#4: La Emperatriz

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Quizás estaba demasiado conectada con mis emociones, porque sabía racionalmente que era una estupidez, pero el miedo era tan fuerte que me paralizaba. A veces me habría gustado ser más como mi amiga; Io parecía que no le tuviera miedo a nada, excepto a la sexualidad obligatoria, pero aparte de eso, estaba tan a gusto en su piel que me daba envidia. La admiraba muchísimo, con su soltura y confianza. Yo me sabía bonita, interesante estéticamente, por mucho que la sociedad me gritara que no podía serlo siendo negra, gorda y con manchas en la piel. Era mi interior lo que me preocupaba. No me sentía a la altura de nadie; mi padre tenía un doctorado y mi madre había sido una música prodigiosa que me había puesto el nombre de su instrumento favorito. Yo quería ser estilista y aunque papá estaba encantado con la idea, sus padres y hermanas hablaban a sus espaldas, murmurando que no era lo suficientemente exigente, mientras otras voces decían que no podía serlo, siendo que tenía una hija cuya inteligencia no le ganaba a la de una puerta.

Atormentada por los pensamientos que intentaba día y noche mantener a raya, guardé mis cartas en su pañuelo y tomé mi teléfono. Io me había llenado el chat de tiktoks brujeriles, pero no tenía ganas de ver ninguno. Al final de la conversación, eso sí, había un enlace a un anuncio de Brujasenvitrina.com, un nombre desafortunado para un sitio web donde personas como yo ofrecían servicios como lecturas de tarot, armado de altares personalizados y hechizos de magia blanca (exclusivamente en mi caso) o negra para personas que buscaban soluciones espirituales a sus problemas. Papá me habría matado si se enteraba de que usaba mi conocimiento para ganar dinero, porque todo en él gritaba 'democratizar el aprendizaje', pero ¿qué podía hacer? no tenía muchas más habilidades y el dinero que él mandaba apenas alcanzaba para la renta y lo más básico. Me preguntaba continuamente si necesitaba más, pero también mantenía a sus padres y ayudaba a una de sus hermanas, así que, sabiendo que podía ganarme mi propio dinero, había decidido no molestarlo más de lo estrictamente necesario.

Aunque me sentía algo sucia ofreciendo mis servicios en un sitio con un nombre tan sensacionalista, me había tragado el orgullo rápidamente al ver lo bien que funcionaba y lo mucho que las personas estaban dispuestas a pagarme. La mayoría de las cosas las llevaba a cabo en línea, a través de videollamadas, pero me sorprendió ver que en el anuncio que me había enviado Io, se solicitaba realizar todo exclusivamente a través de aplicaciones de chat. Leí con atención la historia con poco detalle de una chica de mi edad que buscaba un amuleto, hechizo o lo que fuera para la confianza y la independencia. En sus propias palabras 'no tenía idea de cómo funcionaba nada de esto' pero sí sabía que estaba harta de vivir a la sombra de su cuidadora y que, a puertas de entrar a la universidad, necesitaba cambiar las cosas con suma urgencia. La chica ofrecía un monto bastante bajo por lo que estaba pidiendo, por lo que todavía no recibía ninguna oferta, pero me descubrí a mí misma haciéndole una, conmovida hasta la médula por alguien que no tenía una sola gota de libertad en su vida, sabiendo que yo la tenía de sobra y que no habría podido vivir sin ella.

Me sentí mejor inmediatamente después de apretar enter, y apenas logré apagar la vela antes de que me venciera el sueño otra vez. Aunque desperté antes del amanecer al día siguiente, me encontré con que ya me habían transferido la mitad del dinero a mi cuenta, junto a un mensaje pidiendo mis horarios disponibles. La chica había contestado apenas un par de minutos después de que yo lo hiciera, bien entrada la madrugada. Me alegré aún más de haber aceptado su ofrecimiento, porque estaba claro que estaba desesperada. Le dije que estaba libre ese mismo día después de las diez, o al día siguiente desde más temprano. Quería ayudarla, pero la madre de Io me había hecho prometerle que todos los viernes iría a su casa a cenar, pues estaba convencida de que nadie de mi edad estaría alimentándose como debía lejos de casa. Io había insistido en que le hiciera caso, además de que los viernes en la tarde los tenía libres, así que saldríamos a comprar algunas de las cosas que necesitaba para mis primeras clases en el instituto de estética. Había estado tan ocupada con otras cosas, que los días se me pasaron volando, y creo que no me habría dado cuenta de que apenas un fin de semana me separaba del comienzo de las clases.

