La chabola enorme hecha de paja y palos es dónde habitan las conocidas cómo 'Hadas Salvajes', pues son peligrosas si se enfadan, y además, poseen algo que las hadas normales -a las que se les da caza- no tienen, y es el poder de las maldiciones.

Si bien es cierto que las brujas pueden maldecir y quitar, estos humanoides voladores pueden únicamente maldecir, pero si lo hacen, su vínculo maldito será tan, pero tan fuerte, que será casi imposible de destruir.

Me acerco hasta la valla enfrente a la puerta, dónde una mujer mayor apunta en una hoja.

-Buenos días. -hablo, interrumpiendo su labor. Alza la cabeza y se baja las gafas. -Quería hablar con una de las hadas que residen aquí.

Me acomodo las gafas negras y la bufanda, tratando de permitir que corra el aire, pues en esta chabola hace calor pero no quiero más escándalos y prefiero derretirme a que sepan lo que planeo.

-Ahora mismo hay una libre, habitación cinco. ¿Nombre?

-Lester Kanon. -digo, usando el nombre de pega.

-Listo, señor Lester. Pase, por favor.

Obedezco y paso a su lado, viendo el largo pasillo dónde están las habitaciones. La Casa de Las Hadas es un conjunto de habitaciones dónde, hace muchos años, la monarquía metió a varias hadas salvajes a vivir, cómo trato con ellas para que no desatasen su furia con el pueblo. Desde entonces, han vivido aquí miles de generaciones de hadas salvajes. Es cómo la Cabaña de Wisteria de West Plate, pero para hadas.

Busco la habitación número cinco dónde la secretaria me ha indicado que vaya, encontrándola al final del pasillo.

Toco la puerta con los nudillos, oyendo un agudo <<¡Pasa!>> desde dentro.

Abro la puerta, encontrándome con una habitación bastante amplia, con una cama y un escritorio. Una pequeña hada brillante, que parece una luciérnaga, vuela de aquí para allá y se detiene cuando me ve.

De repente, la luz que antes resplandecía aumenta, haciéndose más y más grande y tengo la necesidad de taparme los ojos con las manos. Oigo una onomatopeya, <<Plof>>, y aparto las manos de mis ojos, viendo a esa pequeña hada transformada en un hombre de mi tamaño. Tiene un gorro alto y verde, va vestido cómo un duende pero es bastante atractivo, con el pelo castaño y los ojos claros y de piel lisa.

-Buenos días, señor Kanon. -me saluda al verme. Anda hasta su escritorio y se sienta, invitándome a pasar con la mano. -Por favor, siéntese. ¿Qué lo trae por aquí? ¿Por qué necesita mis servicios?

Le hago caso, sentándome en la silla frente a su mesa.

-Buenos días...

-Náguiri. -completa.

-Buenos días, Náguiri. ¿Cómo está?

-Al grano, por favor. Las hadas somos muy impacientes y estoy ocupado.

-Oh, claro... -carraspeo la garganta. -Venía porque... quería imponer una maldición.

Ladea la cabeza.

-Señor Kanon, ¿es usted consciente de que nuestras maldiciones tienen un poder inmensurable? -pregunta. -También dotan de cualidades indelebles, es decir, nuestras maldiciones no son cómo las de las brujas, que se pueden quitar si así se desea; no. Son eternas, a menos del método tradicional que todos conocemos... o que encuentren alguien con el poder de quitarlas, pero no lo hay.

MAR DE CORAZONES ✓ [MAR 2 ©]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu