CAPITULO I.

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Todos tenemos algo de qué arrepentirnos. No existe persona inocente en este mundo. Sobrevivir es un acto de valentía y crueldad: mentir, abandonar, llorar... Herir.

Aquellos que hemos recibido las feroces garras de la vida sabemos lo mucho que debemos apreciar esos pequeños momentos de felicidad. La paz es algo tan efímero que casi la dejamos en el olvido de nuestra memoria.

Sueño con olvidar todo, pero es imposible.

Quien ha sido marcado por el fuego nunca volverá a ser el mismo.

Soy Rembrandt Blake Campbell, una criatura prohibida siglos atrás de mí nacimiento entre los llamados "Místicos", somos los que albergamos un núcleo mágico, permitiéndonos tener conexiones elementales, y consigo nos hace capaces de usar magia.

Algunos tuvieron suerte de crecer rodeados de otros Místicos; descubrieron la magia en su ser siendo ayudados con juegos o la simple casualidad cotidiana.

El destino me hizo conocer mi identidad de una manera diferente a comparación de mucho otros; le pareció divertido hacerlo atroz, y enfermizo.

Nací el 27 de octubre del año 1985. Vancouver fue el lugar que me dio su fétida bienvenida al mundo. Crecí rodeado por el olor de algunas drogas, del tabaco y la peste que desprende el cadáver humano. Los puños y escupitajos fueron mis principales maestros; es lo mejor que un mocoso puede pedir, ¿no es así?

El mundo estaba podrido, las noticias de casi cada maldito rincón de esta esfera flotante eran nefastas.

La desgracia decidió llegar a mí una noche de otoño, cuando era un pequeño de 7 años; recuerdo que me encontraba preparándome para dormir. Acomodé el cobertor de la cama mientras esperaba a mi madre. Los dos compartíamos habitación, ella no quería seguir compartiendo cama con un hombre desagradable como mí padrastro.

Durante las noches dejaba mí ventana cerrada para evitar que el aire apagara la llama de mí vela, la etérea luz me servía mientras conciliaba el sueño; un viento repentino revolvió mis cabellos bicolores y provocó que la luz se apague.

Me quedé parado al lado de mí cama durante un largo rato pensando en qué hacer, si prenderla por mí mismo o ir a buscar a mí madre...

Claro que opté por la segunda opción.

Fui hacia la puerta y sujeté el picaporte con ambas manos, al momento de abrir la puerta se hizo presente el sonido de un golpe seco proveniente de la sala. Atravesé el pequeño pasillo, pasando la puerta del baño y de la segunda habitación hasta llegar a la sala intentando buscar a mí madre. Ahí estaba mí padrastro Anderson, mirando hacia el suelo, sus ojos parecían querer abandonar sus cuencos, estaban demasiado abiertos y en sus labios se formaba una sonrisa temblorosa. No alcancé a ver más debido al sofá que obstruía mí vista, al pie de éste se apreciaba una mano inmóvil con los dedos acariciando el suelo.

Mis piernas se detuvieron al momento de tener la mirada perversa de Anderson sobre mí.

—¿Mamá está bien? —pregunté con miedo. Sabía lo cruel que él podría ser.

—Si, lo está. —Estiró su brazo, parecía haber rojizas salpicaduras en su ropa y barba—. Ve a tu habitación —ordenó, apuntándome con esos dedos manchados con sangre de mí querida madre— ¡Ahora!

Sin refutar me fui corriendo, cerré la puerta al instante de llegar a mí habitación para meterme debajo del cobertor y esperar a mi madre.

Ella nunca llegó.

Pasaron días sin su presencia. Me sentí abandonado.

No fue hasta una mañana que tuve el valor de preguntarle a Anderson lo que pasó con mi madre.

Fui directo a la cocina intentando caminar lo más pegado posible a la pared, tenía que atravesar la sala donde Anderson solía quedarse dormido luego de tomar toda la noche. Intenté buscarlo, pero no se encontraba en la casa.

Me serví un plato de cereal y busqué un libro infantil para leer. No teníamos el dinero para costearme una escuela, así que mi madre solía darme clases en casa, me decía que la ignorancia era mí peor enemigo. Por suerte los libros no faltaban ahí.

El tiempo me pareció demasiado largo esa mañana mientras leía, estuve a punto de regresar a la habitación cuando el aburrimiento amenazaba, hasta que escuché la puerta principal abrirse. Los pasos tambaleantes iban acercándose, ya los había escuchado antes de esa manera. Sentado ahí en la silla comencé a arrepentirme de haber esperado, aun así, quería saber que había pasado con mamá.

Lo vi cruzar el umbral de la sala, adentrándose al comedor donde me encontraba. Yo estaba siendo atacado por los nervios. La mirada de Anderson estaba perdida, él tenía los ojos entrecerrados, luchando por mantenerse abiertos.

Con el valor que me quedaba me bajé de la silla para acercarme a él, interrumpiendo su paso a la nevera.

—Mi mamá... ¿Dónde está mi mamá? —La garganta se me cerraba del miedo.

No tuve la respuesta que quería, Anderson me apartó de su camino con una manotada en mí cabello.

Volví a preguntarle:

—¿Dónde está mi mamá?

—Tu mamá, Lucía —respondió poniendo una mueca de enojo, enmarcando las arrugas de su rostro—, ¡Lucía ya estaba harta de ti! —gritó histérico— ¡Se fue! ¡Al fin libre de ti! ¡Pequeño lastre!

— ¡No es cierto! —dije con la voz trémula. Tenía mis hombros encogidos, paralizado en mí lugar.

De no ser por él, por ese desgraciado, de seguro nada hubiera sucedido desde ese entonces. O, al menos, hubiera sido diferente.

En un torpe movimiento trató de sujetarme con su mano. Por inercia lo esquivé al ponerme a correr. Terminé tropezando con el cable de la tele que estaba casi a media sala. Caí al suelo dándole la oportunidad de ponerse arriba de mí, teniéndome frente a frente.

—No voy a quedarme contigo. ¡Me niego a cargar contigo! —Repetía entre gritos.

Sus manos rodearon mí cuello, apretó tan fuerte que el aire no podía llegar a mis pulmones, las lágrimas resbalaban de mis ojos hasta mis orejas mientras que mis piernas forcejeaban, golpeando la madera y el estómago de Anderson. Sentí su peso aumentar sobre mí garganta, cortándome la respiración. Mis brazos habían comenzado a entumirse, sentía hormigueo en mis manos y mis piernas perdían fuerza. No podía quitármelo de encima.

Mis brazos cayeron fríos al suelo, todo se volvió oscuro a mí alrededor. No sentí nada después de eso, fue un instante de paz luego del acto bélico.

Cuando me percaté estaba recostado sobre una superficie invisible, perdido en un abismo. Sentí una mano helada acariciar mí mejilla, el suave tacto fue igual al de mí madre cuando me dormía por las noches, haciéndome saber que no estaba solo.

Un eco surcó aquel infinito, dos voces me decían que despertara. Reconocí el de mí madre, pero la otra voz me resultó ajena; era muy grave, e hipnótica al oído.

Cuando abrí mis ojos sentí mis sentidos aturdidos, no pude reconocer la superficie en la que reposaba. Mi vista aún era borrosa, recuerdo que me quedé tirado en el piso por un largo rato con la confusión a tope. Palpaba mis dedos en la madera; respiraba lo más profundo posible y parpadeaba con fuerza. Esa fue mí primera muerte, y yo, por mucho tiempo, había creído que sólo fue un mal sueño o el resultado de haber sido asfixiado.

Durante los días siguientes me resultaba extraño el rostro de Anderson cuando me veía andando de nuevo por la casa, parecía ver un fantasma. Supongo que la mente etílica de Anderson le hizo creer que tuvo alucinaciones, que lo sucedido no había sido real. Él no tuvo de otra más que dejarme permanecer bajo su techo. 

Rembrandt. Al Filo De La LocuraWhere stories live. Discover now