Battitura Ravvicinata

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Magnamon no dejaba de disparar, cada proyectil derrumbaba a pedazos la mansión, el caballero estaba tan seguro de que asestaría al menos una vez para dejar debilitado al enemigo, pero si poder anticipar, Beelzebumon se posicionó frente a sujetando ambos brazos donde había perdido las protecciones y sonrió maliciosamente viendo cómo el brillo de su rival parpadeaba hasta apagarse como un bombilla.

Magnamon intentaba librarse pero extrañamente sus brazos no respondían, apartó el contacto visual con el demonio y notó que sus extremidades ya no estaban con él.
—¿Buscabas esto?— preguntó el Demon Lord con cinismo mientras le mostraba las extremidades que recién había arrancado y después las tiró por detrás como si se tratase de simple basura.

Magnamon cayó de rodillas y soltó un alarido que rompió las pocas ventanas que quedaban intactas de la mansión. Era tanto el dolor y humillación que no dejaba de gritar hasta que fue interrumpida por una serie de disparos consecutivos que acabaron en un instante con su agonía, dejando de él solo una nube de polvo dorado. Beelzebumon había desenfundado seguido de vaciar cartuchos sobre el rival sin darle oportunidad de más.

—Cuánto ruido...—el Demon Lord guardó sus cañoes y se sacudió los restos de polvo sobre él, como si se tratara de simple tierra.

Mientras los restos del royal knight desaparecían, Piemon y Vamdemon levitaban riéndose malévolamente, un aura poderosa y siniestra los rodeaba.

—Esto debe ser a lo que se refería Jijimon... El ambiente es muy pesado, es difícil incluso moverse—Beelzebumon gritó enérgicamente para darse valor a sí mismo y desenfundó nuevamente disparando a ambos enemigos, pero para su sorpresa, los proyectiles se desvanecían antes de siquiera tocar al enemigo.

—No puede ser... — Los pocos que rondaban por los alrededores y que habían sido testigos de la batalla anterior estaban helados mirando sin entender nada, lo que hizo enfadar más a Beelzebumon quien les amenazó con matarlos sino huían del lugar, espabilaron y de inmediato se dieron a la huída. 

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