La profecía

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Un fénix nacerá de entre las aguas.

Su sombra acabará con nuestra gente

y solo el mítico zircón azul

podrá con las tinieblas de la muerte.

Era aún de noche cuando Kal despertó en su cuarto. Estaba asustado pero no podía recordar su sueño. Era como si alguien hubiera encendido su mente así, de repente. Se escuchaba la respiración profunda de sus compañeros de cuarto. Pronto, sería hora de empezar el entrenamiento. Como ya era un guerrero de élite, no tenía entrenador que lo presionara, pero le gustaba empezar temprano. Bajó de la litera de un silencioso salto y miró por la ventana. Había una fina escarcha sobre el pasto de los jardines orientales. Su habitación tenía una puerta hacia estos jardines, por si debían acudir de inmediato ante el Rey, y otra, que daba al patio de entrenamiento, una especie de plataforma sobre el lago, ligeramente alejada del puente que llevaba al pueblo. Esta mañana estaba especialmente fría y Kal no sentía ganas de empezar el entrenamiento, sino de volver a sus cobijas. Sin embargo, sintió que Beraru estaba despertando, por lo que empezó a vestirse, como si nada.

–Hoy es temprano –murmuró Beraru con los ojos aún cerrados.

Kal no respondió. Sacudió un poco a Urli y, una vez que este abrió los ojos, salió al patio.

–Vamos, aprovechemos que aún no sale el Sol –dijo antes de salir.

La Luna todavía se veía en el horizonte, sobre dos montes. Y el Sol comenzaba a estirar sus rayos desde Oriente. Kal se sorprendió al llegar al centro del patio y ver a Laya, parada en un tronco, sobre el agua y mirando hacia la Luna.

–¡Buenos días!

Laya no respondió de inmediato, sino que se mantuvo en silencio. Kal estaba acostumbrado a su manera tan tajante de tratar a la gente, por lo que simplemente, fue a una parte del patio y comenzó el calentamiento. Al poco rato, salió Beraru y, mucho después, Urli. Poco a poco, fueron llegando las demás: Zil, Ifra, Tarlia y Lua. Todos comenzaron sus propios ejercicios y, al poco tiempo, hicieron equipos para practicar combate.

De repente, apareció un joven que casi parecía un niño, por su estatura y sus rasgos finos. Tenía el cabello azul, corto y muy despeinado. Portaba dos espadas y caminaba muy lentamente hacia el grupo de guerreros. Laya fue la primera en detener su práctica. Beraru se adelantó, pero Urli lo detuvo. Beraru no era precisamente la persona más amigable, por lo que sería mejor que Urli se encargara de esto.

–¿Quién eres?

–Me llamo Eduardo –contestó el joven con una voz ronca y muy baja–. Me envía Tehna para formar parte de la Guardia del Rey.

Extendió un pergamino enrollado y sellado con lacre verde. Ifra caminó hacia el joven con gesto adusto y tomó el pergamino. Lo revisó brevemente y distinguió la firma del capitán del ejército y la letra de Tehna.

–Pareces demasiado joven. ¿Cómo pasaste las pruebas?

–Luché más de diez años en el Reino Blanco, y sobreviví a la muerte en diversas ocasiones. Por eso, ahora que su Rey busca guerreros, Tehna me envió y el capitán me ha aceptado. Como ven, vengo con mis espadas, por lo que pueden estar seguros de que nada tengo que ver con los dioses.

Ifra lo miraba llena de sospechas, pero lo dejó pasar. Zil se acercó discretamente a Kal y le susurró con su diminuta voz de hada: "Él es tu verdadero amor". Kal se rió de la broma. Era cierto que Zil tenía el don de ver a quienes se complementaban y se amarían en algún momento, pero también es cierto que solía molestarlo enjaretándole a cualquiera que le pareciera incompatible. Eduardo se guardó el pergamino entre sus ropas de piel y ajustó la cadena que le rodeaba el brazo derecho, debajo de una larga manga de piel color negro. Su brazo izquierdo, en cambio, carecía de manga o cualquier forma de encubrimiento. Kal se acercó para darle la bienvenida, por lo que Urli continuó su entrenamiento con Laya y Lua.

El Reino del Lago [COMPLETA]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora