La noche del presagio

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El banquete, los vestidos de las vírgenes y las pieles; ahora solo debo terminar con la alfombra de pétalos  y estaremos listas para su llegada. Se decía la niña a sí misma mientras esparcía flores frente a la caverna, o como Mirna la llamaba "el vientre de la Pacha"

- Mirna, puedo preguntarle algo? - habló la pequeña Sisa con la cabeza gacha.

- Dime chiquilla, pero pronto, que están por llegar.

- Ehm, es verdad lo que dicen de él? En serio su rostro brilla como el sol y sus huellas marcan de oro el suelo?

- Nada es como te cuentan, y nada es lo parece - le contestó la anciana sacerdotisa mientras le extendía un cuenco - ahora, lleva esta agua de flores a las vírgenes.

Mientras Sisa abandonaba la caverna, y pasaba por los jardines de cartuchos blancos y rojos para dirigirse hacía la cámara de las vírgenes, la respuesta de la vieja y rechoncha mujer retumbaba en la cabeza de la pequeña de ocho años. La niña no conocía lugar más allá del valle, y no conocía gente que no hubiera visitado el templo y los baños termales, dónde había sido condenada a vivir. Su vida de sacerdocio y servidumbre empezó hace dos años cuando sus padres la dejaron al cuidado de Mirna, la principal sacerdotisa al servicio de Mama Killa, para que sirviera al más grande de los propósitos, "a la voluntad del mismísimo Hijo del Sol", o al menos eso le dijo su mamá la última vez que la vió.

Cuando alcanzó el cálido aposento de piedra que despedía humo por su chimenea, sus cuatro amigas estaban casi listas para la llegada del Inca, preciosas como estrellas en el negro cielo, llevaban largos vestidos blancos de lana de alpaca, sus cabellos los habían adornado con flores y oro, solo faltaba el perfume que Sisa les había traído.

Después de perfumar y despedirse de sus compañeras, la niña bañada por la luz de la luna dejó el templo con dirección hacia las frías aguas de la cascada que habían llamado "Cabellera de Mama Killa", pasó por entre las pozas de las calientes aguas termales, subió por las escalinatas adornadas por árboles de guanto mientras los sapitos le cantaban las melodías de la noche, conforme avanzaba, el olor de las blancas amapolas la adormecía preparándola para entrar en trance, cuando alcanzó el pie de la cascada, depositó una ofrenda de flores y frutas, dobló sus rodillas y con la frente en el suelo clamó desde su corazón:
- Madre Luna, por favor muéstrame la verdad.

Los minutos pasaron y llegó la respuesta, una audible y amorosa a voz le dijo:
- Allí está, mi niñita.

La niña sobresaltada y empapada por el salpicar de las frías aguas, abrió sus grises y brillantes ojos y a la luz de la luna lo vió, era el Inca Sapa cruzando el umbral de la cueva, seguido por un arrugado sacerdote que llevaba un tocado de plumas de guacamayo azul, detrás de ellos iban cuatro gigantes con lanza y escudo en mano, sus impávidos rostros como tallados en piedra le recordaban a Sisa los Apus; los espíritus de las montañas andinas. Entonces entendió porque la gente pensaba que su rostro brillaba como el sol y sus huellas teñían de oro el suelo, el Inca estaba adornado con oro de pies a cabeza y su pulida corona en forma del rey Inti hacía que la luz rebotase, cegando a quien lo mirara de frente.

A Sisa, por su edad no se le permitía estar en el complejo cuando el hijo del sol salía del vientre de la montaña, Mirna le decía que aún le quedaban años de aprendizaje, antes de siquiera poder mirar a los ojos del emperador. Cuando el Inca entró en la cámara de las vírgenes dejando a su comitiva fuera, la niña volvió su rostro al suelo y con su corazón volvió a preguntar:
- Madre Luna, ¿es este hombre la verdad?
- No. - esta vez la voz respondió de inmediato.

Cuando abrió sus ojos, cómo en un presagio se vio a ella misma cruzando el portal de la montaña; y volvió a escuchar la voz.
- Mi niñita, solo tú te forjarás tu verdad en tu libertad, vete y vive.

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⏰ Last updated: Jun 03, 2022 ⏰

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Niña ojos de LunaWhere stories live. Discover now