Aunque me tomé mi tiempo para maquillarme y peinarme, todavía era muy temprano cuando salí de casa. Algunas cortinas todavía estaban cerradas y las personas caminaban ya cansadas a la parada del autobús, soñando con el café que se beberían al llegar a sus oficinas. Yo llevaba mi té chai en un termo; era de una calidad impecable, uno de los gustos que me había dado con el dinero que había ganado en Brujas en vitrina. Papá decía que tenía demasiadas especias y que le desagradaba el olor, pero ¿qué iba a saber él? Tomaba su café negro y sin nada de azúcar. Claramente la única cuota de buen gusto que tenía la había gastado en elegir a mamá.

Todavía faltaba poco más de una hora para que comenzara mi turno, pero me gustaba salir con tiempo para poder ir caminando y observar a la gente que me encontraba por ahí. Terminé otra vez en aquella multi-cancha venida a menos donde había visto a la encestadora ese primer día. Pasaba por allí con frecuencia, pero no había vuelto a verla hasta aquella mañana. Parecía una copia del cuadro inicial: la mujer sentada fuera leyendo algo mientras la chica lanzaba la pelota una y otra vez con una fuerza imposible para alguien de tan baja estatura. Me quedé de nuevo como hipnotizada al ver su determinación, como las sombras no la opacaban como en la ocasión anterior, tuve la oportunidad de verle la cara. El sudor le caía por el temple y su boca estaba apretada con una concentración tal que ni siquiera se le veían los labios. Su cabello era lo más corto que podía serlo para todavía poder amarrarlo en una coleta, aunque apenas. La reconocí de inmediato, era aquella chica de la peluquería, la de la madre desquiciada que le había gritado a Io. Aunque ese día se había mostrado tímida y totalmente eclipsada, parecía otra dentro de la cancha, con las ruedas de su silla temblando ante su ímpetu.

Permanecí en el lugar un rato, largo o corto, no tenía ni idea. Me habría quedado mirándola todo el día de lo interesante que me parecía, hasta que por alguna razón miró en mi dirección, entrecerrando los ojos hasta que se dio cuenta de quién era, dejando caer la pelota como un peso muerto. Su madre, demasiado atenta a cualquier cambio en la rutina de su hija, se levantó de inmediato al escuchar el rebote irregular y la chica me hizo un gesto con la mano para que desapareciera de allí, rápido. No reaccioné a tiempo, ni tampoco habría importado que lo hubiera hecho, porque no tenía dónde ponerme a cubierto en aquel descampado donde descansaba la cancha. La madre me vio y comenzó a caminar en mi dirección hecha una furia; sin duda me había reconocido. Ella volvió a hacerme un gesto para que escapara, pero me daba miedo dejarla sola con su madre. Ese era mi problema. Creía que podía ayudar a todo el mundo, pero ¿qué sabía yo de ella? En realidad nada, no había ninguna cosa que pudiera hacer para sacarla del lío en que acababa de meterla.

Ante su insistencia, salí corriendo de allí como una cobarde, con los artículos dentro de mi mochila golpeándome la espalda ante el inesperado galopaje. Salí por una calle pequeña en dirección a la parte plana de la ciudad, bajando por el cerro, pero me di cuenta muy tarde de que esta no tenía salida. Miré a mi alrededor, sintiéndome atrapada. Era una simple mujer de mediana edad, era estúpido que me atemorizara de esa manera, pero la forma en la que había tratado a Io aquel día todavía estaba fresca en mi memoria. Me agaché tras un basurero, intentando ignorar el olor a fluidos corporales y el dulzor de la comida podrida. Escuché los tacones bajos de la mujer caminar sobre los adoquines con el raspe de la silla de ruedas pisándole los talones.

—Ya te dije que no está aquí —dijo la muchacha, insistiendo.

—No me hables —le recriminó ella—. No quiero escuchar una sola más de tus mentiras.

—No me hagas entrar ahí —rogó ella, ignorando la petición—. Toda esa porquería se quedará pegada en mis ruedas. Sólo vámonos, mamá, por favor.

Se quedaron en silencio por lo que me pareció una eternidad y luego se fueron. Esperé un par de minutos antes de ponerme de pie, lo que me costó un poco, pues las piernas ya se me habían acalambrado. Saqué mi teléfono para revisar la hora; todavía era temprano, pero tendría que tomar el autobús. Salí temblorosa de aquel callejón, sin ningunas ganas de subirme al transporte y que me hicieran sentir que ocupaba demasiado espacio o de que se me quedaran viendo, quizás si me daba prisa, podría llegar a pie.

BuenaventuraOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz