28. Hijos de un dios infinitesimal pt.7

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Martirio se subió la mascarilla e introdujo el succionador de saliva en la boca del maestro, cuya lengua colgaba cuan larga era, por la comisura izquierda, goteándole en el peto con el que la dentista lo había cubierto para evitar que se manchara.

El succionador comenzó a hacer un repugnante ruido al sorber la saliva segregada por la boca de Arturo ante tanto objeto extraño.

Por un momento la máscara de profesionalidad de Martirio se desvaneció, y exclamó sin poder evitarlo:

-¡Este tío no se ha lavado la boca en su vida! -Sin duda se hallaba frente a una rareza en su profesión. Su mirada se fue colmando cada vez más y más de fascinación, cuando, de repente, y sin medida a lo previsto, el motor del extractor soltó un rechinante crujido y el tubo estalló.

En un improvisado cuerpo a tierra, me lancé sobre la que me trajo al mundo para protegerla de todo mal.

Las babas volaron por doquier.

Cuando me di cuenta de lo ridículo de mi situación me incorporé y ayudé a mi madre a hacer lo mismo.

Martirio se limpió la frente y sacudió el dorso del guante de goma. Las gotitas de saliva cayeron al suelo.

Palmira asomó en ese instante la cabeza por el marco de la puerta.

-"Anda, papá, que las liao güena"

Mirándonos con un gesto de asombro infantil dibujado en sus ojos, Arturo respondió:

-¡"Mamá, me cargao el parato que shupa!"

Al parecer la explosión había disminuido los efectos de la anestesia.

-"¡Y he manchao el babi"!

No pude por más que salir de la habitación y revolcarme en los sillones de la sala de espera, a la vez que Martirio, sorprendida, extraía del depósito del succionador el guijarro causante de aquella desgracia. Se trataba de un conglomerado de pequeños trozos de cemento con forma de hendiduras molares que se había ido atrancando en el tubo hasta causar el desastre. Aquella maravilla de la odontología debía de haber tardado tanto tiempo en formarse como una estalactita, y casi se podía clasificar como curiosidad mineralógica.

Palmira, avergonzada, comenzó a disculparse:

-"¿¡Cuantas veces te he dicho yo que detrás de las comidas lo que había que sepillá eran lo dientes y no lo sapatos!?

-¡Pero, mamá, es que el cánfor estaba mu malo...! -trató de enmendar Arturo.

Sin pensárselo dos veces, Martirio se fue hacia el teléfono y marcó el número de su casa.

-¿Sí, Paco? Que soy yo, tu mujer. Sí, era a ver si me podías traer el cincel y la caja de herramientas. Es que aquí tengo un caso de fuerza mayor...

En aquel momento, Arturo se desmayó.

De regreso a casa todos optamos por correr un tupido velo sobre aquel incidente, digno de ser convertido en un capítulo de "Dimensión desconocida".

Acerca del vaso colmatado de pizcos de cemento y hormigón que Martirio le había sacado a Arturo de los piños, también preferimos no mediar palabra.

Mi madre, avergonzada y a la vez divertida, aún no había borrado la expresión de asombro de su semblante.

Yo, por mi parte, opté por no compartir el taxi que cogieron de vuelta al barrio, alegando que prefería disfrutar del paseíto, pues cada vez que miraba la cara plagada de flemones de mi vecino me veía forzado a fingir un ataque de tos para camuflar los accesos de risa.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1حيث تعيش القصص. اكتشف الآن