𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟫

38 17 36
                                    

—¿Benjamín? —fue mi abuela quién se atrevió a pronunciar por primera vez el nombre de aquel hombre que se interpuso entre esos guardias y yo.

Fue entonces que mis ojos le contemplaron, así cómo los suyos se posaron en los míos, al tiempo que su espada descendía y es que una gran parte de mí creyó ya no poder tener la oportunidad de volver a verlo siendo sincera. Su apariencia era tal cual como la última vez que lo vislumbré, aunque no es que hubiera pasado realmente demasiado tiempo desde la última vez, sin embargo, le extrañé como a nadie.

Su barba se mantenía crecida y abundante, pese que su atuendo era distinto, pues yacía pulcra al igual que su aspecto.

—Ofi —pronunció mi nombre con tanto amor como siempre, que cuando se hincó con sus amplias manos para tocar mi rostro, me estremecí ante su familiar calidez sin ser capaz de creer que ambos siguiéramos vivos y fuéramos reales.

—¿Por qué lloras? —le cuestioné con voz entrecortada, mientras limpiaba su llanto con mis dedos.

—Es que estoy feliz —me respondió.

—No sabía que se podía llorar por eso.

—Yo tampoco, pero aquí me tienes —una amplia sonrisa me esperó para después, simplemente abrazarme por tendidos segundos, sintiendo lo verdadero de aquel encuentro.

—Imposible —exclamó el gobernador yaciendo a unos centímetros de los dos.

El resople de su palabra era nada más que el resultado de la mismísima confusión. Comprendía y a la vez no de su presencia, aunque la coherencia de lo sabido se oponía a la verdad, permitiendo que su falta de habla se presentara. Misael lo conocía desde que era un niño y por supuesto que lo reconocía, así como mi abuela e incluso aquel par de guardias y trabajadores que embargaron el sitio ante tal accidente con estupefacción, siendo que Santiago fue más hogar de lo que La Capital pudo ser para Ben en todos sus ciclos.

—Pero... ¿cómo?—exclamó mi abuela al tiempo que se acuclilló para tomar el rostro de su nieto con asombro y llanto sobre sus mejillas.

—Una larga historia, abuela.

Ben le ayudó a reincorporarse, mientras Vanss intentaba hacer lo mismo conmigo, sin embargo, tras ejecutarlo su mano se deslizó hacia mi omoplato, provocando que por primera vez mi cuerpo recordara la quemadura que Diego me otorgó, remontándome así a los días que viví reclusa. De inmediato, un alarido emergió de mi boca y de pronto, mi periferia se nubló atrayendo de nuevo mi control, siendo capaz de sentir como los latidos de los más cercanos se enlazaban a los míos. Aquella sensación comenzó a asustarme de no ser que conseguí recobrar la cordura cuando la voz de mi hermano se escuchaba ante mi alterado rostro.

—Ofi —susurró deseando saber si estaba bien, pero negué.

—No pude —espeté con los ojos cristalinos—. Prometí salvarlos, lo juro, pero no pude. No pude cumplirlo —mis dedos se aferraron a la camisa de Ben con aquellos nombres en mente.

Mirna, Octavius, Rolan, Xelu, Valencia, Concorda, Victoria por completo.

Me dejé vencer por el cansancio y la culpa en sus brazos para terminar cayendo dentro de un profundo sueño otra vez.

Tras mi ensoñación, la voz de Ben me llamaba. Gritaba mi nombre dentro de una inerte penumbra inundada de oscuridad habitada en un sitio sin tiempo ni espacio. "Ven a buscarme" me pedía. No conseguí llevarlo a cabo, porque mis ojos repentinamente se abrieron con el impulso de parar el sueño desde días atrás a mi recluso, aferrando los dedos a la suave manta que me mantenía cálida.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS 🔥Where stories live. Discover now