Capítulo 5

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Las latas de arvejas estaban por todo el suelo pero yo estaba lejos, alguien me tacleó antes de que cayeran sobre mí. Asustada miré a mí alrededor y lo vi; un hombre moreno, me sonrió y tendió la mano.

— ¿Estás bien? Mi compañero es nuevo y por accidente empujó las latas. ¿Estabas distraída? — asentí con una sonrisa.

—Sí, lo siento no llegué a reaccionar. — él asintió

—Ángel Toledo, mucho gusto— agarré su mano y me levantó del suelo.

—Alma Quintana, Gracias fuiste mi Ángel— reímos.

Después de casi morir bajo latas de arveja y que me salvaran, compré dos bifes, fideos tirabuzón y una crema de leche.

Llegué a mi casa y preparé la cena, cuando alguien tocó la puerta.

Espié por la ventana, suspiré y abrí la puerta.

—Martin ¿Qué haces acá?— lo miré seria.

—Después de la última vez, podrías recibirme con una sonrisa ¿no?— me dio una sonrisa.

—No estoy de buen humor, tengo hambre y voy a cenar, nos vemos mañana— empujé la puerta y él me frenó.

— Te acompaño, yo traje empanadas de la rotisería a la vuelta de mi casa— viré los ojos.

—Si insistís tanto pasa, preparé fideos con crema y bifes. — sonrío.

— ¿Hay un poco para mí?— preguntó y yo lo miré extrañada.

—Bueno, no sabía que alguien me iba a acompañar más que Luigi, pero veré que puedo hacer —dije sacando dos platos del estante.

Martín se acercó a mí y me sonrío.

— ¿Te ayudo?— miró los cubiertos.

—No, espera sentado— lo miré seria.

— ¿Por qué estás de tan mal humor? ¿No era que estabas enamorada de mi?— solté los platos en la mesa muy molesta.

— ¡Querés saber porqué! Porque estoy cansada, hoy casi se me cae una pila de latas de arvejas, y si no fuera por Ángel, tal vez todavía estaría bajo de ellas. Además, mañana tengo que trabajar con un tipo que es puro mal humor, y que cree que el sexo es amor. Así que no, no estoy enamorada de vos y si no te bancas mi mal humor ahí tenés la puerta, podes irte cuando quieras.

En un primer momento me miró sorprendido, y acepto que me pasé un poquitito de tono, nada más.

—No me voy a ir, pero deberías cuidar tu tono conmigo— dijo arrogante.

—No eres nadie así que no voy a cuidar nada contigo, imbécil— solté muy molesta.

Dio unos pasos hacia mí, tomó mi cintura entre sus manos y me besó.

—Te dije que cuides tu tono— se separó de mis labios.

—Y yo te dije que no— dije un poco desorientada.

Volvió a besarme, bajó sus manos a mi trasero y lo detuve.

—Martín quiero cenar— él sonrío.

—Está bien pero no te vas a escapar, y yo te ayudo— dijo y tomó los cubiertos.

Estaba tan embriagada en su olor, tenía que admitirlo, ni la comida estaba tan caliente como yo en este momento.

Puso la mesa y yo serví la cena.

— ¿No rezas antes de comer?—dijo y me miró con sorpresa.

—No creo en Dios, pero si querés reza vos— contesté y saboreé los fideos.

—Mi mamá me obligaba rezar antes de comer, es una costumbre y siempre me dijo que si no le rezaba a dios, que le rezara al universo por darme la comida de hoy. — sonrió.

— La comida de hoy la compré con mi plata, gracias al trabajo que tengo — reí.

La cena luego de eso fue algo incomoda, teníamos puntos de vistas muy diferentes y ahora lo veía, Martín no es para mí.

— ¿Por qué viniste a mi casa?— pregunté curiosa.

—Vine porque me contestaste mal hoy, y quería saber si estabas bien, porque tú no eres así — contestó serio.

—Tú no me conoces, te contesté mal para que lo hagas y entiendas que no me gusta que me obliguen a nada. Estás acostumbrado a dar órdenes, en el trabajo, lo acepto, porque para eso me pagan pero en mi vida personal nadie interfiere en mis decisiones. — sonreí.


—Perdón pero no quería que renuncies, sos una de las mejores en la clínica y la verdad es que todos te necesitamos. Yo estuve mal en casi obligarte a quedarte, pero sentí que fue una estupidez por la que renunciaste y lo que pasó la otra noche no fue nada. Soy un engreído, lo reconozco y cuando me dijiste eso, puede que me haya ofendido mucho. Pero cuando te escuché en el teléfono se me olvidó todo, y solo quería verte de nuevo. No me preguntes porqué, no sé contestarte, pero estos días fueron un sin sabor para mi sin vos.

—Martín, yo estaba avergonzada por lo que oíste y pensé que era cuestión de tiempo a que me despidieras. —él negó.

— ¿Por qué te despediría? Que tengas una fantasía conmigo no me molesta, es candente y hasta me parece tierno. Pero me sorprendió porque te tenía como una mujer puritana, vergonzosa y dulce. —reí.

—Bueno si soy, pero también tengo un carácter fuerte—dije lavando los platos.

—Sí, ahora lo veo y me gusta como sos Alma— me abrazó por la espalda.

—Martín eso no es verdad porque no me conoces— me dio un beso en el cuello.

—Puede ser, pero ten seguro que quiero hacerlo. — dijo y me di la vuelta.

Miró mis labios, sonrió y me besó.

Y yo no imaginaba nada mejor.

— Y quiero empezar cumpliendo una de tus fantasias— Me tomó de la cintura y volvió a besarme.

Dejé los platos sobre la mesa, el sostuvo mi mano y me llevo hacia la habitación.

Quitó miremera con delizadeza, recorrió mis pechos con su lengua y luego lo apretó con las manos.

Desabotonó mi pantalon me lo quitó y me recosto sobre la cama.

Se sacó la ropa rapidamente  pude ver su miembro erecto y no deseaba nada más.

Beso mi cuerpo con delicadeza, paciencia y amor.

Sus caricias dulces me erizaban la piel.

Mucho mejor que en mi fantasía. 

Las fantasías de Alma / Historia Corta [#5]Where stories live. Discover now