El sonido y las luces iban desvaneciéndose en el aire con cada paso que daba, la vibra era succionada, como si de una caída libre al más hondo de los pozos se tratara.
Las dudas habían surgido sin cesar a lo largo de toda la velada, la reina se había perdido por primera ocasión el baile anual de Medianoche.
Cada palabra en las preguntas hechas caían como metal al piso en su mente.
Y finalmente un paso se desquebrajó haciéndola caer, al mismo tiempo una lagrima recorría su mejilla izquierda.
De repente todo era asfixiante, ese maldito vestido rojo de satín con abertura en las piernas era una cárcel, esas paredes de mármol blanco pulido eran la prisión, y el secreto de su abuela eran su condena.
Pero ni siquiera eso era lo peor.
El olvido que existía en la mente de la Reina era su tortura.
Ver perder el brillo en esos ojos que desde pequeña la había cuidado, mataba a siniestra su corazón.
Y no pudo contenerlo más, la lagrima se convirtió en desesperación, y la desesperación en un llanto interminable, que para ella callaba todo el ruido del gran salón.
