Esto hizo pensar a Stefan acerca de los orígenes de su familia, de los cuales no tenía conocimientos más que los rumores de los habitantes de Edimburgo, ciudad en donde vivía el padre de los gemelos Deville.

La oscuridad comenzó a ganarle terreno a la luz del día, y fue cuando Stefan sintió la presencia de alguien que esperaba fuera de la casa. Cerró el libro rápidamente y se puso de pie. De no ser porque el rubio medía casi dos metros y era tan ancho y musculoso, la túnica blanca que llevaba puesta habría tocado el suelo. Era de carácter obligatorio que los iniciados en el aquelarre vistieran con una túnica blanca y una diadema hecha de ramas, hojas y flores. A él le parecía completamente innecesario el tener que usar esos ropajes que nada tenían que ver con las artes mágicas más que el sólo hecho de rasgar las ropas, acto que simbolizaba el abandono de lo terrenal.

Stefan no tenía mayor interés por lo terrenal, eso lo había aprendido sin tener que haber usado una túnica ridícula durante sus largos viajes. Sin jamás poder asentarse, el joven brujo había visto y aprendido cosas que apostaba nadie más podría saber. Caminó hacia la entrada de la casa, cuya nueva puerta había sido colocada en perfectas condiciones por él mismo, ya que Stefan poseía habilidades par la carpintería.

Estaba descalzo, podía sentir el frío que entraba a través del diminuto espacio entre la puerta y el suelo producto de la niebla y de los seres que esperaban en ella.

"Tranquilízate, Stefan. Tú puedes hacerlo." Se repetía a sí mismo una y otra vez mientras movía su mano hacia el picaporte. Cerró los ojos e inhaló y exhaló una vez antes de abrir la puerta.

Ante la entrada, entre el espeso banco de niebla que había comenzado a danzar entre ellos, se encontraban los pertenecientes al aquelarre de brujas del sur. En el centro de aquellas treinta personas, la alta figura de su reina resaltaba. Alaysa estaba vestida de negro, y su mirada se hallaba fija en Stefan.

—Nunca pensé que regresaría a esta casa a iniciar a otro miembro— dijo la mujer a modo de saludo al entrar a la casa. Las otras personas la siguieron obedientemente mientras Stefan esperaba a que todos pasaran.

En su mente, la frase que había leído en el libro revoloteaba sin cesar y eso lo hacía sentirse intranquilo. Sólo alguien del linaje de las primeras brujas podía matar a un vampiro que bebiera sangre mágica. Eso fue lo que él entendió. Decidió no mencionarle tal cosa a Alaysa, quien se encontraba en el centro de la sala y todos rodéandola. La alta mujer estiró sus largos pálidos brazos hacia los lados, y pronunció un hechizo que hizo aparecer flores y velas de la nada.

—Es hora— dijo en voz solemne, y se dispuso a salir hacia el patio de la casa, separado del resto por una enorme puerta corrediza de cristal. Las brujas del aquelarre se dispusieron a salir igualmente. Todos salieron, menos Stefan.

"Puedes hacerlo. Puedes hacerlo." pensó con fuerza, pero otros pensamientos ocupaban su mente. 

"Neamh Mairbh. Neamh Mairbh".

Reuniendo toda la fuerza de voluntad que poseía, que era bastante, caminó con pesadez pero directamente hacia el patio, donde una vez allí observó la luna creciente ubicada en su cénit, cosa rara para ser tan temprano. El resto de las brujas estaba aglomerado en un círculo, dejando un espacio libre para que Stefan entrara al centro a hacerle compañía a la reina, quien esperaba pacientemente.

—Hora de cumplir con tu destino, Stefan.— dijo la reina en voz alta, mientras todos y cada uno de los brujos y brujas miraban expectantes al rubio, que aún no se había integrado a la ceremonia.

—Mi destino.— repitió Stefan, y fue cuando lo comprendió. Su destino no era pertenecer a ese aquelarre, no era servirle a una reina llena de rencor y odio. Su destino no era dejarse llevar por el miedo.

—No, Alaysa. No me uniré a tu aquelarre— dijo en voz alta, y todos se sorprendieron, abriendo sus bocas y gritando de horror. Se había atrevido a llamar a Alaysa como a una igual.

—¿Qué estás diciendo?— preguntó la mujer, en una voz tan autoritaria que hizo callar a los que murmuraban.

—Lo que has oído. Estás llena de odio, y esa no es la premisa de nuestra raza. Las brujas son entes de la naturaleza, y tú has corrompido todo lo que eso significa— dijo Stefan, caminando esta vez hacia los presentes, que comenzaron de nuevo a murmurar pero esta vez decían cosas que a oídos del rubio sonaban como a "es cierto".

—No te atrevas a ofender a tu Reina— advirtió Alaysa, quien levantó la voz, haciendo que todos se llenaran de miedo. Alaysa no era alguien con quien era recomendable meterse.

Stefan por fin comprendió lo que quería decir aquella frase del último de los catorce libros sagrados

—Tú no eres mi reina. Yo soy mi propio rey. Soy hijo de las primeras brujas, y escojo no pertenecer a ningún aquelarre— dijo esto, y la figura del rubio pareció que se expandía mucho más de lo normal.— ¡Soy Stefan, el rey de los brujos nómadas!— exclamó, y ante la vista de todos, salió volando en un haz de humo blanco hacia el firmamento nocturno.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Where stories live. Discover now