacía temblar.

Oh, pero el bastón dorado no era lo único que siempre le acompañaba...

Una figura siempre le seguía por detrás, como si de una sombra se tratase.

Macaque, el guerrero del reino.

Su pelaje oscuro y ojos morados tal como si de una amatista oscura se tratasen, hacían un perfecto contraste con el dorado del rey, poseyendo habilidades de sombra siendo como dos polos opuestos en su totalidad. 

Él era el segundo al mando, cualquier cosa que tuviese que ver con la administración del reino pasaba por sus manos y después por las de Wukong. A diferencia del soberano, el general máximo de las fuerzas armadas no era benevolente, no sonreía, no brillaba. Él representaba ese manto nocturno que cubría el reino al anochecer, no era adorado ni aclamado, él era respetado y temido. Co ese semblante siempre serio y su postura erguida la simple mención de su nombre causaba escalofríos incluso en los pobladores. 

El Harem del Rey (LMK)Where stories live. Discover now