La vida, aun cuando uno creyese tenerla perfectamente encauzada, tendía a dar giros completamente inesperados. Los pesados cortinajes, de un color claro, caían elegantemente hasta el suelo de moqueta que se alargaba sobre toda la superficie de la inmensa habitación, evitando así que los intensos y molestos rayos del sol entraran en la estancia.

Una cama de matrimonio, cubierta con un grueso y suave edredón verde pistacho, se erguía en el centro de la habitación, tan llamativa como reconfortante con aquella exagerada cantidad de mullidos almohadones de pluma. Un armario acristalado con una buena cabida, un servicio limpio e individual y un sencillo pero elegante escritorio eran todo complemento que necesitaba aquel monumental recordatorio de la sofisticación.

Andy, de no haber estado completamente exhausto, habría agradecido enormemente la televisión en la pared situada frente a la cama. Su maleta ya había sido vaciada y su ropa colocada en el closet. Los sirvientes de aquella gran mansión eran terriblemente eficaces. Incluso había tenido tiempo de relajar sus músculos con un aromatizado y humeante baño.

Pero la hora de la comida había llegado y lo cierto era que no sabía con qué cara presentarse ante familiares que ni siquiera había visto antes. ¿Qué podía decirles sin inmiscuirles demasiado en sus propios asuntos? Por muchas vueltas que le dio, no encontró solución alguna.

Vestido con un pantalón de mezclilla, muy adecuado para finales de marzo, y una camisa holgada de color azul oscuro, Andy por fin se decidió a bajar al comedor. La casa era enorme, más Ermess, uno de los sirvientes, le había explicado cómo llegar sin perderse por aquellos laberínticos pasillos.

La decoración, elegante y a la vez acogedora, era un espectáculo digno de ver, y sin embargo su mente era incapaz de fijarse en los detalles de aquel bello espectáculo, absorto como estaba en sus propios recuerdos. Tan solo un mes después de la muerte de Anthony Douglas, patriarca de la familia, su padre había fallecido. No fue algo sorpresivo, ni tan siquiera para su sensible y tímido hermano, y sin embargo aquel suceso cambió el rumbo de su vida de una manera completamente increíble y aterradora.

A mediados de enero Andy se vio obligado a abandonar sus estudios universitarios en el que debería haber sido su último año de carrera. Todos sus sueños y esperanzas se habían desmoronado en unas solas semanas y las repercusiones del fallecimiento de su padre pronto fueron demasiado pesadas para él.

No solo se trataba de la responsabilidad heredada que, como hermano mayor, comprendía el cuidar de tres personas. El gran problema eran las deudas que su padre le había dejado.

Demonios, seguramente se había convertido en el marqués más pobre de la historia. Y era irónico afirmar que poseía un marquesado, una enorme mansión y una prospera empresa textil, cuando en realidad lo único que le quedaba era un inmenso agujero en sus cuentas bancarias, una mansión hipotecada hasta la última piedra del tejado y una empresa que ni siquiera podría sacar su próxima producción al mercado por falta de fondos.

¿Y qué podía hacer él ante todo aquello? En un principio intentó contratar a algunos de los abogados más prestigiosos de su país. Incluso acudió a tres bancos para consultar posibles soluciones.    Todo fue en vano, porque Andy no solo tenía deudas, no, también contaba con una familia cuyo propósito en la vida era convertir la de Andy y sus hermanos en un maldito infierno.

Solo esperaba que esta parte de la familia, una más lejana y a la que ni siquiera conocía, pudiese ayudarle. Ni siquiera sabía bien qué venía a buscar a la otra punta del mundo, pero necesitaba hacer algo. Y debía hacerlo ya.

Anhelos perdidos [Extracto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora