━ 𝐂: Habría muerto a su lado

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—¿Qué quieres que te diga, Ubbe?

Sus primeras palabras en horas.

El susodicho tragó saliva ante el tono plano y monocorde que había empleado la escudera para dirigirse a él. Su voz estaba algo ronca y cascada por lo mucho que la había forzado en el campo de batalla, pero aun así la frialdad que impregnaba cada uno de sus vocablos era evidente. Aquello lo retrotrajo inevitablemente a los inicios de su relación, a cuando las diferencias y tiranteces entre ellos conformaban una barrera que ambos pensaban que era insalvable.

—Cualquier cosa —se apresuró a contestar él—. Pero no hagas como si no existiera o como si no quisieras tenerme cerca, porque eso es peor que una puñalada en el corazón —añadió con la vista clavada en la espalda de Drasil.

La hija de La Imbatible apoyó la mano derecha en la superficie de la mesa. Sus uñas se clavaron con fuerza en la madera, provocando un suave crujido.

—No hay nada que hablar. —Fue su escueta respuesta.

Ubbe sintió una nueva punzada en el pecho, siendo esta mucho más dolorosa que la anterior. No soportaba que fuera tan distante con él, tan hermética.

—Puedes decirlo —declaró luego de unos instantes más de fluctuación. Drasil se volteó hacia él y le miró a los ojos—. Sé que lo único que sientes ahora mismo por mí es desprecio, que me odias por haberte sacado del campo de batalla en contra de tu voluntad. Sé que me culpas de la muerte de Eivør. —Pese a que aquellas palabras eran como dagas afiladas, no se permitió flaquear en ningún momento—. Pero no tenía elección. Alguien debía tomar una decisión.

Una sombra cruzó el semblante de Drasil al escucharlo.

—La abandonamos... Me obligaste a abandonarla —musitó con rabia contenida—. Podríamos haberla sacado de allí entre los dos, pero tú simplemente te negaste a intentarlo. —Sus orbes esmeralda se fueron cristalizando con cada vocablo que salía de sus labios—. No tenías ningún derecho a decidir por mí —le recriminó, apuntándole con el dedo índice de su mano sana. Incluso sus mejillas, antes pálidas, habían adquirido un tenue color carmesí debido a la frustración que burbujeaba en su interior.

Ubbe negó tajantemente con la cabeza.

—Drasil, era un suicidio —le recordó, enronqueciendo la voz—. Eivør lo sabía, por eso me pidió que te sacara de allí. Tú tenías el hombro dislocado y apenas podías caminar sin ayuda —remarcó con una ceja arqueada—. ¿Qué crees que habría pasado, eh? Los francos nos habrían alcanzado en menos de un pestañeo. Habríamos muerto los tres.

—¡Pues habría muerto a su lado! —estalló la joven, dejando escapar un pequeño grito que hizo eco en las inmediaciones de la alcoba. Cerró la mano derecha en un puño apretado y ejerció toda la presión que pudo para que sus uñas se hundieran en la carne sensible de su palma. Necesitaba sentir aquel pellizco de dolor—. Me habría quedado con ella hasta el final —balbuceó, justo antes de romperse. Sus hombros se convulsionaron y las primeras lágrimas salieron a flote—. No merecía morir sola... N-No merecía que la abandonáramos de esa manera...

Un molesto nudo se aglutinó en la garganta de Ubbe, tan angustiante y opresivo que sentía que le faltaba el aire. Oír el llanto de Drasil le desgarró aquello que los cristianos llamaban «alma», y es que verla llorar de esa forma era demasiado para él. Podía soportar muchas cosas, pero no el sufrimiento de su esposa. Y el hecho de saber que él mismo era el principal causante de ese sufrimiento le estaba matando por dentro, porque le resultaba imposible no sentirse culpable.

Abrió la boca con la intención de decir algo, lo que fuera, pero sus cuerdas vocales se habían agarrotado a causa de la represión de emociones. Lo que sí pudo hacer, en cambio, fue avanzar hacia Drasil, que había vuelto a apoyarse en la mesa para evitar que las piernas le fallaran. Quiso envolverla en sus brazos y conferirle el consuelo que tanto necesitaba en aquellos momentos, susurrarle al oído lo mucho que la amaba y decirle que todo saldría bien, pero la castaña no se lo permitió.

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