𝐸𝓍𝓉𝓇𝒶𝒸𝓉𝑜 𝟥

37 17 30
                                    

BENJAMÍN

—¡Sáquenme de aquí! —grito por octava vez en el día, deseando destrozar los barrotes que me aprenden en este momento, sin embargo, yazco esposado con cadenas de aleaciones lo moderadamente densas como para contener a un fuerte, siendo que fue sumamente sencillo romper los barrotes de la celda, una vez que me encontré lo bastante recuperado de aquel filo de espada que se adentró en mi abdomen otorgado por René Farfán.

Yo soy un Tamos. Un descendiente de sangre directa del primer rey fuerte que fundó esta nación después de la casi fatal destrucción del viejo mundo. La fuerza crece en mí como llamas sobre una hoguera encendida. Vivaz y efímera.

—Cállate ya fuerte o juro que haré que te sedan de nuevo —espeta el desertor (como se hacen llamar en este sitio) que me ha vigilado desde entonces.

—Adelante, inténtalo —le protesto.

Ellos se habían llevado a Damián desde hacía un día o pudiera que más. Realmente no estoy muy seguro, partiendo que yo fui notificado de ello entre mi apenas recobro de conciencia por aquel chico de nombre Agustín que mi hermana consideraba su amigo. Fue entonces, que volví a perder el conocimiento y para cuando mis ojos se abrieron nuevamente, yo ya me encontraba solo, junto con mis muñecas sujetas a densas cadenas que me sometían.

—No me interesa en absoluto que vuelvan a hacerlo si con ello consigo que me digan que ha sucedido con el resto que me acompañaba, así como porqué sigo aquí.

—Estás aquí porqué eres el único del que no sabemos nada —se escucha la voz de aquella joven que tiempo atrás preguntó por mi hermana. Reconocería su voz, pues es demasiado demandante—. Partiendo claro, que el propio General de está nación parece tener amnesia en lo que respecta a ti, por igual.

La joven extiende las manos para que el desertor asignado le otorgue las llaves de la celda. Aquel no duda ni poco en seguir sus órdenes. Le obedece sin pestañar. Sea quien sea o haya hecho, la gente parece aquí tenerle consideración.

—Y no lo sedaras más ¿de acuerdo? -le advierte al hombre con una mirada recia—. Ahora, déjame a solas con él, por favor.

El atardecer ilumina la celda tanto como los corredores lo hacen en semejanza con aquella joven cuando se acerca. Sus botas resuenan en cada paso dado. Posee dagas en su cinturoncillo y los desertores le llaman "Comandante Vanss".

Considero que es demasiado joven para ser nombrada de tal manera, puesto que debe poseer la misma edad que yo, aunque su cabello casi rubio luce de haber salido de una recién batalla.

Sus ojos no se intimidan ante los míos ni un poco una vez que nos miramos. Por el contrario, la sostienen sin un solo titubeo, pero entonces los rayos de la pequeña ventana de la celda me deja contemplar la mitad de su afilado rostro. Podría casi apostar que tiene raíces santiaguenses por su tez y tono de cabellera, sin embargo, puede que haya algo de Teyana o Lordeana por el acento en su voz al hablar.

Aunque, mi atención se centra totalmente en sus azules ojos tan semejantes a los de Ofelia. Son un tono más bajo, menos intensos, más reales, aunque a diferencia de los de mi hermana, su mirada es dura, penetrante y vigorosamente desafiante.

—Gracias —ofrezco hablando con suma delicadeza y con aquella voz diplomática que tanto me enseñaron a usar, aunque su rostro es indescifrable ante mi cortesía, pues apenas y lo toma en cuenta.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS 🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora