Parte dos: Sonido escalofriante

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Horacio permaneció en el vehículo por unos minutos más. Su corazón acelerado demostraba el miedo que sentía y sus manos temblando dejaban ver su ansiedad. Se dio un par de minutos para respirar profundamente e intentar calmarse, debía hacerlo, no podía permitir que la gente que trabajaba para él lo viera ser débil. Debía imponer miedo a los otros, pero no sentirlo. Una vez logró su cometido salió de la camioneta y a paso lento camino hacia la puerta corrediza. Su subordinado lo esperaba a un lado de esta, y una vez Horacio atravesó la entrada, él lo siguió realizando su labor de guardaespaldas. El olor a alcohol y desinfectante invadió sus fosas nasales. Las voces de doctores y enfermeros, los llantos de los familiares al recibir malas noticias, los sonidos de los pasos de la gente y todo el ambiente atareado lo descolocaron un poco, pero no tardo nada en componerse. Con paciencia buscó un lugar para sentarse y cuando lo encontró se desplomó en la silla como si sus pierna estuvieran muy cansadas para sostenerlo.

— Dile a los chicos que estaré aquí lo que resta del día. Ordénales que revisen el edificio del tiroteo si los federales no están aún allí y retiren todo, incluido los cuerpos de nuestros hombres.

— ¿Si llegaron antes que nosotros que hacemos, señor?

— Nada, esperen a que se vayan y cuando lo hagan, ustedes entran y sacan todo lo que se hayan dejado. ¿Entendido? —dirigió su vista a los ojos del contrario.

— Entendido, señor. —su subordinado ya se marchaba para acatar sus órdenes, pero antes de que saliera del pasillo, Horacio lo llamó nuevamente.

—Por cierto, Blake... Si este federal muere, tú mueres ¿Entendido? — Horacio no lo miró, mantuvo su vista al frente, no necesitaba mirarlo para saber que lo tomaba en serio, él nunca decía los nombres de sus subordinados a no ser que uno de ellos lo haya hecho enojar.

—Entendido, señor. — Blake tragó saliva, nervioso y se dirigió a la salida lo más rápido que sus piernas lo permitieron. Había cometido un error, lo sabía y rezaba pidiendo que el federal al que le había disparado no falleciera.

Las horas pasaban y Horacio no recibía noticias del ruso. Cada vez que veía a una enfermera pasar recibía la misma respuesta

«Todavía está en cirugía, señor»

Comenzaba a impacientarse y los movimientos rápidos que hacía su pierna derecha al subir y bajar su pie lo delataban. Se preguntaba porque estaba tan preocupado por Volkov, la última vez que lo había visto había sido hacía más de 11 años y después de su ruptura no quedaron en las mejores condiciones. Se repetía a si mismo que solamente se preocupaba porque el ruso había sido alguien importante en su vida y que por esa razón no quería que nada malo le pasase. Aunque no mentía, por 5 años Viktor había sido su persona especial. Pero su corazón se debatía entre el ruso que era agente federal y el ruso que había conocido cuando tenía 17 años. No eran la misma persona, no podían serlo. Ni siquiera sabía lo que Volkov pensaría al despertar en el hospital con una bala en su abdomen bajo... Si despertaba, claro. Nada le aseguraba el estado de salud del peligris, las enfermeras no le informaban nada por el momento y no recibía noticias de ningún doctor.

Cuatro horas y cuarenta y siete minutos pasaron. Sentado en el suelo estaba Horacio, durante todo ese tiempo sus nervios le ganaban y lo hacían recorrer toda la extensión del pasillo de un lado al otro. Después de esperar y esperar, al fin una enfermera llamó su nombre.

— Señor Hache. El paciente ya se encuentra fuera de cirugía, el doctor fue capaz de extraer la bala sin dañar ningún órgano interno. Durante la cirugía el paciente sufrió una gran hemorragia, fuimos capaces de detenerla, pero debe mantenerse en observación durante un par de días. Ahora mismo lo están acomodando en una habitación, en un par de minutos podrá pasar a verlo.

— Muchas gracias, señorita. — Una sonrisa surcó su rostro.

— Si podría decirme el nombre del paciente para poder anotarlo en su ficha médica, se lo agradecería.

— Lo puede llamar Uve. — Su sonrisa se borró y miró serio a la persona con la que hablaba.

— ¿Uve? ¿La letra "v"? — Dudó la chica.

— Exacto, Uve.

La enfermera sostuvo el bolígrafo sobre el papel durante unos segundos, dudando en si cuestionar las decisiones del hombre que tenía en frente o no. Decidió no decir nada y anotó el nombre que el señor Hache le había proporcionado.

— Perfecto, le avisaré en cuanto el señor Uve este instalado en su habitación. —Sin esperar respuesta desapareció por la puerta corrediza.

Un par de minutos después Horacio hacia presencia en la habitación de Viktor. Vías de suero y otros medicamentos que desconocía colgaban a su alrededor, su piel pálida como la nieve y sus labios resecos dejaban ver a un hombre derrotado y enfermo. El monitor de electrocardiogramas marcaba su pulso, apacible y constante. El pitido era lo único que se escuchaba en la habitación. Horacio se acercó lentamente y se sentó en un sillón al lado de la camilla. El doctor le había informado que esperaban que Uve despierte en un par de horas, así que Horacio esperó y esperó. Sin embargo, el primer día pasaba y el agente federal no despertaba. Los doctores le decían que no se preocupase, que era normal, algunos pacientes necesitaban más tiempo para recuperarse. Pero los días pasaban y los ojos de Viktor continuaban cerrados.

Minutos, horas, meses y días pasaron. Horacio poco a poco perdía las esperanzas de que Volkov fuera a despertar. Había caído en un coma y nadie podía asegurarle con certeza que el ruso despertaría. Horacio lo visitaba siempre que podía, ser el jefe de una mafia lo mantenía ocupado. Cada día le hablaba y cada día no recibía respuesta. Solo aquel pitido que dejaba escuchar el electrocardiograma al marcar el pulso del agente federal. Ese sonido apacible y constante. Ese sonido que a oídos de Horacio era irritante, un sonido que deseaba dejar de escuchar. Un sonido que lo acechaba y que lo mantenía triste y decaído. Un sonido escalofriante.

~FIN~

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⏰ Last updated: Jun 19, 2022 ⏰

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Silencio - Volkacio AUWhere stories live. Discover now