O eso le parecía, porque de pronto empezó a encontrárselo en cada lugar donde iba. Mario no solía pensar demasiado las cosas porque le resultaba un desgaste innecesario de energía, pero reconocía una señal cuando se le ponía enfrente y si era su destino repetir una noche de sexo candente con Armando, entonces quién era él para oponerse a los designios de la vida.

Armando Mendoza era un tipazo en toda la extensión de la palabra. Era un buen padre, un gran amigo y un excelente compañero. Pasar tiempo con él le recordaba lo bonito de disfrutar hasta los detalles más pequeños de la vida, como sentarse en el sillón un sábado por la tarde a hojear una revista mientras la radio tocaba su música favorita con el volumen bajito. Inicialmente, Mario le había ofrecido su amistad sincera para pasarla bien, si en algún momento decidían cruzar esa línea delgada para acostarse, estaba seguro de que todo resultaría favorablemente al final, porque tanto Armando como él tenían las cosas claras.

A mitad de camino, en medio de esas idas y vueltas, comenzó a darse cuenta de que Armando se estaba volviendo más imprescindible de lo que pensaba. No solo por él, sino también por Camila. Con el pasar de las semanas, Mario se iba percatando de cómo su comportamiento cambiaba en favor de ellos. Poco a poco, sus escapadas nocturnas se convirtieron en noches de películas; sus eventos sociales, en fiestas de té y los domingos de resaca, en paseos por el parque. Cuando llegaba a casa de los Mendoza, le era imposible sentirse como una visita, porque esos dos le hacían sentir bienvenido, como si fuese su hogar y él estuviera regresando con su familia. Al principio no podía ponerle nombre a lo que estaba sintiendo, pero terminó por comprender que aquel sentimiento tan cálido que lo envolvía cuando Armando lo abrazaba o cuando Camila le regalaba algún dibujo, era amor.

La realización llegó a él como una caricia sobre su corazón. Lo que sentía por Armando no podía tratarse como una bonita amistad y nada más, porque había que estar ciego o idiota para siquiera considerarlo. Armando era su amigo, pero quería besarlo a cada rato. Era su amigo, pero quería despertar a su lado todos los días. Era su amigo, pero quería cuidar de Camila junto a él hasta que estuvieran viejitos y arrugados como pasas.

El concepto de familia no le era ajena, pero nunca la sintió como suya. La relación con sus padres no fue la más cercana, todo lo contrario, sentía que solo eran personas compartiendo la misma casa que él. Con sus dos hermanas era similar, ellas eran mayores, pensaban en otras cosas, tenían otros ideales... cada una había hecho su vida por su lado, lejos del resto.

Los lazos sanguíneos significaban poco o nada para él, la familia solo era un constructo social, ni más ni menos. ¿Entonces por qué con Armando y con Camila era distinto? Luego de mucho comerse la cabeza, llegó a la conclusión de que se debía a algo tan sencillo como la elección voluntaria. Mario se los había encontrado un día en el parque y desde ese momento no los quiso dejar ir más. Si estaba triste, Armando y Camila llegaban para subirle el ánimo. Si cerraba algún negocio importante, lo primero que hacía era llamar a Armando para compartir sus logros. Si Camila quería jugar a las princesas, él estaba encantado de ponerse una corona y ser el rey.

No había estado buscando nada el día que los conoció y aún así encontró todo.

La noche que Armando le dijo que lo quería, pudo jurar que flotaba. Regresó a su apartamento sintiendo que había ganado el cielo; después de esa confesión, de esos besos, Mario ya no podía ser más feliz. El problema era que pocas veces podía disfrutar las pequeñas victorias que obtenía y esa no era la excepción. El domingo recibió la inusual llamada de una de sus hermanas, la mayor; se le escuchaba triste, más parca de lo normal, lo que le hizo levantar una ceja en confusión.

—Me voy a divorciar.

La respuesta cayó como una bomba para Mario. No estaba muy al tanto de los pormenores del matrimonio de su hermana, pero por lo que sabía, era una relación muy sólida, de muchos años. La boda había sido magnífica, ella estaba radiante y él, rendido de amor. No había visto una pareja que se amara más que ellos. No entendía qué pudo haber pasado para que todo acabara así.

Second chances [ArMario]Where stories live. Discover now