Capítulo 11. Dilema moral

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En su pasado la chica tuvo la oportunidad de desarrollar su sentido de la orientación que, junto con su gran capacidad de memorizar caminos, haría de este primer examen probablemente el más sencillo al que se enfrentaría. Quizá, conociendo a Apeiro, habían hecho aquella prueba para ella, para que fuese la primera —o la única— aprobada.

Para su sorpresa, no fue más de media hora lo que necesitó para alcanzar una habitación. Después de tantos pasillos y acertijos enrevesados, había llegado a un lugar diferente. Paredes blancas e iluminación potente, tal y como el resto del laberinto, pero algo era diferente: la presencia de un dispositivo similar a una tableta.

Dudosa, Silvia presionó la pantalla. Esta se encendió y una voz hizo un curioso comunicado. Esa sala era el aclamado "final" del laberinto, y ese dispositivo era el premio. No el aparato en sí, sino lo que mostró a continuación: una lista con los nombres de sus siete compañeros y una simple pregunta sobre estos:

"¿Cuál de tus compañeros quieres que sea eliminado?"

Estaba bromeando, ¿no? ¿De verdad iban a darle la oportunidad de quitarse de encima a un rival a su elección? Quizá era una trampa para demostrar lealtad... o quizá no. En el lado inferior de la pantalla pudo leer: "Completarás el examen al seleccionar a un miembro de la lista". No podía irse sin elegir, pues. Aún con la duda de si era una trampa, pulsó sin pensarlo demasiado el nombre de Blanca. Entonces una alerta apareció en el dispositivo: "El sujeto seleccionado acaba de perder veinte puntos. Felicidades, has aprobado el examen. Puedes abandonar la zona de examinación".

No terminaba de entender qué acababa de pasar, pero... Si realmente Blanca había perdido tantos puntos, se alegraba. No era mala chica, pero sin duda no era su estilo. Era demasiado alegre. Además era cuanto menos una rival muy fuerte y una con las que menos había tratado. Como que no terminaba de sentirse mal por lo que acababa de hacer.

El suelo frente a ella se abrió para revelar unas escaleras de mano. Vía directa a la entrada del laberinto, gracias a Dios. La jugada de putear a Sergio y Bea sin duda salió bien, a pesar de contar con un par de contras —como que sería difícil quitarse de encima las culpas—. Con cuidado bajó al pasadizo y vio la salida a no más de cincuenta metros en linea recta. La entrada del laberinto estaba mucho más cerca de la meta de lo que creía, aunque seguramente la composición del laberinto dificultaba de más la tarea de alcanzar dicho punto.

Silvia apareció en la sala común, en uno de los pequeños recintos con césped y arbustos florales que rodeaban el conjunto de mesas y aquel ascensor central. Era hora de reencontrarse con el grupo.

No, mejor no. Si Blanca había visto sus puntos bajar y ahora aparecía sin más, tendría que decir la verdad. No le convenía revelar lo que había visto y hecho tan pronto, harían fijación en ella. Era mejor esperar a que más personas completasen el examen y rezar para que nadie sospechase únicamente de ella. "Menuda mierda haber sido la primera".

No fue hasta poco después que Bea y sus rescatadores regresaron al área de habitaciones. Necesitaban llevar a la joven pelirroja a su cama y dejarla reposando, tarea que completó Víctor. Por otra parte, Blanca acudió a Miriam para pedirle ayuda mientras su compañero se quedaba atendiendo a la herida.

—¿Qué? —respondió a la llamada, asomando medianamente la cabeza por la estrecha apertura de la puerta.

—Alguien ha atacado a Bea en el laberinto, la encontramos inconsciente y con una herida en la cabeza —explicaba Blanca algo inquieta—. Estudias medicina, ¿no?

—Eso sería cosa de un enfermero, pero supongo que... tampoco pierdo mucho echándole un vistazo. ¿Dónde está?

—En su habitación, ven.

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